Invitan a escuchar la respiración como un acto estético

El colectivo de artistas hispanoamericanas laschulas se presenta en Casa del Lago

Instalación en el Jardín Sonoro. Foto: Casa del Lago.

El acto de respirar se convierte en materia estética en Of Breath and Sound: Narrative Strategies for a Contaminating Composition (De la respiración y el sonido: estrategias narrativas para una composición contaminante), instalación sonora que presenta el colectivo laschulas en el Jardín Sonoro de Casa del Lago.

Las texturas del aliento viajan por el aire en sonidos antes inaudibles de tan cotidianos, que de pronto cobran musicalidad: los ritmos del toser, gemir, sorber, o los calmos o agitados de la respiración. La obra conmina a reparar en el aliento, el pneuma –dirían los antiguos–, ese elemento vital que anima el ser: impulsa el corazón y se eleva al pensamiento, el logos, la palabra –la poesía– que toma aire y ritmo para ser pronunciada; para ser, en un circuito eterno.

“No hay acto que se dé más por sentado que el de respirar”, advierte la curadora Lorena Moreno. De tan necesario, es gobernado por el sistema nervioso involuntario. Pero, al cobrar conciencia del acto de respirar, éste despliega la interconexión e interdependencia de todo lo que es.

“La pieza surgió de una investigación en torno a la respiración como fenómeno sonoro”, detalla Lorena Moreno, coautora de esta obra grabada en cuatro canales, que se estrenó con una charla en la que participaron las creadoras.

Laschulas son un colectivo integrado por cuatro mujeres hispanoamericanas provenientes de disciplinas diversas: la curadora mexicana Lorena Moreno (1986), quien convocó a la compositora Angélica Castelló (1972) –también mexicana–, a la artista sonora colombiana Natalia Domínguez (1981) y a la artista visual española Lucía Simón (1987). Todas ellas radican en Viena, Austria, en donde surgió este colectivo y se estrenó la pieza que ahora presentan en el país.

Contaminación

A partir de la respiración, la pieza repara en la noción de contaminación. Ésta se entiende no con una connotación negativa, sino como un permanente compartir, “una práctica colaborativa”, advierte la curadora del colectivo, cuyo trabajo está comprometido con la conciencia ambiental y la equidad.

Las creadoras basan su investigación en la noción de contaminación vertida por la antropóloga Anna Lowenhaupt Tsing (Estados Unidos, 1952) en su libro La seta del fin del mundo (2015), en el que sostiene que ninguna especie puede sobrevivir sin lo que llama “supervivencia colaborativa”.

El planteamiento de Tsing, explica Moreno, parte de sus observaciones en torno al hongo matsutake, que utiliza como analogía para reflexionar sobre la supervivencia en las ruinas del capitalismo. Se trata de un organismo raro, que ella llama el “hongo del fin del mundo” porque prospera en bosques industriales abandonados y sitios devastados por la actividad humana, y a la vez alimenta un mercado global. Con él se refiere a los organismos que han sido creados inintencionadamente por el capitalismo, pero pueden prosperar en él, como una “tercera naturaleza” que aprovecha el entorno y se adapta.

Por otra parte, la investigación se basa en las ideas del filósofo italiano Emanuele Coccia sobre el carácter común o atmosférico del breath(ing), cuya materialidad posee, como fenómeno acústico y narrativo, múltiples capas: físicas, conceptuales, auditivas… Para él, la respiración es un acto a través del cual nos sumergimos en el mundo y permitimos que éste se sumerja en nosotros. Es un acto primario de la existencia que depende por completo de la vida de los demás y se construye a partir de ella, como todo lo que la humanidad realiza, siempre en un dar y tomar del entorno.

Así, la escucha consciente de la respiración invita, en el espacio abierto de Chapultepec, a reparar en la propia respiración como un acto de comunión, la acción vital e inconsciente –nunca gratuita– de un banquete sagrado, en la que la alquimia del reino vegetal digiere y exhala sol, en partículas de oxígeno que insuflan la vida en otros seres sintientes. Una danza permanente entre el cielo y la Tierra en la que la vida nace, muere, y en ese constante resurgir, se retroalimenta.

La pieza podrá disfrutarse todos los viernes de septiembre a las 13 y 16 horas, en el Jardín Sonoro, con entrada libre.

También podría gustarte