La autonomía, cada vez más cercana

1928: Vasconcelos va por la presidencia con apoyo estudiantil; 1929: nace el PNR

La gesta cívica de 1928-1929

Las ambiciones obregonistas de retomar el poder se ven cristalizadas durante la gestión presidencial del general Plutarco Elías Calles. Es modificada la Constitución y Álvaro Obregón es elegido nuevamente para gobernar al país; el caudillo aniquila a sus oponentes y burla uno de los principios fundamentales de la lucha revolucionaria: la no reelección.

Sin embargo el triunfalismo obregonista se trunca: José de León Toral elimina al Manco de Celaya durante un banquete organizado por la diputación guanajuatense. Se cruzan acusaciones y se inventan conspiraciones. Calles mismo no escapa a las sospechas. El país tiene que cambiar el rumbo.

Ya sin presidente electo, se designa a uno provisional: Emilio Portes Gil. Éste sucede a Calles y convoca a elecciones; se inicia el Maximato. La Casa Blanca no desatiende los asuntos de México y en contubernio con Calles –según lo apunta Vasconcelos–, Morrow, el procónsul, sugiere la creación de un partido manejado por el grupo en el poder y con el supuesto de unificar a las facciones revolucionarias en pugna. Nace así el Partido Nacional Revolucionario (PNR) y lanza como candidato presidencial a Pascual Ortiz Rubio, quien se había desempeñado como secretario de Comunicaciones y Obras Públicas durante el gobierno de Obregón y, antes de su postulación, como embajador de México en Brasil.

En esos días Vasconcelos cumplía con su exilio voluntario. Gozaba de la fama y el prestigio que le daban sus libros, sus artículos periodísticos y sus conferencias en universidades de EU. Para muchos, él significaba la esperanza de que su obra cívica, iniciada en Educación, continuara.

Opuestos a la imposición callista, surgen en la nación grupos que no consideran al PNR como representativo del ideal revolucionario. Existe un sentimiento de que el caudillo fermentaría los ánimos revanchistas e institucionalizaría el militarismo por encima de una vuelta al civilismo. Hay rezagos de la Guerra Cristera y con Calles tras el trono las rencillas pueden crecer.

suplemento-autonomia-12-f1-marcha

Vasconcelos, sintiendo que es una oportunidad para despertar conciencia política y para imponer la civilización sobre la barbarie, acepta la postulación a la candidatura presidencial que le ofrece el Partido Antirreeleccionista. Inicia, a finales de 1928, la memorable gesta, llamada cruzada por algunos y aventura por otros. Los acontecimientos de 1929, aun con la derrota de Vasconcelos, marcaron pautas en la vida política del país.

Caracterizada por las intrigas y la represión abierta a los vasconcelistas, la campaña de 1929 mostró el valor de muchos jóvenes, estudiantes principalmente, que además de la acción política propiamente, encontraron la oportunidad para los intelectuales de manejarse por sí mismos. En ese proceso, destacó como figura prominente Alejandro Gómez Arias, no sólo el principal orador vasconcelista, sino líder estudiantil de la autonomía.

La campaña, iniciada en Sonora, encuentra gran apoyo precisamente en esa entidad, cuna de Calles y Obregón. Se desarrolla en los estados de la costa del Pacífico y atrae la atención y simpatía del pueblo. Sus mítines en algunos casos abarrotan las salas. En Jalisco le es ofrecido el apoyo de los militantes cristeros para una toma del poder por la fuerza. Vasconcelos los rechaza: aún cree que su arrastre será suficiente para imponer la democracia. Confió en que el voto popular decidiría nuestro destino.

Antonieta Rivas Mercado, con los restos de su fortuna, apoya la campaña; Hermilo Ahumada, José Alvarado, Salvador Azuela, Esteban Baca Calderón, Juan Bustillo Oro, Ernesto Carpy Manzano, Ángel Carvajal, Ignacio Chávez, Carlos Denegri, Baltasar Dromundo, Alejandro Gómez Arias, Enrique González Aparicio, Palma Guillén, Andrés Henestrosa, Miguel Lanz Duret, Adolfo López Mateos, Mauricio y Vicente Magdaleno, Octavio Medellín Ostos, Manuel Moreno Sánchez, Salvador Novo, Dolores Olmedo, Carlos Pellicer, Raúl Puos Ortiz, Enrique Ramírez y Ramírez, Manuel Rodríguez Lozano, Rubén Salazar Mallén, Agustín Yáñez y varias figuras más, conformaron el equipo juvenil de la campaña. Ángel de Campo, joven estudiante, es vilmente asesinado, luego de un encendido discurso, por los esbirros del callismo.

Pero es muy temprano, México sigue sin estar preparado para la democracia. Las elecciones resultan un fraude y Vasconcelos es vencido. Escapa del país ante los amagos de persecución y entonces arenga al pueblo a rebelarse. No es escuchado; el sacrificio de los vasconcelistas en Topilejo y en Huitzilac, así como la represión desaniman la esperanza.

Algunos de sus seguidores de 1929, con el tiempo, se pasaron al partido oficial. Vasconcelos los llamó tránsfugas, desertores que lo utilizaron después como blanco de sus ataques.


Autonomía: bitácora de un anhelo

Lombardo Toledano.
Lombardo Toledano.

La autonomía es una meta que los propios universitarios se fijan de manera más o menos imprecisa, pero constante desde las postrimerías del siglo XIX y con mayor insistencia a partir de la fundación de la Universidad Nacional en 1910. Jorge Pinto Mazal reunió suficientes testimonios al respecto, entre los que merecen ser atendidos los siguientes:

La declaración de Justo Sierra, el 10 de febrero de 1881, cuando aseguró que “el tiempo de crear la autonomía de la enseñanza pública ha llegado”. Su discurso ante la Cámara de Diputados al presentar la iniciativa para la fundación de la Universidad Nacional, el 26 de abril de 1910, sosteniendo que “esta Universidad… es una Universidad de Estado… Se trata de un cuerpo suficientemente autonómico dentro del campo científico, pero que es, al mismo tiempo, una Universidad oficial, un órgano del Estado para la adquisición de altos conocimientos, con la garantía de que serán también respetadas en ella todas las libertades que le puede dar la constitución de su personalidad jurídica…”

Otro testimonio, el de José Natividad Macías, del 11 de julio de 1917, revelando que “desde fines de 1914, el entonces encargado del Despacho de Instrucción Pública, el licenciado Alfonso Cravioto y yo formamos un proyecto de ley en el que se establece por completo la autonomía de la Universidad Nacional…”: el Proyecto de Ley para dar Autonomía a la Universidad, del 14 de julio de 1917, publicado por Félix F. Palavicini.

Uno más: las Acotaciones, de Ezequiel A. Chávez, que afirman la historia de la Universidad como una exigencia de autonomía; el Memorial de 1917, presentado por profesores y estudiantes de la Universidad ante la Cámara de Diputados, pugnando por hacer valer la tesis de que “la esencia de los organismos universitarios es la autonomía”.

También está el ensayo de Pedro Henríquez Ureña dedicado a las universidades como instituciones de derecho público, aparecido el 24 de agosto de 1915, y donde concluye que sólo el cuerpo de profesores con la intervención, cuando sea posible, de representantes de los alumnos, debe regular cuanto se refiera a planes de estudio, programas y nombramientos de directores o catedráticos.

Pinto Mazal remata con el Proyecto de Autonomía de la Federación de Estudiantes de México, del 6 de septiembre de 1923, enviado al Congreso de la Unión.

Gómez Morín, en 1918, y desde los Viernes Universitarios, publicó en El Universal: “…soñamos con la realización del pensamiento, del maestro… la ciencia protegiendo a la patria. Soñamos con la Universidad centro y guía de la evolución de nuestro pueblo. Con el imperio de nuevas normas, más hermosas, más verdaderas, más justas, con una moral más tolerante, menos formalista; con una acción social sabia y benigna que venga a resolver los dolorosos conflictos que presenta la vida. Reclamamos del gobierno nacional un apoyo decidido a los propósitos universitarios… (ellos) entrañan la formación de la patria…”.

Vicente Lombardo Toledano, otro de los llamados Siete Sabios, reflexionaba sobre la misión de la Universidad: “…si cada pueblo necesita para vivir y progresar de moralidad en los ciudadanos que lo forman y de alta virtud en los que la dirigen, está indicada la misión de la Universidad; preparar ese grupo a fin de que resulte idóneo superior por su buena cultura y elevada moral. Ellos serán más tarde factores energéticos o malsanos en la salud del pueblo; de ellos ha de depender en gran parte la grandeza y poderío del país”. Así, políticos culturales y políticos a secas, estudiantes universitarios todos, coincidieron en la demanda de la autonomía.

El hecho es que el arreglo para la autonomía de la Universidad Nacional en esa hora fue un logro dramático y popular del presidente Portes Gil. Grupos de estudiantes favorecían la campaña de Vasconcelos, y los jóvenes vasconcelistas con mayor sentido político sintieron que terminase la huelga estudiantil, pues su continuación hubiese proporcionado a Vasconcelos y a sus partidarios más municiones para sus discursos.

Para el profesor John Skirius, quien dedicó gran parte de su vida a estudiar a José Vasconcelos y la cruzada de 1929, “Vasconcelos veía en el resultado de la huelga estudiantil un signo prometedor para sus propias ambiciones presidenciales. En realidad, era un empate, una media victoria para ambos lados, porque Portes Gil había evitado una grave crisis de gobierno”.

A pesar del fracaso del vasconcelismo –escribe Enrique Krauze–, la Universidad impuso su peso político, tanto así que desde 1929 no sólo el Estado, sino también otras corporaciones, comenzó a buscar el modo de utilizarla para sus propios proyectos. “Si la Universidad había probado ser una buena plataforma para Vasconcelos, podía serlo también para cualquier otro grupo”.


Portes Gil: un golpe de timón

Portes Gil.
Portes Gil.

El 20 de febrero de 1929, el director de la Facultad de Derecho, Narciso Bassols, anunció la aplicación de tres exámenes anuales en lugar del examen oral. Esto obligaría a los alumnos a asistir regularmente a clases. Hubo protesta estudiantil, pues muchos trabajaban y no podrían cumplir con todas las asistencias.

Los jóvenes intentaron discutir la cuestión con el rector Antonio Castro Leal y el secretario de la Universidad, Daniel Cosío Villegas, quienes no respondían. Por ello, el 5 de mayo los estudiantes tomaron la Facultad de Derecho, impidiendo la entrada. El 7 de mayo, el rector clausuró la Facultad, respaldado por el presidente Portes Gil.

Dos días después, el 9 de mayo, los alumnos votaron a favor de la huelga en una reunión en la Escuela Nacional Preparatoria. Se creó un Comité de Huelga, cuyo presidente fue Alejandro Gómez Arias y su secretario Ricardo García Villalobos. El comité invitaba a otras escuelas a unirse a la huelga y presionaba al rector para que el Consejo Universitario discutiera sus demandas. Al integrarse este consejo se acordó también retirar la petición de arbitraje en vista de que esta había sido pasada por alto, y desplegar una campaña para obtener fondos que sirvieran para informar al pueblo y al extranjero.

La clausura formal sólo duró hasta el día 17 de mayo, pero en este tiempo los jóvenes se organizaron con bastante éxito y ampliaron las bases y alcances de su movimiento. Desde el día 11 ya algunos habían firmado un pacto de honor en el cual se comprometían a no romper la huelga hasta satisfacerse íntegramente sus demandas, y persistían en la idea de que su protesta fuera difundida ampliamente. Se dijo que se enviaría un comunicado a todas las escuelas de América Latina. El día 14 se lanzó un ultimátum de 48 horas al rector para que retirara sus pretensiones o para que nombrara una comisión paritaria ad hoc para que resolviera el conflicto. Finalmente se dejó que el Consejo Universitario tomara una decisión para ver si ésta era favorable a la posición estudiantil.

Antes de que el Consejo Universitario se reuniera, el presidente Portes Gil hizo declaraciones que por ser de alto sentido político dieron una nueva perspectiva al problema. Advirtió que se aplicaría la ley de modo estricto, pues los estudiantes no sólo habían desobedecido a sus autoridades legítimas sino que, además de esa falta de respeto, el movimiento tenía finalidades políticas, “puesto que reconoce como directores a los señores Gómez Arias y Azuela, prominentes líderes del partido oposicionista, quienes con toda habilidad están abusando de la buena fe de los estudiantes para hacer labor de agitación en contra del gobierno”.

Esta declaración puso en claro el hecho de que si bien los estudiantes podrían estar en contra de los reconocimientos desde un punto de vista meramente académico, era también que el problema en sí tenía una explicación de índole política. Por otra parte, Portes Gil, quien al hablar así hacía alusión al movimiento vasconcelista de la época, sabía perfectamente que el conflicto universitario estaba ligado a él. Durante el conflicto, ninguno de los estudiantes participantes reconoció o negó esta situación; sin embargo, años después, en una novela que alude a la época, uno de los protagonistas llegó a aceptar la relación entre el vasconcelismo y el movimiento estudiantil de esos días. Se trata de Mauricio Magdaleno, quien en su novela histórica Las palabras perdidas escribió: “Otro conflicto más, íntimamente ligado al vasconcelismo, preocupó al gobierno de Portes Gil, el de los estudiantes universitarios.

“Eran todos –o casi todos– vasconcelistas y, al pronto, cuando menos se lo pensó el presidente, se echaron a la calle en plan de rebeldía. Muchos de ellos combatían al gobierno; desde un año antes se habían declarado enemigos jurados de Obregón. La campaña reeleccionista de éste constituyó una monstruosa apostasía para la gran masa estudiantil, pese a que algunos de ellos –un grupo muy precario; por cierto– se manifestaron obregonistas. Una vez muerto el caudillo, el estudiantado universitario, inclusive los que se proclamaron partidarios de Gómez y Serrano, se afilió al vasconcelismo.

“Menos unos cuantos –no llegaban a la docena–, todos estaban a nuestro lado. Tan jugaban en el edificio estudiantil intereses consanguíneos del vasconcelismo, que inmediatamente se constituyeron sus dirigentes Alejandro Gómez Arias, Salvador Azuela, Baltasar Dromundo, Ricardo García VilIalobos y otros connotados compañeros.

“Para nosotros, lo de menos era lo que se discernía en el conflicto. Lo hicimos nuestro simplemente porque implicaba una activísima manera de oposición. El presidente arrojó primero a los bomberos y luego a la fuerza armada contra los estudiantes. Nosotros, por nuestra parte, nos aplicamos frenéticamente a atizar el fuego en la facultad. Dos semanas más tarde, todas estaban en huelga y un directorio de alumnos en el cual figuraban prominentes vasconcelistas demandó la autonomía de la Universidad.

“Hubo muertos y heridos en los zafarranchos que frecuentemente provocábamos nosotros y, ante la magnitud del conflicto, una vez más Portes Gil exhibió una consumada habilidad.”

Descargar PDF

También podría gustarte