La importancia de reconocer y regular nuestras emociones

Tendría que ser parte de la educación.
Las primeras etapas de vida del ser humano tienen una gran repercusión en su futuro porque son únicas, cruciales y fundamentales para el asentamiento de las bases del desarrollo de los niños, indicó Alicia Vélez García, profesora e investigadora asociada de la Facultad de Psicología de la UNAM.

Al participar en el ciclo UNAMirada desde la Psicología, organizado por la entidad académica, explicó que los factores biológicos o genéticos son inherentes al nacimiento de un individuo, y se desarrollan conforme va creciendo. Algunos de estos factores podrán ser influidos por causas naturales, y las enfermedades pueden ocurrir en diferentes momentos de la vida, y de alguna manera se consideran útiles o no para los menores.

En su charla El papel de la autorregulación emocional durante el desarrollo en los primeros años de vida, Alicia Vélez García detalló que los factores psicosociales se van construyendo a partir de la sociedad, los núcleos familiar y cultural, que nos ayudarán a crear nuestros primeros conocimientos sobre quiénes somos, qué lugar ocupamos, cuáles son las competencias y habilidades que vamos a adquirir durante nuestras diferentes etapas de vida.

Mientras que los ambientales “tienen que ver con cómo nos percibimos en un entorno determinado, incluso físicamente, en todos estos ámbitos que nos rodean y nos proveen la oportunidad de desenvolvernos más óptimamente, como las estancias de educación inicial, por ejemplo”. En la niñez temprana esos factores promoverán la evolución cognitiva, particularmente, “no sólo física en términos de cómo vamos creciendo, sino de cómo nos desarrollamos cognitivamente”.

Por otro lado, están las funciones ejecutivas, las cuales se van a perfeccionar más tardíamente en la vida, aunque inician en una etapa temprana, su curso de maduración puede llegar entre los 20 o 22 años; es decir, éstas dependen del desarrollo de los lóbulos frontales. Es un rango de tiempo bastante amplio en el que pueden ocurrir diversas situaciones o circunstancias cambiantes, abundó.

Dentro del estudio de las emociones y el desarrollo social de los seres humanos, se ha visto que el progreso de las competencias socioemocionales es un proceso que se adquiere a partir de un grupo de habilidades interrelacionadas, entre ellas la importancia para el reconocimiento y manejo de las emociones, la compasión que se experimenta hacia otras personas, relaciones sociales positivas y la toma responsable y efectiva de decisiones.

Mencionó que para estudiar y comprender cómo se da la autorregulación emocional, primero debemos entender qué son las emociones, reconocerlas; aunque en ocasiones ello no basta para lograr una regulación, porque la identificación y el conocimiento de éstas “quizá sólo nos posibilita una parte inicial para poder autorregularlas y, sobre todo, manejarlas. La capacidad para hacerlo va de acuerdo también con las expectativas sociales de dónde provienen nuestras emociones y comportamientos”.

Expuso que la pregunta válida y básica que siempre nos hacemos es cómo aprendemos sobre las emociones en los primeros años de vida, quizá pensemos que lo aprendimos espontáneamente, y muchas veces asimilamos que debemos suprimir algunas de ellas porque no son aceptables, o son difíciles de manejar no sólo para quien las experimenta, sino por los que están a su alrededor.

Es complejo entender cómo se da la educación en las emociones, lo cual debería de ser parte de los currículos educativos en general, y por supuesto de la psicoeducación familiar. “Básicamente es un aprendizaje sobre lo que se está experimentando para empezar a denominarlas adecuadamente”, subrayó.

Para tener una competencia emocional es necesario emplear el vocabulario adecuado a fin de hablar de las emociones y la capacidad de autoeficacia emocional, que nos permite entender que nuestras emociones también se pueden y se deben aceptar; nuestras conductas son lo que es posible modificar. “Es decir, hay que vivir conforme a lo que sentimos y a lo que podemos cambiar”.

En una primera etapa los niños se distraen, por ejemplo, cuando experimentan ciertas emociones, sobre todo aquellas desagradables o que les generan incomodidad. La distracción es una manera de afrontar el malestar; la reinterpretación posterior a la experimentación de una emoción permite encontrar alivio al malestar, pero en otras ocasiones, probablemente, puede incrementarlo, planteó.

“Entre más se exprese lo que se siente y lo que se piensa, es más probable que quienes se encuentran alrededor de un menor puedan incidir o actuar para favorecer que la reinterpretación no vaya en sentido opuesto al bienestar. También se debe considerar la búsqueda del apoyo social, ya que usualmente los menores buscan el consuelo y acompañamiento de los adultos”, apuntó.

Esa es una respuesta que podemos tomar como provechosa, porque el aislamiento usualmente nos aleja de la posibilidad de tener una aproximación de ayuda ante diversas situaciones. En ocasiones algunos niños por sí solos, a partir de sus experiencias cotidianas, logran alejarse de aquellos contextos, situaciones o personas que les hacen sentir cierto malestar.

Entonces hay una serie de estrategias de afrontamiento que pueden servir de plataforma para la regulación emocional, pero el tema siempre es cómo hacemos para utilizarlo y generalizarlo en diferentes situaciones. “No podemos esperar que espontáneamente un menor adquiera todas estas habilidades y competencias, mucho de ello proviene de la familia, de los cuidadores primarios y de los profesionales de la educación”, finalizó.

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