La Malinche, una figura siempre cambiante con los tiempos

Malintzin fue la responsable de gestionar la comunicación para las alianzas que posibilitaron la caída de la capital azteca

A lo largo de 500 años, la Malinche ha adoptado todo tipo de identidades y, por lo mismo, ha sido considerada desde una figura de poder, una negociadora o defensora de los pueblos indígenas hasta una deidad, una traidora a los suyos y, a últimas fechas, un icono para los feminismos de México, pero ¿qué tiene este personaje como para desplegar tantos rostros según se suceden los siglos?

“Ello se debe a que estamos ante una mujer que, pese a dominar muchos idiomas, nunca los usó para hablar de sí. Hernán Cortés escribía de él mismo, Bernal Díaz del Castillo igual y los tlaxcaltecas del siglo XVI, también. Sin embargo, de Malintzin sólo tenemos evocaciones, palabras prestadas y miradas ajenas. Y así, a partir de materiales difusos, los historiadores intentamos reconstruirla”, señala Berenice Alcántara, del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH).

Imagen extraída e intervenida del mural Liberación, 1963, de Jorge González Camarena, Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México

Para suplir las piezas faltantes del rompecabezas, cada época le ha impuesto a esta mujer estereotipos que poco o nada tienen que ver con ella, haciendo de la Malinche o doña Marina –como se prefiera llamarla– un enigma. “Sólo tenemos noticias suyas a partir de 1519, cuando aparece al lado de los españoles como traductora, pero lo que fue de su vida antes de dicho capítulo no nos queda claro”.

Cuando los europeos desembarcaron en lo que hoy es México la moda era leer novelas caballerescas –como se da fe en el Quijote– y los conquistadores cargaban consigo títulos como Amadís de Gaula o el Tirant lo Blanch, los cuales pasaban de mano en mano hasta acabar deshojados. La influencia de estos títulos era tal que en uno de sus libros Irving Leonard aseguraba: “Dichas obras condicionaron su mentalidad y actos, calmaban su nostalgia de expatriados y tenían para ellos mayor significación que para los lectores de España”.

La Malinche y Cortés (fragmento). José Clemente Orozco, 1926. Foto: Juan Antonio López.

Princesa cautiva

De ahí que a la doctora en Estudios Mesoamericanos le parezca entendible que, al escribir sobre la Malinche, Bernal Díaz del Castillo echara mano de los asuntos de la literatura de caballería y describiera a esta mujer como una princesa cautiva que, al ser liberada por Cortés, decidiría sumarse al bando de la Corona para combatir a sus opresores. “Así, el cronista hizo de ella un personaje casi novelesco y, por ende, muy agradable a ojos de los europeos, aunque no podemos saber qué tanto de lo que nos relató es ficción y qué tanto, verdad”.

A decir de la historiadora, esta ficcionalización no paró ahí, sino que se vio sujeta al vaivén de imaginarios muy distintos que solían asignarle sólo cualidades positivas a Malinche, o al menos así era hasta que llegó el siglo XIX con sus novelas de realismo y romanticismo europeo protagonizadas por mujeres enamoradas y dispuestas a todo –hasta a traicionar– por el amor de un hombre.

“Así, otra vez se le aplicaron las configuraciones de la literatura en boga. Además, esto pasó cuando México nacía como país y buscaba figuras históricas que representaran el papel de héroes y villanos a fin de cohesionar al pueblo”. De esta tormenta perfecta surgiría la leyenda negra de Malintzin, la cual mantendría su vigencia en el siglo XX, como se aprecia en uno de los temas más conocidos de Gabino Palomares, grabado en 1978 y el cual dice: “Tú, hipócrita que te muestras humilde ante el extranjero,/ pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo/ Oh, maldición de Malinche, enfermedad del presente/ ¿cuándo dejarás mi tierra?, ¿cuándo harás libre a mi gente?”

Para la profesora Berenice Alcántara, el que esta visión de la Malinche siga tan extendida se debe a esa tendencia tan propia del sistema educativo nacional de enseñar nuestra historia desde una visión simplista en la que los españoles son muy malos y los indígenas demasiado buenos, “cuando la verdad es mucho más compleja”.

Y si como afirma la académica, la Malinche es un personaje en constante transformación, ¿qué pasa hoy con ella? “Justo en estos momentos los movimientos feministas se la están apropiando y la están moldeando para hacerla afín a sus ideas y reivindicaciones”.

Sin embargo, más allá de observar cómo esta figura nacida hace 520 años recibe un rostro mucho más acorde a estos tiempos, para la académica lo importante es descifrar al personaje real. “Como historiadores, nuestro reto es navegar entre estos estereotipos para acercarnos a la Malintzin del siglo XVI, pues ella no fue una feminista, ni una traidora, ni una princesa cautiva, sino una mujer que vivió en circunstancias difíciles y que supo dejar su huella en la historia”.

Detalle de mural, Palacio de Gobierno, Tlaxcala, Desiderio Hernández Xochitiotzin.

Una mujer de palabra

Al profesor Federico Navarrete –también investigador del IIH–, siempre le ha interesado todo aquello que tiene que ver con el papel de las mujeres indígenas en la Conquista y el uso que hizo la Malinche de la palabra. Su libro más reciente, Malintzin, o la conquista como traducción, trata justo de eso.

“Si consideramos que en el ejército que derrotó a Tenochtitlan había cien indígenas por cada soldado español, queda claro que en el México del siglo XVI las palabras eran tan importantes como las armas, pues las alianzas que posibilitaron la caída de la capital azteca no hubieran fraguado sin alguien capaz de gestionar la comunicación entre europeos y mesoamericanos: Malintzin fue de eso la responsable.”

Por ello, el académico critica que Octavio Paz, en vez de estudiar a doña Marina con rigor académico, haya ejercido tal violencia contra ella desde su obra más emblemática, El laberinto de la soledad, donde dedica todo un capítulo a pintarla como la madre violada de los mexicanos, como la mismísima chingada y como un ser merecedor de todo nuestro desprecio.

Ilustración: Miguel Covarrubias. / La Malinche, Rosario Marquardt, 1992.

“Esta visión tan negativa no tiene ningún sustento cultural o histórico. Lo que el Nobel intenta hacer es una interpretación psicoanalítica y falla. Desde un punto de vista literario aquello está muy bien escrito, nadie pone en duda la pluma y el talento de Paz, pero al mismo tiempo es una de las peores expresiones de misoginia.”

Por fortuna, apunta el universitario, ese tipo de discursos están perdiendo fuerza y comienzan a ser sustituidos por otros que permiten lo hasta hace poco impensable: discutir en las cámaras legislativas sobre la viabilidad de, ahora que del monumento a Colón ya no está en Reforma, poner en dicho lugar una estatua de la Malinche.

[La Malinche] Encarna la sexualidad en lo que tiene de más irracional, de más irreductible a las leyes morales, de más indiferente a los valores de la cultura. Como de todas maneras la sexualidad es una fuerza dinámica que se proyecta hasta el exterior y se manifiesta en actos, aquí tenemos a la Malinche convertida en uno de los personajes claves de nuestra historia. Traidora la llaman unos, fundadora de la nacionalidad otros, según la perspectiva desde la cual se coloquen para juzgarla. Como no ha muerto, como todavía aúlla por las noches, lamentando sus hijos perdidos, por los rincones más escondidos de nuestro país; como aún hace sus apariciones anuales, disfrazada de gigante, en fiestas de indios, sigue ejerciendo su fascinación de hembra, de seductora de hombres. Ante ella la conciencia permanece alerta, vigilante y tiene que calificarla y entenderla para no sucumbir ante su fuerza que, como la de Anteo, se revivifica siempre que entra de nuevo en contacto con la tierra.

Rosario Castellanos.

Fragmento del ensayo Otra vez Sor Juana, en Juicios sumarios (1966); Obras II (FCE, 1998).

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