Y nuevos tipos de soledad
La presión por estar en el mundo digital produce aislamiento
Prevalece el consumo rápido, superficial, orientado a la reafirmación de estereotipos sociales y a la satisfacción eficiente e inmediata del placer individual: Alejandro Peña, de la FCPyS
Las presiones para estar conectados en las redes sociales producen aislamiento, ensimismamiento, la búsqueda de la compensación directa e inmediata que necesitamos para seguir el paso de la ardua vida cotidiana, afirma Alejandro Peña García, académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS).
Somos lo que nos representa en los mundos digitales, acota. “Las formas de ser en la era digital han creado otras tantas formas de soledad. El imperio de las redes sociodigitales, basado en el desarrollo tecnológico de los medios de comunicación en las últimas décadas, plantea una condición paradójica en las sociedades modernas: estar conectado es una condición casi universal, y es una necesidad fundamental para ser individuo (tener una vida profesional, productiva, sentimental, etcétera)”.
Esa necesidad, añade, se realiza a través de redes de información y comunicación que, en apariencia, ofrece un infinito mundo de posibilidades de conocimiento. “Pero lo que prevalece son las tendencias a reducir todos esos flujos al consumo rápido, superficial, orientado a la reafirmación de estereotipos sociales, a la satisfacción eficiente e inmediata del placer individual”.
Durante el aislamiento forzado por la pandemia, la paradoja se expresó en múltiples derivaciones, indica el sociólogo. “Se hizo por completo indispensable estar conectados, la vida social se realizó masivamente en línea. Al mismo tiempo, las redes sociodigitales se vaciaron, se volvieron áridas en su contenido, repitiendo como una pesadilla contenidos que nos dañaban o nos desagradaban. La eficacia de trabajar, estudiar, vender y comprar desde los dispositivos se convirtió en una tortura. Se vio, entonces, la importancia de la vida desconectada, la cotidianidad de las calles, de los espacios físicos llenos de gente, de los contactos corporales, de ver labios reales pronunciando palabras reales. Fue una experiencia colectiva (no exagero al decir: una experiencia de la humanidad en su conjunto) de soledades y aislamientos, que parecía interminable”.
Dilema
Alejandro Peña piensa que el dilema es querer construir una comunidad auténticamente humana en espacios y mecanismos digitales los cuales no están diseñados necesariamente para eso. “En manos de las dinámicas del lucro, la eficacia técnica o las lógicas del control político, las formas sociales de la era digital sirven para reforzar las tendencias deshumanizantes que desde mediados del siglo pasado se observaron con claridad”.
Al mismo tiempo, precisa, “aparecen constantemente dinámicas que tienden a oponerse, resistir o impulsar modos diferentes de vivir y usar los medios digitales. Fenómenos como la Primavera árabe, el #MeToo y en general la utilización subversiva o divergente de los mecanismos propios de las redes sociales plantean un territorio abierto para la búsqueda de lo común, creado desde y para el ser humano”.
El sentimiento de no ser parte del grupo, sea la familia, los amigos o los círculos de convivencia profesionales, podemos decir que es algo normal, en el sentido clásico (de Émile Durkheim) de que es común y que no afecta al funcionamiento general de la sociedad, argumenta. “Es la contraparte necesaria de la cohesión grupal, pues los lazos de integración son más fuertes gracias al contraste con las lógicas de la exclusión y la estigmatización”.
Por supuesto, acota, en la experiencia de los individuos esto es trágico. “Y aún más si a tipos o categorías de individuos (por sus rasgos fenotípicos, su fisonomía, su forma de hablar, su condición económica, su preferencia sexual) se les condena de antemano al aislamiento, a esa tortura psíquica y emocional sin término. Tendencias que claramente tienden a anular las posibilidades humanas y, al contrario, generan sistemáticamente la infelicidad. Tendencias que, de nuevo en los términos de aquel clásico, se convierten en patológicas o mórbidas”.
Por otro lado, indica que “hay formas de aislamiento y soledad (términos que no son equivalentes y que pueden ir en sentidos divergentes o hasta opuestos) que son fenómenos necesarios y, digamos, saludables para procesos sociales e individuales. La soledad de la creación estética, por ejemplo, en que se desarrolla un combate, una dialéctica interna e íntima de la cual se producen maravillas. O esos largos períodos en que el adolescente rehúye el contacto con los otros, durante los cuales paulatinamente –con muchas horas y noches de desesperación– se van asentando las líneas definitorias de una personalidad. El aislamiento y la soledad se vuelven extremadamente dolorosos en casos como los enfermos, los ancianos y los moribundos. Más allá de las condiciones socialmente injustas que se imponen a las mayorías, en el fondo todo ser humano, de una u otra manera, tiene que atravesar por esos procesos de alejamiento de la vida, de separación del devenir social”.