Diccionario de las emociones
La sorpresa facilita el aprendizaje y la curiosidad
Guía nuestra atención hacia una situación o idea específica que, bien usada, puede servir para conseguir muchos objetivos positivos
La semana pasada se presentó el Diccionario de las emociones. El primer tema que se trató fue el enojo. En esta ocasión abordamos el de la sorpresa…
¿Qué es?
La sorpresa es una emoción primaria, una alteración emocional causada por algo inesperado, por algo imprevisto, novedoso o extraño, cuya principal consecuencia es desviar toda nuestra atención hacia lo que la causó. Esta emoción se clasifica como neutra o ambigua, puesto que nunca es negativa ni positiva; lo que se puede clasificar en esos términos son las reacciones que surgen a partir de ella. Dura pocos segundos, pues se convierte en otra emoción, dependiendo del hecho que la causó y de cómo la interpreta la persona.
¿Para qué sirve?
Facilita la curiosidad y el aprendizaje, así como el surgimiento de la conducta apropiada ante situaciones inesperadas. Nos genera una gran capacidad para dirigir nuestra atención hacia ciertos eventos o pensamientos. Aunque pudiera parecer muy fugaz, actúa como una entrada de otra emoción; es muy importante, pues al ser ésta la emoción inicial nos permitirá focalizar la atención en los estímulos que captamos y en aquellos que están por presentarse.
¿Cómo se manifiesta?
La expresión corporal más característica es elevar las cejas, abrir la boca, y, en ocasiones, hasta doblar un poco las rodillas.
Cuando una persona siente sorpresa, suele abrir mucho la boca y los ojos, queriendo descubrir datos del acontecimiento o situación imprevista; se elevan las cejas; en general, todos los músculos de la cara se tensan; podemos empezar a sudar intensamente. Cuando aparece, se activa el sistema nervioso autónomo, cuya función es controlar la frecuencia cardiaca, la temperatura corporal, la sudoración, la dilatación de nuestras pupilas, entre otros procesos más.
Puede tener consecuencias en la atención y la memoria, al ser convocadas por los procesos psicológicos que siguieron a la estimulación de esta reacción. A pesar de su impacto en la memoria, ésta es la emoción más breve y neutra; es decir, puede producirse de forma súbita y, así mismo, desaparecer con rapidez.
Al presentarse la situación de sorpresa, la persona tiene bajas capacidades de control y predicción, así como una alta necesidad de afrontar la situación de manera inmediata.
En el momento en que aparece, podremos sentir un vuelco en el corazón; en el cerebro, lo inesperado desencadena una respuesta inmediata. Neurocientíficos han demostrado que el centro de operaciones de la sorpresa se encuentra en un grupo de neuronas colinérgicas del cerebro basal anterior; su papel es permanecer alerta en todo momento y, cuando algo inesperado sucede, lanzan mensajes químicos (acetilcolina) para informar a distintas regiones de la corteza cerebral lo que está ocurriendo, y diferenciar si esa sorpresa es una recompensa o un castigo. La actividad de esas neuronas es más intensa cuanto la situación ocurra más de improviso.
La sorpresa es la emoción que antecede a otras. Es una respuesta de muy corta duración, que rápidamente deriva en otra emoción. Así, por ejemplo, cuando nos sorprende una visita inesperada de alguien que queremos mucho, experimentamos sorpresa-alegría. Cuando recordamos el olvido de una cita importante con nuestro jefe, experimentamos sorpresa-miedo. Cuando, de repente, alguien nos habla de forma descortés, experimentamos sorpresa-rabia.
Así pues, la sorpresa es la emoción de duración más breve. Si ésta durase mucho tiempo, empezaría a ser disfuncional. Cuando sentimos sorpresa estamos en un estado de desorientación.
Los seres humanos necesitamos anticipar los acontecimientos; es decir, imaginar o saber qué pasará en un momento dado. Esto nos aporta seguridad, conocimiento y nos permite afrontar la situación, aparentemente con grandes posibilidades de éxito, ya que el no saber cómo reaccionar en una situación nos paraliza. De esta forma, nos anticipamos para poder prevenir, para no sorprendernos.
Conclusiones
Podemos concluir que la capacidad que tiene la sorpresa de dirigir nuestra atención hacia otros eventos la hace una emoción muy poderosa; incluso podemos considerar que es la más poderosa para guiar nuestra atención hacía una situación o idea específica que, bien usada, puede servir para conseguir muchos objetivos positivos para las personas, que las lleven a dar lo mejor de sí mismas, especialmente en momentos donde pueden ser presas de emociones negativas y sucumbir al estrés o la ansiedad; por ejemplo, la sorpresa puede ser un poderoso remedio momentáneo para reducir éstos y prevenir sus consecuencias más inmediatas (como ataques de pánico o autolesiones…). Por otra parte, la sorpresa también puede ayudarnos a transmitir mejor un mensaje o ayudarnos a conseguir un objetivo, si logramos sorprender a nuestro interlocutor.