La violación se sigue utilizando como arma de guerra

De acuerdo con ONU mujeres, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual; es un arma mucho más poderosa que una bomba o una bala, señala Sara Sefchovich, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

Como parte del Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente, Sara Sefchovich, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, dictó la conferencia “El sufrimiento de las mujeres en el Medio Oriente actual”.

En Medio Oriente, las guerras, las intervenciones extranjeras y los conflictos civiles han causado y siguen causando mucho sufrimiento entre los habitantes de esa zona del planeta, pero especialmente entre las mujeres.

Sefchovich recordó que, según la escritora, antropóloga y activista feminista argentina Rita Segato, las guerras se hacen en el cuerpo de las mujeres porque eso tiene un significado cultural, religioso y simbólico que permite humillar y vencer a los hombres.

“De ahí que la violación haya sido y siga siendo un arma de guerra, un arma mucho más poderosa que una bomba o una bala. Hay relatos sobre niñas que murieron o quedaron discapacitadas de por vida por haber sufrido violaciones colectivas y sobre niñas o mujeres que quedaron embarazadas y ahora tienen un hijo al que odian porque les recuerda permanentemente lo que les pasó.”

La socióloga, historiadora y novelista mexicana también expuso el caso de las mujeres etíopes que llegan a Líbano procedentes de su país para trabajar ilegalmente como empleadas domésticas y que mueren por maltrato de sus patrones o porque, desesperadas por las condiciones en que viven, se suicidan.

“Al referirse a esa masa de esclavas anónimas que, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, suman más de tres millones, el cónsul de Etiopía en Beirut ha dicho que cada dos semanas tienen que repatriar el cuerpo de una mujer que se lanza al vacío desde el balcón de una de las casas donde trabajan”, apuntó.

Sefchovich no dejó de mencionar a las mujeres que, en otras partes del mundo, han sido y siguen siendo víctimas de las condiciones políticas, sociales y económicas que imperan en sus respectivos países.

“Ahí está el caso de las mujeres de Afganistán: después de largos años de guerra, cuando llegaron al poder, los talibanes impusieron una versión draconiana del Islam que las obligó a quedarse en su casa, les prohibió ir a la escuela o ejercer su profesión, y las castigó duramente por la mínima transgresión. Ahí están las mujeres rohingyas de Myanmar, que fueron expulsadas hace muy poco de sus pueblos por el hecho de ser musulmanas en un país budista. Ahí están las dalits de la India, las mujeres de la casta más baja sometidas a trabajos denigrantes y a castigos por costumbres ancestrales de un mundo que está al límite de la crueldad y la injusticia. Ahí están las mujeres africanas, que habitan el continente más castigado por conflictos armados que se alargan por años y años. Y ahí están las mujeres centroamericanas, que huyen de sus patrias azotadas por la violencia.”

Asimismo, la conferenciante indicó que hay más de 18 millones de refugiados y desplazados, y grados brutales de violencia, violaciones, secuestros masivos, esclavitud sexual, niños soldados…, como se puede comprobar en Nigeria, Somalia, Sudán, la República Centroafricana y la República Democrática del Congo.

“Por cierto, este último país tiene el honor de haber sido calificado por funcionarios de organismos internacionales como la capital mundial de las violaciones y el peor lugar del mundo para las mujeres”, añadió.

Al final de su conferencia, Sefchovich señaló que no tiene una respuesta para quienes se preguntan de qué sirve hablar de todo este sufrimiento como no sea la de imaginar y desear que, si el mundo lo sabe, se abre por lo menos una mínima posibilidad de que se haga algo para resolverlo o incluso para evitarlo.

“Por eso he entrado en este campo de estudio también desde la perspectiva de que es un campo de compromiso en el sentido que Wittgenstein expresó al decir que si la filosofía no mejora nuestra vida de todos los días, no tiene ningún caso que exista. Por eso, como dirían Wilkinson y Kleinman, concebimos las ciencias sociales como prácticas que mejoran la vida de las personas. Sé muy bien que éste es un deseo ilustrado difícil de conseguir, pero hay ejemplos que permiten mantener la esperanza”, finalizó.

A continuación, Sandra Lorenzano, de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM, dijo a manera de comentario: “La tensión entre el silencio y la denuncia, entre el querer saber y el preferir ignorar es una tensión ética fundacional a la cual apela todo el texto de Sara y para hablar de esa eticidad elige dos términos cuya interrelación construye una de las realidades más lacerantes en el momento actual: el primero es mujer y el segundo es sufrimiento, y convierte a ambos en categorías a la vez conceptuales, históricas sociales y afectivas. Las mujeres como sujeto excluido y oprimido saben lo que es el sufrimiento, lo llevan tatuado en los huesos.”

Y dio un dato estremecedor: de acuerdo con ONU mujeres, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual.

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