Deslizamientos en el Estado de México
Las intervenciones humanas pueden tener impacto negativo en el ecosistema
Wendy Morales Barrera, del Instituto de Geología, destaca la importancia de que los pobladores sean vigilantes y guardianes de sus comunidades
Wendy Vanesa Morales Barrera, técnica académica del Instituto de Geología, explicó que, aunque la región es vulnerable a fenómenos naturales como ahora las lluvias intensas, y en algunas ocasiones los sismos, factores antropogénicos han incrementado la frecuencia y gravedad de los deslizamientos. “Actividades humanas como cortes de carretera, construcción en áreas inestables, deforestación y el vertido de escombros o aguas residuales son factores clave en el aumento de estos eventos”, afirmó.
La doctora en Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil destacó que el Estado de México ha sido identificado desde hace tiempo como una región susceptible a deslizamientos, aunque algunas zonas son más críticas que otras. “Hay áreas donde las probabilidades de inestabilidad de laderas son mayores, lo que las convierte en zonas de mayor riesgo”.
Respecto a las medidas de control, Morales Barrera subrayó que lo primero es identificar correctamente el tipo de deslizamiento y su mecanismo para evaluar el nivel de riesgo. Indicó que existen soluciones de mitigación basadas tanto en ingeniería como en la naturaleza, como la reforestación y la restauración de cuencas. Sin embargo, enfatizó que estas medidas deben ser integrales, involucrando a autoridades, comunidades y organizaciones. “Es necesario que las construcciones, tanto informales como formales, se realicen de manera adecuada para resistir los fenómenos que afectan la región sin desestabilizar las laderas”, añadió.
Wendy Morales también señaló que los deslizamientos han moldeado el paisaje durante millones de años y son parte de la dinámica natural del territorio. No obstante, advirtió que las intervenciones humanas, como proyectos de mitigación mal diseñados o reforestaciones con especies no nativas, pueden tener un impacto negativo en el ecosistema. “El problema no es el deslizamiento en sí, sino cómo gestionamos la intervención humana posterior”, precisó.
En relación con los planes de contingencia gubernamentales, la experta indicó que existe una deficiencia técnica en muchos municipios, no sólo en el Estado de México, sino también en diversas regiones del país. “Es crucial una colaboración entre los distintos niveles de gobierno y la academia para desarrollar planes más sólidos de contingencia y mitigación”.
Desde el Instituto de Geología, la investigadora remarcó que se ha colaborado con municipios y estados para ofrecer recomendaciones basadas en evidencia científica, enfocadas en la prevención, mitigación y recuperación de zonas afectadas. “La recuperación es una oportunidad para construir de manera más segura y no generar nuevos riesgos”.
Sobre las personas que viven en zonas de riesgo, la académica reconoció que es un tema complejo. “En la Cuenca de México, miles de personas residen en laderas inestables. Con el cambio climático y las lluvias más intensas, es difícil pensar en una reubicación masiva. Deben desarrollarse estrategias integrales para fortalecer la resiliencia de estos espacios. En algunos casos, los estudios específicos podrían sugerir la reubicación, pero esto debe abordarse con una visión planificada a largo plazo”.
Para involucrar más a la población, Wendy Morales enfatizó la importancia de la educación y la colaboración comunitaria para cambiar malas prácticas como el vertido de escombros o aguas residuales en las laderas. “Si fomentamos una cultura de prevención, trabajando conjuntamente con autoridades y académicos, podemos reducir significativamente el riesgo y mejorar la resiliencia de las comunidades”, afirmó.
Finalmente, Morales Barrera informó que en 2020 se trabajó en colaboración con el Instituto de Geofísica para desarrollar un mapa de susceptibilidad por inestabilidad de laderas, principalmente para Ciudad de México, pero también abarcó regiones de alto riesgo como la Sierra de Las Cruces y la Sierra de Guadalupe.
“Es fundamental que tanto las autoridades como la población asuman la responsabilidad de reducir el riesgo. Si las comunidades se convierten en vigilantes y guardianes de su entorno y evitan acciones como la deforestación o la construcción en zonas inadecuadas, podremos reducir significativamente los riesgos y prevenir desastres”.