LOS FANTASMALES CONSTRUCTORES DE CIUDAD UNIVERSITARIA

La ciencia y el trabajo (1952), José Chávez Morado

El tercero de los murales del conjunto de la antigua Facultad de Ciencias no cuenta con un lugar privilegiado para su apreciación. La ciencia y el trabajo se encuentra a un costado del auditorio Alfonso Caso, lo que le da un carácter de semiexterior y pareciera que está oculto. Para dicho mural, José Chávez Morado utilizó una técnica de pintura vinílica, a diferencia de lo otros dos realizados en mosaico vidriado. Cabe mencionar que, como parte y complemento de esta obra, el pintor Rosendo Soto –quien fuera ayudante de Chávez Morado durante este proyecto– realizó un mural titulado La ciencia para la paz a manera de grisalla en los muros superiores. Debido a tales factores, es posible pensar que éste fue una adición posterior al programa establecido de murales realizados con mosaico.

En La ciencia y el trabajo se nos narra la construcción de Ciudad Universitaria, desde la expropiación de los ejidos hasta los científicos trabajando en torno a una gran máquina que serviría para la investigación de la energía nuclear. Es una narrativa lineal que se divide en diferentes escenas, y a simple vista parece bastante convencional, pero al mirar atentamente podemos percibir un poco de la crítica social que Chávez Morado insertaba en muchas de sus obras. Veámoslo atentamente.

En el primer panel observamos a un grupo de tres hombres vestidos con indumentaria de manta. Ellos caminan con paso cansado y nos dan la espalda. El tercero de ellos porta un impermeable hecho con paja y dirige su mirada hacia la derecha, como si siempre viera su próxima labor de constructor. Ellos han cambiado sus herramientas de campo por las de construcción. El episodio representado hace alusión a la expropiación de las tierras de los ejidatarios por parte del Estado. Está documentado que a cambio de dichas tierras, el gobierno mexicano dio a estos ejidatarios un proyecto de reubicación en el área de Copilco, construyéndoles vivienda, escuelas, así como otorgando los servicio básicos y dándoles un empleo dentro de la construcción de Ciudad Universitaria. A pesar de ello, Chávez Morado representa este hecho con cierto dejo de melancolía y resignación expresada en los gestos de aquellos campesinos.

En la siguiente sección vemos una representación de la diosa Cuatlicue, quien recibe una máscara teotihuacana de las manos de un niño que la acompaña. Recordemos que Ciudad Universitaria fue construida dentro de la zona del Pedregal de San Ángel, una región con una carga simbólica significativa, ya que se encuentra cerca de la pirámide de Cuicuilco. Este panel tiene que ver con la pérdida de una tradición y con el abandono casi sacrificial del sector de la población mencionada arriba. En seguida, vemos a los campesinos ahora convertidos en obreros que realizan sus excavaciones a pico y pala, con un fondo de máquinas de construcción. La indumentaria del inicio ha cambiado y ahora llevan el característico overol de la clase trabajadora urbana. A continuación, un constructor transporta materiales en una carretilla, mientras que un grupo de obreros realiza sus tareas detrás de él. Los trazos de estos obreros dejan de ser tan marcados y se vuelven siluetas que sugieren movimiento, pero también desaparición.

José Chávez Morado. Foto: Mediateca INAH.

Al centro de toda la composición, un grupo de hombres se reúne en torno a un restirador. Se trata de los arquitectos designados a la construcción de la Facultad de Ciencias: Raúl Cacho, Eugenio Peschard y Félix Sánchez. Al fondo, dibujado sobre una estructura pétrea que recuerda una pirámide prehispánica, se encuentra el boceto de la torre de Ciencias marcado en color rojo. De pie, Carlos Lazo señala con brazo decidido y muestra a Carlos Novoa el avance de las construcciones. Sobre esta sección central del mural es importante recalcar cómo ahora todos son personajes completamente reconocibles, es decir, son retratos y ya no personas anónimas como en las secciones anteriores. Esto es susceptible de ser interpretado como aquellos frescos renacentistas en los que los comitentes pedían ser retratados. Al centro del mural, los ingenieros y los arquitectos reclaman su lugar en la historia de la construcción de Ciudad Universitaria.

Ahora viene la sección en la que Chávez Morado incorpora la crítica más incisiva. Ese camino señalado por el brazo de Carlos Lazo es recorrido por los obreros y campesinos del inicio. Sin embargo, estos personajes ahora son puras siluetas, son fantasmas. Su realidad como constructores se ha vuelto espectral, su historia corre el riesgo de desaparecer ante nuestros ojos.

Finalmente se encuentra la sección donde están representados los científicos. En torno al acelerador de partículas de tipo Van de Graaff se congregan los personajes importantes en la Facultad de Ciencias de la época: Nabor Carrillo, especialista en mecánica de suelos y coordinador de la Investigación Científica de la UNAM; Alberto Barajas, matemático y director de la Facultad de Ciencias, y Carlos Graef, director del Instituto de Física. Fue en 1950 cuando Nabor Carrillo convenció al arquitecto Carlos Lazo de la compra del acelerador de partículas Van de Graaff a la High Voltage Engineering Co. Cuentan los involucrados que cuando el presidente Miguel Alemán visitó las instalaciones del acelerador, mostró gran entusiasmo y a su vez aprobó fondos para la terminación de las obras y la adquisición de equipo adicional. Los científicos de este grupo de la Facultad veían a Carlos Lazo como un visionario por el impulso y su insistencia en que México debía entrar en la era atómica. Aquella energía nuclear debía emplearse siempre en términos pacíficos, de ahí la temática en parte impuesta de los demás murales.

En La ciencia y el trabajo, José Chávez Morado nos muestra la otra cara del mito del progreso. Una vez que la nueva utopía ha sido construida, los antiguos moradores son desterrados, se transforman en fantasmas para dar paso a arquitectos y científicos. Chávez Morado intenta devolverles esa importancia como elementos indispensables para el desarrollo y a su vez denunciar su desvanecimiento. Las ciudades no se construyen solas y los privilegios de la ciencia y el conocimiento terminan en manos de unos cuantos. Este mural está ahí para recordárnoslo.

La ciencia para la paz (1952-1953), Rosendo Soto.
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