Lucía Álvarez: Pianista multipremiada y maestra en la UNAM

Ha ganado siete Arieles, incluido uno de oro por su destacada obra; gracias a Héctor Azar, descubrió su vocación de compositora.

Siete premios Ariel, entre ellos el Ariel de Oro en 2020 por su destacada obra; son considerables, pero no suficientes para que la música de Lucía Álvarez sea tocada por las orquestas sinfónicas de México.

Que las filarmónicas no difundan la música de los compositores mexicanos vivos, deprime a la autora de la música de la cinta El Callejón de los Milagros y discípula de Ennio Morricone.

El estreno mundial de una obra, “tocarla una sólo vez y adiós”, eso no es difusión de la música para Álvarez, académica de la Facultad de Música de la UNAM, quien compone por motivación, más que por inspiración.

¿Para qué escribo música sinfónica si las orquestas mexicanas no la tocan? “Ni la mía ni la de nadie”, dice Lucía, que gracias al Azar –Héctor el dramaturgo–, descubrió su vocación de compositora.

El deseo de saber

Lucía nació en la ciudad de México un 28 de noviembre. Hija de una familia amante de la música (su padre, ingeniero civil, era multinstrumentista) y su madre cantaba muy bien. Desde los cinco años comenzó a estudiar el piano.
A los 11 de edad continuó sus estudios formales en la Escuela Nacional de Música de la UNAM, donde —como todavía no había posgrado— cursó dos licenciaturas: piano y composición.

Ahí estudió varios teclados: clavecín, órgano y piano. Un poco la flauta dulce. Guitarra no “porque me dolían los dedos al pisar las cuerdas”.

Entonces, madre soltera y joven entusiasta (“me quería comer el mundo”), siempre trabajadora tenaz, lo mismo lava los trastes y cocina que escribe música, imparte clases, dicta conferencias… hasta el día de hoy.

El deseo de saber (“siempre estoy tomando un curso de algo”) es un rasgo que define a Lucía Álvarez. Saber por amor al conocimiento —como decía Aristóteles— y porque detesta la ignorancia, “que le hace tanto daño a mi pobre país”.

Medalla Sor Juana Inés de la Cruz y profesora de Tiempo Completo de la UNAM, cuenta con una maestría en filosofía, en Educación Humanista, por la Universidad Iberoamericana.

Vocación descubierta

En Lucía la composición es una vocación descubierta. “Y no por mí” sino por el dramaturgo Héctor Azar. En 1968, Álvarez tocaba el piano en las puestas en escena de la Compañía de Teatro Universitario. Azar le pidió que escribiera la música para una obra: “Soy pianista, no compositora”. “Tú puedes”, dijo.

A partir de entonces sería también compositora. Tenía 20 años. Escribiría música para 35 obras de teatro.

A los 21 ganó el primero de siete Arieles. El de oro, en el 2020, fue por reconocimiento a toda su trayectoria.

Con José Antonio Alcaraz (“muy inteligente y audaz, virtud que no tengo”) y el maestro Raúl Lavista, Álvarez compuso la música de Los días del amor, película de Alberto Isaac. En 1972 “nos dieron el Ariel a los tres”.

En cine “trabajé con directores maravillosos. Gente de primera”. Juan Ibáñez (Divinas Palabras), Arturo Ripstein (cinco películas), Jorge Fons, Ignacio Ortiz, Juan Manuel Torres… “No andaba a la caza de proyectos; ellos me buscaban”.

Otros premios Ariel los ganó por La reina de la noche (mejor tema musical, 1994) y El callejón de los milagros (mejor tema musical y mejor música de fondo, 1995) así como por Cuento de hadas para dormir cocodrilos y Mezcal (mejor música compuesta para cine, 2002 y 2006).

También tiene en su poder dos Diosas de Plata y dos premios de festivales franceses.

Música por motivación

Lucía escribe música por motivación, ya que ésta es más fuerte que la inspiración, como dice Stravinsky en su libro La poética musical.

La inspiración “es absolutamente fugaz, dos tres segundos y se acabó”. El motivo, que provoca la motivación es lo que perdura.

¿Y que la motiva? “Los proyectos apasionantes”. Un ejemplo es Moctezuma, puesta en escena para un Festival Cervantino. Álvarez trabajó con Juan Ibáñez (director), Pedro Coronel (escenografía), Homero Aridjis (libreto basado en su obra homónima). “Con ese trío, más que motivación, era euforia”.

Un medio indiferente

La música que ha escrito para películas, “por lo menos se proyecta cien veces”. Viaja con ellas y por eso mucha gente la escucha. Un día la directora del festival de cine de Noruega le solicitó una grabación de la música de El callejón de los milagros para “poder compartirla con sus alumnos y que ellos se emocionaran tanto como ella se había emocionado”.

Sin embargo, “el medio es muy indiferente” en México. Las orquestas sinfónicas no tocan la música escrita por los compositores mexicanos vivos. “Ni la mía ni la de nadie.”

Esa indiferencia, últimamente ha deprimido a la maestra Álvarez. “Para qué escribo música sinfónica si nadie la toca”. “Si los compositores mexicanos ‘somos muy malos’ ¿cómo podemos darnos cuenta?, si no nos tocan ni nos escuchan, si no vemos la reacción del público.”

¿Cuántas veces se ha tocado La consagración de la primavera de Stravinsky o la Quinta de Beethoven? Debido a que se han tocado cientos de veces, el público las identifica, las conoce, las aplaude.

Confusión, no difusión

El sistema de difusión deja mucho que desear. “En la programación de las temporadas de las orquestas sinfónicas, ¿cuántas obras mexicanas se tocan? dos o tres”.

“Mal interpretan la palabra difusión que quiere decir difundir y tocan una sola vez la obra de un compositor mexicano en estreno mundial.

“Difundir es divulgar, circular, incluir las obras mexicanas por lo menos en diez conciertos. Para que se escuchen en Toluca, Puebla, Veracruz… Mínimo, si no, sólo la oyen quienes fueron a su glorioso “Estreno mundial”. Después de eso, la obra deja de existir”.

El gran compositor Roberto Téllez Oropeza escribió 10 sinfonías que nunca se han tocado”. Lucía Álvarez tiene varias obras sinfónicas que no han sido interpretadas. Un Salve Regina para coros y órgano, así como un concierto doble para flauta transversa y otro para piano y percusiones. “Me voy a morir y no voy a oírlas”. Así pasa con otros.

También es desalentador la competencia entre compositores. Se toca la obra de quien tiene más ‘palancas’, o proviene de familia de músicos, es amigo de éste o de aquél, ‘está en una situación de poder’ o simplemente es ‘más audaz’.

Una tentación

—¿Qué música suya debería oír el público?
Una que a mí me gusta mucho: la Utopía número 3, para flauta y orquesta, dedicada al gran flautista Miguel Ángel Villanueva. Muchos años después la estrenó junto con la Orquesta Filarmónica 5 de mayo de Puebla.

—Una compositora de música clásica, ¿qué opina de compositores populares como Agustín Lara, Armando Manzanero, Juan Gabriel?

A mí me encantan. Manzanero era un gran músico, muy preparado. La de Lara es una música inteligente, bien hecha y soy fanática de Juan Gabriel.

También me gusta Alex Lora porque es un rockero auténtico. “No es un refrito”. Es lo mejor que tenemos en rock mexicano. “He tenido la tentación de escribir una ópera para Lora”.

Buena o mala

La música, considera la maestra Álvarez, sólo la debemos catalogar en buena o mala, sin importar el género musical. Pero nos falta cultura, apertura, tolerancia y verdadera difusión.

A una maestra —recuerda— le pareció un sacrilegio que un día la Sonora Santanera tocara en la entonces Escuela Nacional de Música, misma donde varios de sus integrantes habían estudiado. En la Universidad no debe haber ese tipo de prejuicios. “¿No que la pluralidad y la tolerancia? No podemos ser tan decimonónicos, ni tan cerrados. (Por cierto, el concierto de la Santanera estuvo atestado)”.

La música popular, dice la maestra Álvarez, tiene un impacto muy fuerte en el pueblo, por eso es popular. “¿Por qué no hacer popular la otra música, como lo es el Danzón 2 de Arturo Márquez? Todo mundo lo conoce”.

“Manuel M. Ponce, Pablo Moncayo y Silvestre Revueltas son conocidos, pero, ¿y los compositores mexicanos vivos deseosos de un concierto donde se escuche su música (remunerada)? A ver cuándo”.

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