La evidencia científica acumulada demuestra la conexión entre calidad del medio ambiente y bienestar social. Los cambios ambientales impiden la erradicación de la pobreza y del hambre, la reducción de las desigualdades, así como promover el crecimiento económico, el trabajo decente para todos, la equidad de género y las sociedades pacíficas inclusivas. De una u otra forma, imposibilitan los objetivos de desarrollo sostenible, afirmó Julia Carabias Lillo, académica de la Facultad de Ciencias.
En la presentación del informe de la ONU, Hacer las paces con la naturaleza, en el cual la propia científica participó, dijo que ante ese panorama el documento plantea opciones: la transformación de la relación de la humanidad con la naturaleza es la clave para alcanzar un futuro sostenible.
Abordaje simultáneo, necesario
En el marco del Seminario Universitario de la Cuestión Social, moderado por Rolando Cordera, coordinador del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo y profesor emérito de la Facultad de Economía, Carabias Lillo añadió que en el escrito se reconocen los avances de la información científica que se utilizan en el diseño de políticas públicas, pero desde una perspectiva sectorial, fundamentalmente, y pone el énfasis en que esta emergencia no se puede abordar de forma aislada.
“No es un tema sectorial y requiere un abordaje de manera simultánea, integrada. Además transmite un sentido de urgencia, ya que quedan menos de 10 años para verdaderamente actuar”, alertó la integrante de El Colegio Nacional y doctora honoris causa por la UNAM.
El documento, aclaró la universitaria, hace un diagnóstico crudo que explica la transformación de la naturaleza por parte de los humanos, que pone en peligro el bienestar; pero también plantea soluciones o rutas que abren nuevas oportunidades, poniendo como eje la modificación de la relación entre la humanidad con la naturaleza. “Eso que parece obvio, aún está lejos de cumplirse”.
En los último 50 años la población se duplicó, la extracción de recursos y energías se triplicó, el comercio se incrementó 10 veces y la economía global creció por cinco. La prosperidad promedio se duplicó; empero, mil 300 millones de personas aún viven en pobreza, 700 millones padecen hambre, dos mil millones sufren estrés hídrico, y 40 por ciento de la población está afectada por la degradación de la Tierra.
Hay indicadores de esa destrucción: el planeta tiene por lo menos un grado centígrado más en promedio; las especies se están extinguiendo entre decenas y cientos de veces más rápido que la tasa natural; dos terceras partes de la superficie terrestre han sido intervenidas por los humanos; las concentraciones atmosféricas son mucho más elevadas que en cualquier otro momento de los últimos 800 mil años, la erosión del suelo agrícola es entre 10 y 100 veces mayor que el índice de formación del suelo, y cada vez hay más fenómenos hidrometeorológicos extremos.
Hemos intervenido profundamente al planeta, subrayó. En ecosistemas marinos se han identificado por lo menos 400 zonas muertas y las áreas ocupadas por las islas de plástico en los océanos se han multiplicado por 10 de la década de 1980 a la actualidad. Un millón de especies de plantas y animales están en peligro de desaparecer debido a la sobreexplotación, el cambio climático y la contaminación, entre otros factores.
Proyecciones
En cuanto a las proyecciones, la experta refirió que se calcula que para 2050 el mundo tendrá nueve mil millones de habitantes; la producción de energía aumentará 50 por ciento, y la de alimentos 70 por ciento; con la trayectoria actual y en un escenario alentador, el calentamiento sería de 1.5 grados en 2040 y al menos tres grados en 2100. Además, entre una cuarta parte y la mitad de las especies terrestres sufrirían pérdidas de más de 50 por ciento de su área de distribución geográfica, en tanto que los arrecifes de coral de aguas cálidas se reducirían 99 por ciento, entre otros aspectos.
Al hacer los comentarios de la presentación, Fernando Tudela, profesor e investigador en University College de Londres y El Colegio de México, expresó que esta no es una guerra explícita de la humanidad contra la naturaleza. Es una especie de guerra intergeneracional; los humanos decidieron en un momento que no les importaba el futuro de sus hijos, sus nietos y los que vienen detrás. Tenemos un cortoplacismo de la intervención humana, donde el tema ambiental, climático, biodiverso, “no da color”.