Música para elefantes ciegos

En Tailandia, un pianista inglés toca para ellos obras del repertorio clásico como una manera de pedirles perdón por el sufrimiento que la especie humana les ha infligido

La historia de los elefantes de Tailandia es una historia de explotación, abuso y malos tratos. Hacia mediados de las década de los años 70 del siglo XX, la creciente demanda mundial de madera de teca tailanesa hizo que miles de estos animales fueran privados de su libertad y obligados a transportar, a través de la jungla, enormes y pesados troncos de Tectona grandis hasta los aserraderos.

Pero durante ese largo y penoso trayecto, las ramas de los árboles aún sin talar se les encajaban en todo el cuerpo y, en especial, en los ojos, por lo que muchos de ellos quedaron ciegos. Ahora bien, esto no fue impedimento para que continuaran trabajando.

En 1986, como consecuencia de la frenética actividad de su industria maderera, Tailandia ya había perdido 28% de sus bosques. Tres años después, no sin la presión de la población, el gobierno emitió una ley que prohibía la tala comercial en territorio tailandés. Entonces, todos los elefantes que habían sobrevivido a tan despiadada explotación fueron abandonados a su suerte.

Por fortuna, poco a poco se empezaron a establecer en ese país refugios para brindarles un hogar tranquilo y seguro durante el resto de sus días (además de estar ciegos y enfermos, estos animales son muy viejos). Uno de esos refugios es el Elephants World, ubicado en Kanchanaburi, a orillas del río Kwai.

Ahí, desde hace 10 años, el pianista inglés Paul Barton, quien estudió en la Royal Academy of Arts de Londres, toca para ellos obras del repertorio clásico (Bach, Beethoven, Schubert, Chopin, Debussy…) como una manera de pedirles perdón por el sufrimiento que la especie humana les ha infligido.

Vínculo especial

Antes de su llegada a Tailandia, Barton trabajó con niños ciegos y pudo saber cuál es el impacto emocional que la música tiene en sus vidas. Fue así como, basado en esa experiencia, se decidió a probar con los elefantes, ignorando por completo cómo sería su reacción.

La primera vez, los guardias del refugio llevaron a Plara, una elefanta que perdió la vista de un ojo, a un campo lleno de jugosos brotes de bambú. Plara comenzó a comer sin prestar atención a nada más, pero cuando Barton tocó en su piano las primeras notas de una sonata de Beethoven, dejó de hacerlo.

“Mientras me miraba con su ojo bueno, Plara mantenía sujeto en su trompa un brote de bambú a medio terminar. Su reacción fue sorprendente. Si tocas música clásica para un elefante, algo suave y hermoso, algo que los humanos hemos estado escuchando durante cientos de años, algo que es atemporal, su reacción no tiene precio. Se crea un vínculo especial entre tú y el elefante. Te estás comunicando con él en un idioma diferente. Hay algo infinitamente maravilloso en una pieza de Beethoven que me conecta con ese elefante, y ese sentimiento es de otro mundo”, dice.

Por lo general, cada recital está dedicado a un solo elefante. Sin embargo, hace unos meses, Barton se atrevió a juntar a cuatro paquidermos para que disfrutaran una selección de temas de la Sinfonía número 6 en fa mayor, opus 68, “Pastoral”, de Beethoven. Al final de la audición, todos barritaron de gusto.

“Los elefantes nos han servido durante mucho tiempo en guerras, como cargadores, para deforestar su propia casa…. ¿Qué puedo hacer como humano para pedirles perdón por lo que les hemos hecho? Yo mismo llevaré mi piano a donde estén y seguiré tocando algo de música para ellos”, finaliza Barton.

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