NOMBRAR ES VISIBILIZAR

Desde chica tuve una clara percepción de la diferencia. El mundo estaba dividido en dos, ellos y ellas. Pronto supe que pertenecer al mundo de ellas implicaba ser vista y oída de un modo distinto al de ellos y siempre a través del cuerpo. Pertenecer al mundo de las niñas consistía en sumar todas las cosas que yo no debía hacer y no debía hacerlas sobre todo por algo inherente a mi condición.

Ser niña, en principio, fue hacer un inventario de las exclusiones. Ser niña era una imposibilidad sobre todo en ciertos contextos. Pero era también una aspiración: ser querida y querer, ser gustada, gustar, y tal vez después de encantar al mundo con unos bucles con que en los 70 peinaban a las niñas de estrellas infantiles, encontrar algún día el verdadero amor. Que no nos importaba para nada a las niñas de ese entonces, Disney no se había apoderado de las historias clásicas ni sembrado en las niñas el deseo de ser princesas. Yo entonces cumplía con el único mandamiento de la infancia que era –y debería seguir siendo– jugar, “jugar donde yo no los vea”, como decían los adultos, pero muchos de esos juegos estaban determinados ya por un mandato externo. Los niños jugaban a ser astronautas o médicos o a la guerra. En los años 70 había muchos juguetes bélicos. A las niñas nos regalaban un equipo de escoba, trapeador y recogedor, horrorosas pelucas Mialegría, muñecas y hornos para hacer pasteles cocinados con un foco de 40 watts que si te descuidabas podían provocar un incendio. Los juguetes educativos no le interesaban a nadie. Y ambos, niños y niñas, parecían estar conformes en su propia esfera.

Pero estar conformes no significaba no percibir la diferencia.

El verdadero momento de la distinción, sin embargo, la distancia abismal que determinaría esa frontera, que entonces parecía infranqueable, ocurría en la adolescencia, cuando por primera vez fui consciente de esa mirada. Cualquier mujer recuerda el momento en que fue vista así. Una mirada que causaba temor, zozobra, un poco de desconfianza y mucho de vergüenza. Fue la mirada que me situó junto con mis pares femeninos en el plano de la insatisfacción permanente. A partir de entonces igual que mis coetáneas me sentiría apenada de tener este o aquel defecto, de ser demasiado gorda o demasiado flaca, de estar poco o muy desarrollada, de tener barros, de tener las cejas espesas o muy delgadas, de tener celulitis. Si haber transitado al mundo de la niñez me puso en el plano de los “tú no puedes porque no debes”, transitar a la adolescencia me situó de modo permanente en un perpetuo estado de alerta. Ser vista como mujer me mandó en un viaje supersónico y sin retorno al plano de Perdidos en el espacio, un programa de TV que como su nombre lo indica mandaba a los tripulantes de una nave a extraviarse en un mundo que jamás comprenderían, en el que eran excluidos de toda comunicación por carecer de una gramática elemental para comunicar lo que parecía incomunicable, y que al tratar de discernir entre lo que veían y sentían, escucharan la voz de un robot que advertía: “peligro, peligro, eso no es computable”.

Tardé mucho en entender el quid de esa ininteligibilidad. Un conocimiento que me determinó de tal modo que sin él hoy no podría situarme en el mundo. Fue en el tránsito de la adolescencia a la primera juventud cuando me di cuenta de algo extraordinario que pasó de ser hipótesis a convertirse en ley: que las mujeres actuaban como mujeres y los hombres como hombres, y que eso era una marca en la cultura que no desaparecería jamás. Eso que hoy llamamos performatividad y que va unido al género y nos determina más allá de la piel hace que nos demos cuenta de que el cuerpo como tal no existe, de que como dice Spivak: “hay pensamientos sobre la sistematicidad del cuerpo, hay códigos de valor acerca del cuerpo. (Pero) el cuerpo como tal no puede concebirse y por tanto (nadie) puede abordarlo”. No en el vacío. No como una entidad abstracta.

¿Qué significa tener un cuerpo de mujer? Yo no sólo era un cuerpo de mujer. Era sobre todo y por encima de todo la forma en que es percibido ese cuerpo de mujer.

“Espacio de placer, pasión, deseo, sitio de la concupiscencia y debilidad”, la mujer ha sido, es, la percepción del uso del cuerpo para otros. El tribunal que juzgó a Yakiri Rubio Rubio, la joven encarcelada el 9 de diciembre de 2013 por el asesinato de su agresor sexual, resolvió que “se había cometido un homicidio en legítima defensa con exceso de violencia”, así que el proceso penal en su contra no la eximió. El juez 68 de lo penal se declaró incompetente del caso y los magistrados coincidieron en que “Yakiri se defendió, pero su defensa fue excesiva”. ¿Cómo puede alguien defenderse en una violación de forma mesurada? ¿Qué quiere decir en este caso “violencia excesiva”? Pero, más importante aún, ¿con qué derecho se juzga ahora a esta mujer sólo como un victimario cuando la defensa de Yakiri ocurrió por ser ella la víctima? ¿Cuándo es conveniente pensar a una mujer como un sujeto sin género y no como fue vista por su agresor, es decir, como una categoría? Como dije en este foro en una ocasión anterior, el cuerpo, el tuyo, el mío, el de todas, no es un cuerpo que se puede definir de una sola vez y para siempre, es un cuerpo que se hace y se deshace mediante actos específicos.

Ya me había dado cuenta yo en parte de esa mecánica: cuando era niña podía percibir que en las reuniones de los mayores las señoras intervenían en la charla sólo cuando llegaba el momento en que los señores iban por otra copa o se deshacía el grupito o insertaban su comentario en el momento de la tos. De otro modo, las charlas de los mayores en los años 70 se hacían a partir de dos equipos que parecían contrarios y que incluso hablaban de temas diferentes. Ellos y ellas. O más bien: ellos contra ellas. Por lo general esas conversaciones conllevaban alguna broma donde los señores se quejaban de la Ignorancia de ellas en materia numérica, política o de futbol. La ineptitud de ellas al manejar cifras, dinero, asuntos de Estado, la proverbial ineptitud de las mujeres a manejar. Así nada más. Mujer al volante, peligro constante. A las mujeres había que explicarles las cosas hablando-un-poco- más-despacio y en los casos más extremos había que explicarles las cosas que correspondían a su propia esfera.

Mansplanning. La sobreexplicación.

Así que yo no era tan solo un cuerpo de mujer porque un cuerpo, cualquier cuerpo, viene siempre acompañado de (un paquete y) un instructivo. Peligro, mujer: agítese antes de usarse.

En Cuerpos que importan Judith Butler se pregunta: “¿El sexo es una marca, un dato indeleble de la biología? ¿O es una producción, un efecto forzado que fija los límites y la validez de los cuerpos?” Si esto es así: ¿cuánto vale entonces el cuerpo de una mujer y cuáles son los cuerpos que importan?

En este mismo foro hace algunos años afirmé que el cuerpo de las mujeres vale de distinto modo y según las circunstancias. “Porque decir mujer es casi no decir nada. Porque no es lo mismo ser mujer en Oslo que ser mujer en la sierra de Guerrero y de Oaxaca donde venden a las niñas desde muy pequeñas, y si no saben leer valen más, pero si tienen alguna escolaridad valen menos. Por eso la educación de las mujeres desde niñas en México es asunto de vida o muerte.

Por eso también, la violencia de género debe ser considerada un rubro aparte de la violencia en sí.”

Como dice Rosalba Cruz: “La violencia de género constituye uno de los problemas más graves a nivel mundial. Como se ha detectado, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual a lo largo de su vida, y al menos seis de cada diez mujeres mexicanas ha enfrentado un incidente de violencia en su vida” (unwomen.org). “Nuestra Universidad no es ajena a esta realidad y por esto el Consejo Universitario aprobó crear la Comisión Especial de Equidad de Género en 2010 y en 2013 publicó los Lineamientos generales para la igualdad de género en la UNAM. En 2016 creó un protocolo para la atención de casos de violencia de género, y en 2019 lo actualizó y le dio estatus legal desde la Oficina de la Abogacía General, designando la atención de dichos casos a la Unidad de la Atención a las Denuncias (UNAD). En 2020, a partir de la movilización de Mujeres Organizadas al interior de la UNAM, hubo varias modificaciones.”

“También la Coordinación de Difusión Cultural creó en 2020 la Unidad de Género e Inclusión (UGI), a fin de institucionalizar la perspectiva de género y la igualdad-no discriminación con el objetivo de garantizar que las oficinas, recintos, museos, festivales y contenidos artístico-culturales, de extensión y difusión sean espacios seguros, respetuosos y de convivencia pacífica, libres de violencias.”

Hoy el panorama no es perfecto pero es otro y en la UNAM se piensa y se diseñan políticas de género. Una gramática apropiada que no existía hace unos años en los que por ejemplo se hablaba de violencia conyugal y hoy tras la pandemia se habla claramente de terrorismo doméstico. Nombrar es empezar a visibilizar. Hoy se habla en nuestro país del asesinato de 11 mujeres por día, según cifras oficiales, y se citan casos con nombre y apellido. Se fundan programas y unidades de género entre grupos e instituciones donde hay un interés auténtico por visibilizar esa diferencia y mejorar esa condición. De entre esos espacios la UNAM es pionera y paradigmática, y lo es en una importante medida gracias a ustedes. A las estrategias diarias, al trabajo arduo que han hecho por ser vistas y oídas y definidas más allá de un cuerpo y un género, y por eso aplaudo lo que han logrado por ustedes y en favor de otras. Un quehacer de una vida que hoy este Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz encarna y que las define: un, dos, tres por mí y por todas mis compañeras.

Como dice Amanda de la Garza, “la pandemia no sólo se ha experimentado como muerte, enfermedad y colapso económico. Ha sido también el escenario de miles de maternidades asediadas, para las que las limitaciones del encierro se radicalizan por la profunda desigualdad en las labores. Si bien la pandemia por Covid-19 ha exacerbado estas condiciones para las mujeres, también ha permitido reconocer en la redistribución del cuidado una prioridad y una precondición para la equidad de género”.

Por ello, el MUAC presenta la exposición Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción. Esta muestra reúne a más de 30 artistas de distintas latitudes que parten de la experiencia de la maternidad para hacer una crítica política, social, económica y cultural de nuestros tiempos. La maternidad no se plantea como una condición ontológica, biológica o exclusiva de las mujeres, sino como una actividad humana –el maternar como un verbo– (una actividad) de cuidado y de sostenimiento de la vida que nos concierne a todas y todos.

De modo análogo, en este momento Casa del Lago tiene una exposición llamada 40 años de lucha feminista, en la que puede verse la evolución de aquellas primeras marchas de muy pocas mujeres que parecían entonces no tener ningún efecto y las fotografías de la última marcha feminista en marzo de 2020 antes de ser confinados todos por la pandemia. Mañana a estas horas tendremos otras fotografías. Si hacemos un trabajo de historia de las mentalidades tendremos fotografías que abarcarán buena parte del mundo. Hoy el arte y la cultura contemplan también la reflexión sobre estos temas.

En cada una de las áreas de la Universidad, no sólo en cultura sino de ciencias y humanidades, en cada facultad, escuela, en cada colegio e instituto, empieza a tener cabida un discurso que contempla esta otra forma de ver y vivir el mundo, que a veces no es compatible con el mundo que ha decidido invisibilizarlas, callarlas, asesinarlas. Y cada vez que conjugamos estos verbos lo hacemos en primera persona del plural. Hay una vida material de los cuerpos que no puede alejarse de la teorización. Lo que sucede con el cuerpo sucede siempre en un estado fronterizo y nos sucede a todas. Los cuerpos no son sólo “objetos del pensamiento”.

Los cuerpos no sólo indican que está más allá de ellos sino en ellos, que les ocurre. Cualquier cosa que digamos sobre los seres tendremos que decirla desde su materialidad corporal y aún a pesar de quienes se resistan a pensar en esto. Porque el género no es un artificio que pueda adaptarse o rechazarse a voluntad. Porque los cuerpos sólo surgen, perduran, viven dentro de ciertas normas altamente generizadas. Determinadas por el género.

Por eso hoy, en este recinto universitario y ante ustedes mujeres universitarias, me honro y me congratulo de participar de su reconocimiento. Porque ser universitario es pensar que las cosas pueden ser mejores. Pero ser mujer universitaria es estar convencida de que van a ser mejores y que vamos a participar de ese cambio. Su premio es nuestro premio. Porque como mujeres compartimos una genealogía y una circunstancia histórica. Porque tenemos un cuerpo que importa.

También podría gustarte