OBRA INCONCLUSA QUE CUMPLIRÁ SIETE DÉCADAS

El próximo 2 de junio el mural de Diego Rivera en el Estadio Olímpico Universitario cumplirá 70 años. El contrato que se resguarda en los archivos del muralista toma esta fecha como el punto de arranque de los trabajos. El pintor estableció un costo de 300 mil pesos para el total del trabajo en un contrato que firmó con el arquitecto Carlos Lazo, gerente general de obras y representante de la autoridad universitaria. Según lo pactado, Rivera terminaría en un año el total de la obra, lo que evidentemente no sucedió, pues ni siquiera logró concluir en dos años más que el frontón de su intervención plástica.

Es decir, nuestro orgulloso estadio de Ciudad Universitaria alberga un mural inconcluso y las razones de su suspensión a la fecha no son del todo claras. Es necesario revisar, al menos panorámicamente, la historia detrás de aquella creencia de que Diego no terminó su obra en CU por “cuestiones de salud”, como lo reseña la mayoría de los comentarios al respecto. En realidad, Rivera en aquellos años se encontraba en pleno uso y disposición de sus habilidades creativas.

Lo cierto es que cuando Diego Rivera está realizando los trabajos para el Estadio Universitario califica su obra como lo mejor que había hecho hasta ese momento en su carrera. Rivera tenía 66 años y se encontraba bajo tratamiento médico contra el cáncer. Personalmente subió a los andamios y trepó por la roca volcánica que revestía el inmueble. Él pensó que aún tenía mucho que compartir al mundo y algo de eso era su obsesión con el antiguo juego de pelota, que por diferentes motivos decide representar en el mural de CU.

A Diego le atraía la práctica lúdica como estructura estética del saber de las culturas prehispánicas. En la época, el pintor contaba con testimonios directos sobre las especulaciones científicas respecto del juego, su origen, motivación y consecuencias en las artes y cultura mesoamericana. Se sabe, además, de su vasta colección de piezas arqueológicas, casi 60 mil, en la cual presumía contar con esculturas alusivas al juego de pelota. En sus memorias advierte que logró ser testigo de una excavación en Teotihuacan en la cual pudo ver un fragmento de fresco en Tepantitla en la que aparecía un juego de pelota alterno, que permitía el uso de las manos y una especie de ‘bat’, distinto al conocido, que se juega con las caderas. Según el pintor este hecho probaba un modo de juego vinculado con una experiencia original de interpretar la cosmogonía prehispánica.

Perspectiva con el proyecto del mural realizada por Augusto Pérez Palacios. Imagen: Fondo Augusto Pérez Palacios.

El hecho es que Rivera comenzó a contar la historia a varios de sus conocidos arqueólogos teniendo como respuesta burlas e indiferencia. A su parecer, las culturas de Occidente mesoamericano fueron las responsables de una variante del juego muy peculiar. Actualmente, a partir de nuevos estudios etnográficos y hallazgos arqueológicos, los especialistas han dado la razón a las especulaciones del pintor, pues se ha verificado la variante del juego en las Culturas de Occidente (1).

Pero, ¿qué hizo Rivera con su hallazgo?, ¿cómo integró las evidencias materiales de su teoría sobre el juego de pelota a su obra? Se sabe que conformó, tras varios años de búsqueda, un conjunto de jugadores de pelota, cuyas piezas pertenecen a la región antigua de Colima. En tres piezas de cerámica, Rivera encontró una articulación del juego con mano y bat muy similar al moderno béisbol. Así, donde los antropólogos veían dos guerreros, uno con macana y otro lanzando una piedra, con un tercero sosteniendo una pequeña cesta, el muralista logró entender un bateador, un pícher y un cácher. Son célebres las fotografías del artista armando su escena con las piezas en su casa estudio de San Ángel. Desde entonces este modelo de juego se volvió su argumento.

Cuando a principios de los 50 del siglo pasado recibe la invitación para integrarse al equipo de artistas y arquitectos que construían CU, el pintor diseña un proyecto mural para adecuarlo al Estadio Universitario. En aquel tiempo, los trabajos de construcción de su Casa-Estudio Anahuacalli, que albergaría su colección arqueológica, se encontraban muy avanzados. Su amigo el arquitecto Juan O’Gorman colaboró con él en estas tareas (2).

Lo anterior explica por qué Rivera creó un boceto para el estadio lleno de referencias a su colección de piezas prehispánicas. Es cosa de echar un vistazo al diseño y comparar con las fotografías que el pintor tomó de sus esculturas. Incluso, en una visita al actual museo Anahuacalli puede quedar fácilmente en evidencia esta alusión. El caso es que, según lo dicho por el maestro, el tema del mural era el deporte y, en su entrecruce con el arte prehispánico, ahí aparece la escena del juego de pelota. En el boceto, en el costado poniente del estadio, Rivera retrató a sus jugadores de pelota, en las mismas posturas semejantes al juego de béisbol. El dibujo muestra en tamaño monumental su gran descubrimiento acaparando su visión de la historia del deporte en México. Ahí pensó Rivera haber puesto ante los ojos de propios y extraños su teoría del nacimiento del juego en nuestras tierras como expresión espiritual del orden cósmico.

Para desgracia del pintor ese proyecto quedó en el olvido y por “cuestiones administrativas y políticas”, como decía Rivera, no se logró realizar sino sólo la parte central. A decir del arquitecto Enrique del Moral, autoridad a cargo de los trabajos de CU después de la salida de Carlos Lazo, la invasiva intromisión del mural con el orden arquitectónico rompía la armonía propia del estadio. Esto generó una polémica con el muralista, lo que terminó por ir mermando los recursos y materiales para la conclusión de esa obra. Rivera se volvió un crítico mordaz contra las obras de estilo internacional que llenaban el proyecto de CU, sólo la Biblioteca, la Facultad de Arquitectura y los frontones quedaron fuera de sus descalificaciones. Finalmente, un desacuerdo por los pagos a sus ayudantes y una insinuación, por parte de los encargados administrativos de las obras, de que Rivera sustraía piedra de cantera de CU para la construcción de su Anahuacalli, fue la última nota sobre esta participación de integración plástica de Diego Rivera, en septiembre de 1954.

En sus memorias, Diego siempre dejó la puerta abierta para volver a CU y concluir su mural. La línea “craterinforme” de sus escultopinturas, como le llamó a su geometría activa, quedó en espera del retorno del maestro a las piedras. A 70 años, nosotros aquí seguimos, en aguardo de su prometido regreso.


  1. Desde la década de los 90 del siglo pasado, la Dra. Teresa Uriarte estudió este tipo de representación de juego de pelota con bastón en los mismos murales prehispánicos de los que Rivera hablaba.
  2. Ha quedado en evidencia el diálogo entre Diego y el arquitecto al reutilizar la técnica de mosaicos de piedras de colores naturales, experimentada en el museo, en los murales de la Biblioteca Central. Eso demuestra cierta semejanza entre los proyectos del Anahuacalli y la Ciudad Universitaria, en la visión plástica tanto de O´Gorman como de Rivera.
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