PARTE DEL MAGNO PROYECTO PLÁSTICO Y CULTURAL DE CU

Diego Rivera asumió con plena conciencia la integración de su escultopintura con el estadio y la unión de ambos con el paisaje. Foto: Ricardo Alvarado, AFMT, IIE, UNAM.

Fragmentos del capítulo “Una realidad
plástica perenne y armónica. Diego Rivera
en el Estadio Olímpico Universitario, en el
libro El Estadio Olímpico Universitario.
Lecturas entrecruzadas, Lourdes Cruz
González Franco (coord.), México, UNAM,
2011, pp. 148-171.

Diego Rivera realizó el mural de Ciudad Universitaria cuando contaba con 66 años de edad, en 1952, cinco años antes de su muerte. Su relevancia dentro del movimiento muralista y su presencia en la pintura mexicana le asignaron un sitio casi obligado en este magno proyecto plástico y cultural de CU.

Respecto de las diversas posturas de los muralistas y a la manera de asumir la integración plástica, Diego Rivera y Juan O’Gorman son los artistas que se inscriben con mayor solidez en la tendencia que vincula abiertamente al realismo con la tradición cultural nacionalista, en especial la que destaca la importancia del mundo prehispánico, razón por la cual la iconografía mesoamericana tiene una fuerte presencia en las obras que ambos ejecutaron en Ciudad Universitaria.

El relieve mural realizado por Diego Rivera, titulado La Universidad, la familia y el deporte en México, está ubicado en el acceso principal, sobre el costado oriente del Estado Olímpico Universitario. Inaugurado oficialmente el 29 de noviembre de 1952, este altorrelieve, constituido por piedras de colores naturales (tezontle, piedra de río, tecali y mármol, entre otras), aplicadas con cemento, directamente sobre el muro de talud, corresponde únicamente a una parte de la propuesta general, mucho más ambiciosa, que consistía en recubrir la totalidad de los muros exteriores del estadio. Esta obra no se terminó por cuestiones presupuestales y –tal vez, como lo apunta el arquitecto Pérez Palacios–, por la salud del pintor. La parte inconclusa, según Justino Fernández, “sería trabajado con una técnica similar a la de los constructores de Mitla” (1).

La obra simboliza el deporte, la familia, el mestizaje y la cultura mexicana. Rivera conjuga de manera ecléctica representaciones diversas: el escudo de la Universidad Nacional (como interpretación plástica del mestizaje), referencias a las raíces culturales prehispánicas (mazorcas de maíz, nopal, serpiente emplumada), junto a una valoración de los trabajadores anónimos y a la conjunción de fuerzas sociales, concretado todo en esta obra que pretende constituirse en un referente nacionalista.

En este mural, que Rivera definía como escultopintura, el águila mexicana y el cóndor andino están sobre un nopal. Extienden sus alas para resguardar a tres figuras denudas que aluden simultáneamente al mestizaje y a la familia. El niño de frente, en la parte central, simboliza la paz y la unión. Sostiene en sus brazos a una paloma y el producto de la fusión de un hombre español de cabello claro, con una mujer indígena quienes están ubicados cada uno a su lado, de perfil, con los brazos y las piernas extendidos hacia su hijo.

El contacto de la pareja con el pequeño no sólo se establece por la disposición de los padres en torno al niño, sino por un gesto de protección y ternura: el padre le toca la parte posterior de la cabeza, mientras su madre le acaricia sutilmente el cabello. A su vez, este grupo es resguardado por una pareja de atletas, cada uno de los cuales enciende la llama olímpica.

En la parte inferior, como una especie de metáfora que refiere a la base sobre la que se sustenta la mexicanidad, se encuentran elementos de la cosmovisión mesoamericana: la serpiente emplumada, cuyo cuerpo ondulante es decorado con mazorcas de maíz, sustento vital del pueblo indígena.

Diego Rivera asumió con plena conciencia la integración de su escultopintura con el estadio y la unión de ambos con el paisaje: Expresó por ejemplo:

Los trazos de planeación, la función de la construcción y las generatrices dinámicas de ésta que hacen levantarse al edificio en perfecto acuerdo con el paisaje, han sido los resortes motrices y las directrices de plastificación que han impulsado la realización de nuestra escultopintura […] nuestras formas y colores entonan con el paisaje plenamente, armonizan con sus modalidades minerales y vegetales, se hermanan a la gama de sus verdes, grises y profundos cálidos, a las tonalidades transparentes y sutiles de sus lejanías y a los verdiazules y nácares de su cielo en paz y a los negriazules rojizos de su cielo en tempestad (
2).


  1. Justino Fernández, “Presentación”, en Augusto Pérez Palacios, Estadio Olímpico. Ciudad Universitaria, México, 1963, pp. 5-6.
  2. “Diego Rivera opina”, en Augusto Pérez Palacios, Estadio Olímpico. Ciudad Universitaria, México, 1963, pp. 280-281.
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