¿Por qué unos años tienen 365 días y otros 366?

“Hay mucha ciencia detrás de los calendarios”, asegura Daniel Flores, especialista del Instituto de Astronomía

La Tierra tarda 365.2422 días en dar una vuelta alrededor del Sol, y este excedente a la derecha del decimal obliga a realizar ajustes en el calendario con el fin de evitar desfases temporales.

Cada cuatro años suele añadírsele un día a febrero para corregir los desplazamientos en el tiempo, pero hay excepciones a la regla que hacen que, cada tanto, se descarte un año que, en principio, debería ser bisiesto.

¿Cuánto tiempo cabe en un año? Aunque esto suena a pregunta de niño, en realidad es una duda que ha tenido el humano desde que supo que hay momentos para la siembra y la cosecha, y que la vida se repite en ciclos, “es decir, desde siempre”, apunta Daniel Flores, quien además de editar el anuario del Instituto de Astronomía (IA) es un enamorado de los calendarios.

“La respuesta fácil sería decir 365 días, pero esto no es tan sencillo como se creería”, indica el académico. Y es que lo que demora la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol no coincide con nuestros días de 24 horas. Siempre hay un excedente que evita que las cuentas cuadren a la perfección; de ahí que, para que nuestro calendario siga siendo exacto, resulta crucial realizar una serie de ajustes, de forma constante, y no perder de vista dónde están el Sol, las estrellas y la Luna.

El planeta tarda en promedio 365 días, cinco horas, 48 minutos y 46 segundos (365.2422 días) en completar una órbita alrededor del Sol. Si dejáramos que todo ese tiempo a la derecha del decimal se acumulara sin hacer corrección alguna, pronto la primavera y demás estaciones caerían en el mes equivocado, como sucedió en el 46 antes de nuestra era, cuando Julio César –en la antigua Roma– se vio obligado a añadir 90 días a un calendario que corría muy desfasado.

Algo similar ocurrió en el 1582 de la era común, cuando por orden del papa Gregorio XIII se eliminaron 10 días a fin de ajustar fechas, pues la Pascua había dejado de coincidir con la primera Luna llena del equinoccio primaveral (que en vez de darse el 21, ese año se registró el 11 de marzo). Esta medida dio lugar a una anécdota que suelen citar algunos historiadores como un hecho real con tintes de ficción: la de aquella ocasión cuando la gente se fue a sus camas un 4 de octubre y se levantó hasta el 15 del mismo mes, sin darse cuenta de que, mientras soñaban, alguien les había robado 10 noches enteras.

“Ya desde la Roma imperial se sabía que, si manteníamos todos los años con 365 días, sin ajustar nada, habría eventos astronómicos (como los equinoccios y los solsticios) que no coincidirían con el calendario y, por ende, las estaciones comenzarían a desplazarse en el tiempo. A fin de evitar tales escenarios se introdujeron los años bisiestos; es decir, se comenzó a intercalar un día adicional cada cuatrienio”.

Sin embargo, añade el académico, si bien esta enmienda era necesaria, también resultó insuficiente, pues el sistema juliano consideraba que el año tenía 365 días con seis horas justas en vez de con cinco horas, 48 minutos y 46 segundos (en promedio, pues este estimado puede variar ligeramente de un momento a otro). Esto provocaba un desfase anual de más de 10 minutos, algo que en términos de una vida humana resulta imperceptible, pero que en lapsos históricos puede ser demasiado.

“Quizá no reflexionamos mucho sobre esto, pero si lo pensamos, hay mucha ciencia detrás de los calendarios”, agrega Flores.

Cuando las cuentas no cuadran

Entre el ajuste realizado al calendario en el 46 a. C. y el que se hizo en 1582 d. C. hay casi 1,600 años; esa distancia temporal bastó para que las fechas terrestres y los eventos astronómicos se desfasaran 10 días. Para que esto no volviese a ocurrir, los astrónomos del papa Gregorio XIII (Cristóbal Clavio y Luis Lilio) modificaron la regla de los bisiestos, haciéndola menos sencilla, pero mucho más precisa.

Aunque la práctica de añadirle a febrero un día (como haremos en 2024) continúa, con la reforma gregoriana se rompió la lógica juliana de aplicar, a rajatabla, un bisiesto cada cuatrienio. “Ahora, si un año es divisible entre 100 lo consideraremos ordinario (de 365 días), pero si lo podemos dividir entre 400 será bisiesto”.

El académico admite que, si bien de primera intención esto puede sonar complicado, en realidad es fácil de entender. “Aunque podamos dividirlos entre cuatro, los años terminados en doble cero no serán bisiestos, a menos que sean divisibles entre 400. Por esta excepción, si bien 1700, 1800 y 1900 tuvieron 365 días, el año 2000 fue de 366”.

Esa inquietud por el tiempo Daniel Flores la ha detectado en su nieta, quien aunque muy pequeña ya comienza a preguntarle sobre por qué entre una fecha y otra hay tantos días. “A veces los niños hacen las preguntas más esenciales”.

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