De las palabras a los hechos...

Primer taller para alumnos de bachillerato que inculca la erradicación de la violencia

Crónica de cómo se vivió en el CCH plantel Vallejo

El calendario señala: lunes 25 de agosto de 2025, mientras que el reloj marca las 10 de la mañana en punto. La Sala Albert Einstein del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) plantel Vallejo comienza a llenarse de estudiantes que, de dos en dos, toman asiento hasta ocupar 42 sillas.

Ante decenas de miradas jóvenes, la profesora Blanca Georgina Castellanos Hernández proyecta una presentación de PowerPoint y, con ello, da inicio un taller que busca despertar, entre el alumnado, ganas por crear un mundo más tolerante, empático e inclusivo.

Con sus cuadernos sobre las mesas y con plumas en mano listas para garabatear apuntes, las y los adolescentes escuchan a su maestra, quien no deja de desplazarse de un lado al otro del aula y que, de pronto, lanza una pregunta contundente: “¿Qué es para ustedes la cultura de paz?”.

Por unos instantes el silencio se adueña del lugar, hasta que segundos después, con algo de timidez, pero con voz decidida, un alumno responde: “Es algo que se basa en el respeto”.

Así, durante 120 minutos, aquel salón, más que un lugar de clase, se convirtió en un espacio de diálogo en el que una generación recién ingresada a la Universidad Nacional aprendió qué es el conflicto y cómo se relaciona con nuestras emociones y valores; se familiarizó con diversas estrategias para resolverlo pacíficamente, y se convenció de la necesidad de llevarlas a la práctica de forma tanto individual como grupal.

Ese creciente interés contrasta con la realidad global marcada por un declive de paz, pues, de acuerdo con el Global Peace Index Briefing 2025: “El número de conflictos es mayor que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial […]. Esto ha contribuido a que un récord de 78 países se vean involucrados en conflictos más allá de sus fronteras”.

Por medio de la enseñanza

Durante sus años adolescentes, Georgina Castellanos se acercó por primera vez a la docencia, experiencia la cual le generó el deseo de impactar en las personas a través de la educación; por ello estudió Pedagogía.

“Ser maestra es tener vocación y amor para transmitir conocimiento. Me interesa ayudar a mis alumnos y alumnas, motivarles y escucharles”, comparte la educadora, quien a fin de contar con mejores herramientas de apoyo (desde brindar atención clínica hasta estrategias más efectivas de aprendizaje) cursó una segunda carrera: Psicología.

Así, en 2008, comenzó a dar clases en el Colegio de Ciencias y Humanidades Vallejo y, desde el día uno, buscó que cada sesión se vinculara con la llamada cultura de paz. “Si desde nuestra trinchera aportamos, aunque sea, un pequeño granito para mejorar la comunicación, formar mediadores y no dejar que los problemas se disparen, poco a poco podremos lograr un cambio en la sociedad”.

Lo conseguido por la maestra Georgina en las aulas durante esos 17 años contribuyó en el diseño, en abril de 2025, de un taller de capacitación para 63 profesores del plantel, así como del curso Cultura de Paz en el CCH Vallejo, impartido a 3 mil 318 jóvenes de nuevo ingreso. Todas estas acciones fueron guiadas e impulsadas, de principio a fin, por la directora del colegio, Maricela González Delgado.

“Esto se da antes de iniciar el ciclo escolar para que el alumnado visualice que, aunque siempre hay la posibilidad de algún escenario adverso, también existe una forma de solucionarlo no por la violencia, sino a través del diálogo, la negociación y la mediación”, expone Georgina Castellanos.

La actividad se enmarca en la estrategia integral y permanente Cultura de Paz: un Semillero Universitario de la UNAM, con la que se ofrecieron talleres a 35 mil 638 estudiantes de nuevo ingreso al bachillerato de esta institución, por parte de más de 400 docentes.

Fotos: Erik Hubbard.

Ponerlo en práctica

Aún es 25 de agosto en la Sala Albert Einstein, pero el reloj ahora marca las 10:14 de la mañana y Georgina busca que sus estudiantes reflexionen sobre los conflictos que pueden darse en cualquier ámbito, y sobre lo necesario que es entender sus causas y la forma de gestionarlos.

“¿Cómo transformar estos problemas en oportunidades para crecer y convivir en paz?”. Son apenas los primeros minutos del taller y las y los jóvenes aún se muestran reticentes a levantar la mano. Pese a ello, algunas voces se hacen escuchar mediante intervenciones breves.

Para ahondar en el tema, la docente reproduce un video llamado El sándwich de Mariana, en el que en un patio de escuela, una niña llamada Isabel le arrebata el almuerzo a Mariana. La protagonista, cansada del abuso, espera el final de clases para seguir a su agresora y espiarla, tan sólo para descubrir que ésta padece violencia intrafamiliar en casa. El clip acaba con Mariana, en el recreo, ofreciéndole un emparedado a Isabel.

Una vez terminada la proyección, la académica pide comentar lo ocurrido. Esta vez las respuestas no se hacen esperar. Una joven opina: “Hubo un ciclo, los conflictos se repetían”. Otro añade: “Mariana tuvo empatía”. Alguien al fondo de la sala apunta: “Yo vi temor y tristeza. La niña sentía frustración y sus papás y hermana estaban enojados siempre”. Y una participante más, agrega: “La que ejercía bullying tal vez lo hacía porque era la forma en que sabía relacionarse… Porque eso veía en su hogar”.

Georgina Castellanos explica que la resolución pacífica de conflictos es esencial para la convivencia en diferentes entornos. “Podemos clasificarlos en personales, escolares o sociales. Los primeros surgen de desacuerdos individuales o emocionales; los segundos, del entorno educativo y sus dinámicas, y los terceros, de tensiones estructurales o colectivas que afectan a comunidades enteras. Entre las estrategias de resolución más efectivas están la negociación, la mediación y el diálogo”.

Llegados a este punto, la clase está ya a la mitad. Para poner a prueba todo aquello de lo que se ha hablado, la profesora les pide formar parejas y, con base en el video, identificar aquello que propició el conflicto y proponer soluciones pacíficas al mismo. Después les indica que formen equipos para que, con sus propias palabras y a partir de sus reflexiones, elaboren un decálogo de cultura de paz para el CCH Vallejo.

Un decálogo por y para nosotros

Crear un decálogo propio no es algo de todos los días y la tarea llena la habitación de bullicio. De pronto, las paredes acaobadas de la Sala Albert Einstein se cubren con hojas tamaño rotafolio, pegadas al muro con cinta adhesiva, y alguien sugiere escribir: “Apoyo académico entre nosotros”.

Con plumones y lápices de colores, las y los adolescentes comienzan a darle vida a aquellos pliegos blancos. Debaten y opinan, y la timidez que primaba al iniciar la clase, de pronto desaparece.

Conforme concluye la dinámica, las y los jóvenes toman asiento. Una vez que el último termina, comienzan las exposiciones. De pie y frente al rotafolio que cada quien trabajó, cada cual explica sus sugerencias.

“Nuestra propuesta número uno es promover pláticas como la de este curso. La segunda: fomentar una sana comunicación entre nosotros y, en vez de hablarnos con faltas de respeto, hacerlo de manera asertiva”, comenta el primer equipo.

Un segundo grupo agrega: “En las áreas verdes podemos implementar actividades de convivencia”. Otro manifiesta: “Antes de empezar, definamos qué es la cultura de paz: un conjunto de comportamientos, aptitudes y valores que nos llevan a la resolución pacífica”.

Para terminar las presentaciones, algunas estudiantes subrayan: “Buscar la inclusión para fomentar el respeto e igualdad entre géneros y trabajar en la solidaridad y comprensión, son dos elementos fundamentales en la vida de las personas, pues no todas pensamos de la misma forma”.

El tiempo ha volado. La profesora constata en su reloj de pulsera que son las 12, hora de término del curso y, visiblemente contenta por el resultado de la sesión, recalca a sus alumnas y alumnos: “Ahora tienen un papel importante y crucial dentro de nuestra institución, el de promover la cultura de paz”.

“Si los conceptos vistos en el taller los replican en su cotidianidad pueden sumar a más gente y evitar la ocurrencia de situaciones violentas, y no me refiero sólo a cuestiones de golpes o guerras, sino a la convivencia diaria”, concluye la docente, quien tras un hondo respiro y con una sonrisa en los labios, observa al alumnado recoger sus pertenencias, cruzar la puerta y salir al sol del mediodía, mientras que ella se queda ahí, reflexiva, esperando a que la sala quede, por fin, vacía.

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