La psicología permite trabajar con la gente, con grupos sociales y lograr cambios, afirma María Elena Medina-Mora, directora de la Facultad de la especialidad en la UNAM.
Detalla en entrevista el campo de trabajo de los egresados de esta entidad académica: “Los estudiantes de psicología pueden dedicarse al estudio de las organizaciones; al medio ambiente; atender niños, adolescentes, adultos, tercera edad; a los cuidados paliativos, no en el tratamiento médico pero sí pueden ayudar a los pacientes a enfrentar la última etapa de su vida, a empezar a trabajar en ello cuando su salud está comprometida: ¿qué se quiere hacer durante ese tiempo? También pueden asistir a los niños, a los ancianos, a los papás si va a morir el pequeño, ayudar al chiquito si se va a morir su hermano; a trabajar con los médicos que atienden niños…”.
En su discurso por los 50 años de la Facultad de Psicología (FP), señaló que en esta escuela “se forman profesionales en distintas áreas del conocimiento, desde numerosos enfoques, corrientes y metodologías, en temas relacionados con la conducta y las interrelaciones humanas”.
Medina-Mora relata que durante los momentos más difíciles de la pandemia de Covid, la Secretaría de Salud “ideó un sistema en el que 70 organizaciones dieron tiempo gratis a la población. Nosotros fuimos una de ellas; también la Facultad de Medicina, la Asociación Psiquiátrica Mexicana, las asociaciones de psicólogos, desde las cuales sus miembros ofrecieron tiempo gratuito”.
La Dirección General de Atención a la Comunidad de la UNAM diseñó un sistema que permitió hacer un cuestionario, añadió, “el cual se hizo aquí y en el Instituto Nacional de Psiquiatría, para que las personas pudieran tener una aproximación sobre qué les estaba pasando, ver si necesitaban tratamiento, ofrecer uno adecuado, tener consentimientos informados, con código QR, primero para contestar el cuestionario y después aceptar el tratamiento y se les pudiera localizar. Fue un trabajo colaborativo entre la Secretaría de Salud, la Facultad y muchas otras organizaciones, y la Facultad lo que permitió fue el tamizaje, el seguimiento, la supervisión y la canalización”.
Durante la pandemia “también aprendimos que la llamada telefónica era una herramienta fantástica, porque muchas personas que pedían ayuda no tenían espacios privados, pues estábamos todos confinados en nuestras casas. Con el teléfono se podía de alguna manera encontrar esa privacidad, con la que pudieran recibir la atención, y eso fue algo muy gratificante. No nos veíamos, pero la intervención telefónica fue muy exitosa, pues la Facultad ya había desarrollado un modelo de prevención de suicidio”.
Desde “nuestra vocación decimos que sin salud mental no hay salud”, precisa. “Lo vemos muchísimo: una persona que está deprimida puede ir a trabajar pero no va a producir, no va a progresar, porque la depresión es una carga terrible y eso es evidente en muchas otras áreas: hay un estigma. Creo que la pandemia de Covid nos permitió hablar, pues de repente nos dimos cuenta que era un tema de todos, no sólo de unos cuantos; todos habíamos tenido un malestar, o un pariente con problemas, nos sentimos pésimo en algún momento del confinamiento, en fin… Se empezó a hablar más pero sigue ahí el estigma, la enfermedad mental siempre se ha tratado de ocultar, que nadie sepa, y es lo peor que podemos hacer, porque eso hace que empeore, que no acudan a tratamiento; y algo en lo que pudo hacerse una intervención muy sencilla se vuelve más grave. En realidad la pandemia nos dejó ese beneficio de poder hablar de esto; pero además de la ansiedad y la depresión está el estrés postraumático, que en algunos casos incrementó las adicciones”.