El excéntrico pintor ibérico Salvador Dalí se sentó en el diván de la Facultad de Psicología (FP). Al conmemorarse tres décadas de su desaparición física como “hacedor de todas las artes” y que forjó en su obra pictórica el método paranoico-crítico, el investigador Hugo Sánchez Castillo dijo que artistas como el representante de la corriente surrealista “son neuropsicólogos ingenuos o involuntarios”.
“Para que una creación pueda entrar en un concepto de obra de arte, tiene que tener una característica muy importante: activar el cerebro. Yo sostengo que el arte universal tiene ese rasgo. El cerebro de quienes miran una obra con esta característica, lo disfruta; entonces el artista es un ‘neuropsicólogo ingenuo o involuntario’ en ese sentido, porque permite que mediante lo que realiza se pueda engarzar la apreciación a nivel cerebral, pues se entiende y se interpreta”, explicó.
Sánchez Castillo dejó en claro que no es la espiritualidad, energía o evocaciones lo que nos lleva a la creación y/o la apreciación artística, sino el encéfalo. “El cerebro es el encargado de obtener la información del medio, adquirirla, componerla, abstraerla y ejecutarla”.
Abstracción del arte
El investigador de la FP, aseguró que son esenciales para el arte cuestiones básicas como líneas, colores y luminosidad; por ello se debe considerar que conforme cambia la dinámica de activación del sistema nervioso central, en una condición normal, patológica o personal, se modificará la abstracción del arte y la forma en que el creador se expresa. “En Dalí y otros lo que podemos ver es cómo se modifica la manera de interpretar el mundo, al tener cambios en cuanto a la percepción sensorial por la propia historia de nuestro reforzamiento, por las características de psicopatías o enfermedades mentales, por un estado emocional y/o abuso de sustancias. Eso se refleja inmediatamente en la obra, lo que podemos observar es cómo se distorsiona la realidad”, añadió.
En el caso de la creación artística, continuó Sánchez Castillo, lo que tenemos que tener claro es que el arte, como todo acto humano, es una abstracción del mundo.
“Yo percibo una mesa o una silla y soy capaz de hacer una representación de eso y tener una ejecución, ya sea un cuadro, una pintura, lo que se quiera; todos podemos hacer una ejecución de este tipo, pero no todos tenemos la genialidad que tiene un artista de la representación.”
En nivel técnico, prosiguió, necesitamos no sólo participación del sistema de almacenamiento de información como es la memoria, la corteza; sino de sistemas de ejecución como son los ganglios basales, como es el cerebelo. “Entonces, cada artista en ese sentido es único”, apuntó.
“Además se junta otro aspecto muy importante, nuestro concepto de belleza, si lo llevamos al aspecto neurocientífico, tiene un papel fundamental, dado que las áreas que se activan cuando nosotros vemos algo que subjetivamente interpretamos como bello, se movilizan regiones que nos permiten tener este tipo de apreciaciones corticales. Es porque en ese sentido, al artista se le considera egoísta pues no hace una obra pensando en el otro, lo hace bajo su interpretación.”
Así se ejemplificó un fragmento de lo que sucedía al interior del cerebro de quien murió un 23 de enero de 1989 a los 84 años de edad, cuando aquel rostro con largos bigotes se hundió tras la muerte de Gala, su musa. Evocable también por sus frases, que lo mismo imantó detractores como aduladores: “Si hubiera dos mil Picasso, 30 Dalí, 50 Einstein, el mundo sería prácticamente inhabitable; pero que nadie se espante… no los hay”.