Todavía perduran vicios del apartheid

El gobierno que hace 30 años vetó aquella norma sigue usando a la raza como criterio para clasificar a su gente

Quedan resabios y se ha avanzado poco en ciertos aspectos.

Hace 30 años, el 17 de junio del 1991 para ser precisos, el Parlamento sudafricano derogaba la última ley que daba validez al apartheid (la cual instaba a clasificar a la población según su raza). Ese mismo día el artífice de la moción, el entonces presidente Frederik de Klerk, declaraba desde Johannesburgo: “La desaparición total de este sistema segregacionista tardará aún varios años”.

Quizá por esta terquedad en persistir todavía hay quienes debaten sobre cuándo fechar tal deceso, pues aunque para algunos la disolución del segregacionismo se dio en el 91, para otros esto debería datarse en 1992, cuando se realizó un referéndum para abolirlo (en el cual sólo opinaron blancos; la gente con piel oscura no podía sufragar) e incluso están los que recorren la efeméride al 94, cuando los negros, por fin ciudadanos en plenitud de derechos, votaron en masa por Nelson Mandela, haciéndolo presidente.

Desde el siglo XVII

Aunque el apartheid comenzó oficialmente en 1948, refiere Sandra Kanety Zavaleta, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en realidad las prácticas discriminatorias en la región se dieron desde mediados del siglo XVII, cuando los colonos holandeses se asentaron en la zona, lo cual no sorprende porque en la época más que excepción, eso era la regla.

¿Pero cómo un sistema con estas características pudo sobrevivir hasta casi finales del siglo XX y, pese a las críticas internacionales, recibir el apoyo de países como Estados Unidos? A decir de la académica la respuesta —como tantas otras— depende de las ventajas geoestratégicas obtenidas por la Unión Americana por llevar una relación tersa con el gobierno sudafricano, en especial durante ese largo periodo conocido como Guerra Fría.

“Es un poco como la cercanía actual entre Israel y EU. Washington, tan severo a la hora de juzgar a Siria o Irak por sus continuas violaciones a los derechos humanos, de repente guarda silencio cuando se trata de señalar los atropellos cometidos por su socio contra los palestinos, pues le conviene quedar en buenos términos con un país clave para sus intereses en el Medio Oriente.”

Por ello Sandra Zavaleta subraya que no es casual que el fin del apartheid se diera entre 1991 y 1992, justo cuando cayó la Unión Soviética, pues al quedarse sin su papel de aliada estratégica en la Guerra Fría, Sudáfrica perdió apoyos y quedó expuesta a las presiones internacionales que exigían el fin del segregacionismo.

Sin embargo, a 30 años de distancia, muchos de los vicios de aquel sistema aún perduran, como señala el economista Ayabonga Cawe, quien hace poco aseveraba ante los medios: “Nunca desmantelamos el apartheid”, ello en referencia al hecho de que casi 90 por ciento de la riqueza de su natal Sudáfrica se concentra en manos de los blancos, pese a que son apenas 7.8 por ciento de la población.

Cuando en 1991 el presidente De Klerk anticipaba lo difícil que sería desmontar la mentalidad segregacionista, parecía estar dialogando con el presente, pues un hecho que evidencia lo poco que se ha avanzado en ciertos aspectos es el de que entonces el Parlamento buscaba acabar con el apartheid derogando una ley que ordenaba a las personas según su raza. Hoy, a 30 años de distancia, el mismo gobierno que vetó aquella norma de segregación sigue usando a la raza como criterio para clasificar a su gente.

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