Tuvo 10 nominaciones
Tres Oscar para Roma
Mejor dirección, Mejor película de habla no inglesa, y mejor fotografía
Roma, de Alfonso Cuarón (exalumno del CUEC), una de las grandes favoritas de la 91 edición de los Oscar, ganó tres estatuillas de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood: mejor dirección, mejor película de habla no inglesa y mejor fotografía.
El filme del cineasta mexicano es la primera cinta en español que recibe el galardón como película extranjera. De las 24 categorías de los Oscar, también estuvo nominada a mejor película, mejor actriz, mejor actriz secundaria, mejor diseño de producción, mejor guion original, mejor sonido y mejor edición de sonido.
El nombre del largometraje hace referencia a la colonia Roma en Ciudad de México, pues Cuarón vivió ahí su infancia. Es un trabajo autobiográfico en el que plasmó los lazos que consolidó con la mujer que fue su nana. La trama recrea el escenario familiar del cineasta, desde la intimidad del hogar hasta algunos paisajes urbanos de la década de los años 70 del siglo pasado.
Las protagonistas de Roma, Yalitza Aparicio y Nancy García, debutaron como actrices en la película; ninguna de las dos había estado frente a una cámara.
Anteriormente, la cinta fue distinguida por la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la televisión (BAFTA) en su 72 edición, que le otorgó cuatro premios: mejor película, dirección, fotografía y mejor película de habla no inglesa. Además, en la entrega 76 de los Golden Globe Awards consiguió el galardón a mejor director y película extranjera.
Todos los caminos…
La Roma de Alfonso Cuarón no está en ningún mapa. No es aquella metrópoli imperial a la que presuntamente llegaban todos los caminos; tampoco es la colonia porfirista ubicada al sur de Ciudad de México. Es un sitio reconstruido en un set para hacerse visible en la pantalla, un lugar que habita en la memoria del cineasta nacido en 1961 en el extinto Distrito Federal. Una urbe personal que se deja habitar por recuerdos ajenos gracias a la generosidad de la pantalla.
Más que una historia sobre la desintegración de una familia clasemediera vista a través de los ojos de Cleo (Yalitza Aparicio), una de las dos trabajadoras domésticas que laboran en el hogar, Roma es la transcripción fílmica del recuerdo que tiene Cuarón de Liboria Rodríguez, trabajadora doméstica y nana de él y sus hermanos. La historia de Cleo transcurre a contraluz de la tragedia familiar; es una silueta servil que deambula en la casa y que nunca termina de integrarse al mural genealógico. Cleo es un espectro que protagoniza una anécdota sucedida en 1971.
A partir de lentos travellings laterales, de panorámicas sigilosas en alevoso blanco y negro (Cuarón estuvo a cargo de la dirección de fotografía), la cinta desvela instantáneas temporales: las habitaciones de la casa familiar, la avenida Insurgentes, un llano con todo y cerro tatuado con las iniciales del primer mandatario en donde el profesor Zobek convive con los halcones, el lago seco sobre el que se construyó Ciudad Nezahualcóyotl con todo y hombre bala y discurso priísta, la Ribera de San Cosme y la represión a estudiantes, un bosque en llamas, una playa de Tuxpan.
Al tiempo que los hechos transcurren en el relato, en la antigua URSS Andrei Tarkovski filmaba Solaris, obra maestra en la que el cosmonauta Kris Kelvin sufre los embates de un planeta cuyo mar materializa sus recuerdos. Algo similar ocurre en el set de Roma: el guionista y director ofrece sus recuerdos para darles vida en la pantalla. El cosmonauta Cuarón, a diferencia de la astronauta de Gravity (2013), no queda flotando a la deriva, controla el universo con precisión.
En efecto, Roma no se hizo en un día. Para que el cine mexicano llegara a estos grados de refinamiento en la realización de cintas institucionales hubieron de pasar décadas. Es una película impecable que pasará a la historia no sólo por la plataforma de streaming en la que fue estrenada, sino por el caudal de premios y nominaciones que ha acarreado y por las opiniones generadas.
Es aventurado decir que el filme de Cuarón es el mejor del cine mexicano; pero es innegable que (valga la metáfora astronómica), en la galaxia cinematográfica nacional, donde se siguen expandiendo vastos sistemas como Vámonos con Pancho Villa (Fernando de Fuentes, 1936), y Los olvidados (Buñuel, 1950), donde orbitan planetas imponentes como Los hermanos del Hierro (Ismael Rodríguez, 1961), donde siguen absorbiendo energía agujeros negros como La fórmula secreta (Rubén Gámez, 1966) o Tajimara (Juan José Gurrola, 1965), Roma ya brilla con luz propia.