Un año después, sigo padeciendo secuelas

Erick dio positivo a la COVID-19 el 28 de enero de 2021. Tiene sobrepeso, pero no es diabético, aunque sí tiene hipertensión. Se hizo la prueba porque su esposa estaba enferma. No tuvo síntomas graves los primeros ocho días, pero al noveno tuvo una súbita baja de oxigenación por la madrugada. Acudió al hospital, donde le dijeron que necesitaba un concentrador de oxígeno o un tanque.

Tiene 51 años y carece de seguro médico, por lo que regresó a casa después de hacerse una tomografía en un laboratorio particular. La inflamación de los pulmones se hacía presente. Su médico, también particular, inició un tratamiento con dexametasona y anticoagulantes, además de otros medicamentos para intentar frenar el desarrollo de la enfermedad.

“En febrero de 2021 la demanda de tanques de oxígeno y concentradores era tal que no pudimos conseguir un concentrado de grado médico, así que compramos uno en 30 mil pesos. No sirvió. Tuvimos que gastar otros 30 mil en un tanque grande que se tenía que llenar a diario. Los servicios de oxígeno gratuito que pusieron en la ciudad no servían para un tanque grande, sólo era para los pequeños y gastamos cerca de mil pesos por día. Tuve oxígeno más o menos 55 días”.

El 15 de marzo, Erick ya se encontraba mejor, en apariencia había librado la muerte, pues tuvo afectación de 75 por ciento en ambos pulmones, con oxigenaciones tan bajas como de 70 por ciento, pero ese día tuvo un infarto cerebral que lo llevó al Hospital General Doctor Gea González.

Tras sobrevivir al infarto, tuvo que seguir con anticoagulantes que le recetó su doctor y con apoyo respiratorio ocasional, aunque ya no requería el tanque, sino que lo solucionaba con el concentrador.

“Un año después sigo con secuelas. Mis pulmones no se han recuperado y, aunque llevo una vida casi normal, me cuesta mucho recuperarme cuando me canso y esas fatigas ocurren cuando hago esfuerzos pequeños como subir una escalera o camino distancias largas”.

Erick no ha recibido terapia para rehabilitación pulmonar, sólo ha seguido las instrucciones de su médico, quien lo ha tratado desde hace tiempo y que sin ser neumólogo lo “sacó adelante”. Siempre que me ven los médicos, “por ejemplo, el neurólogo y el cardiólogo que me dan seguimiento por lo del infarto, me dicen que yo tenía que haberme hospitalizado y debía estar intubado. Estoy vivo de milagro”.

¿No has acudido a rehabilitación, a un centro como el INER?

“No, la verdad es que con los ejercicios que me manda Ricardo (su médico) estoy muy bien. Cada vez me siento mejor y aunque todavía hay afectación en los pulmones, también es cierto que me recupero paulatinamente.”

Erick también tiene otras secuelas neurológicas, como falta de concentración, pérdida de las agudezas visual y auditiva, “una vez ya no pude seguir leyendo. Fue como si las letras ya no tuvieran sentido, me desesperé porque ya no sabía qué hacer. Me quedé dormido y al despertar ya pude seguir leyendo, fue como si me hubiera reseteado. Otra cosa que me sucede es que se me olvidan las cosas y algo que nunca me pasó fue la pérdida del gusto o del olfato. Una más que ya me estoy tratando es la disfunción eréctil, que no tenía antes del infarto cerebral”.

Agrega que “el problema es que todavía no había vacunas, porque yo creo que si hubiera estado vacunado no hubiera pasado esto, me habría recuperado mejor; por eso, en cuanto me tocó la vacuna fui y también a la segunda dosis y al refuerzo”.

Para Erick ya pasó lo peor y aunque aún tiene secuelas, ha recuperado la mayoría de sus actividades.

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