Raúl Tamez, egresado del SUA

Un bailarín metido a sociólogo

Entiende que las dos actividades son como el ying y el yang; los marcos teóricos le han servido para ver con otros ojos el arte

Foto: Raúl Espinoza/cortesía Raúl Tamez.

Hay noches que pueden cambiarnos la vida; para Raúl Tamez fueron dos. La primera tuvo lugar hace unos 20 años, cuando estaba por cumplir los 17 y, al no encontrar boletos para el teatro, entró a una función de danza contemporánea, sin saber muy bien de qué iba aquello. “Era una puesta llamada Espejo de linces, de Cecilia Lugo, y lo que vi sobre el escenario me dejó sin palabras. Ahí supe que mi futuro era ser bailarín”.

La segunda se remonta a 2013, cuando a falta de oportunidades en México migró a Barcelona. “Estaba muy triste, llevaba medio año sin encontrar trabajo dancístico; sólo me ofrecían empleos de mesero y en call centers, y contemplaba con seriedad renunciar al arte. Una noche el encargado del bar que frecuentaba, un catalán corpulento y algo entrado en años, al verme tan deprimido me dijo: ‘Tú bailas, ¿cierto? ¿Por qué no, en vez de dolerte, montas tu propia coreografía? Te presto el foro y haces algo para los clientes’. Así nació mi primera pieza: Payaso capital”.

 

Hay un tercer evento que Raúl no cuenta entre los anteriores (y sólo porque no sucedió de noche, mas no por ello le resulta menos importante): cuando se inscribió en la UNAM para estudiar Sociología en el Sistema de Universidad Abierta (SUA), algo crucial para él pues, desde entonces, dicha disciplina ha marcado sus obras. Y es que –dice–, a diferencia de la danza clásica que repite siempre las mismas dramaturgias y se autolimita a Diana y Acteón o El lago de los cisnes, la contemporánea se abre al mundo, dialoga con la actualidad y te permite reflexionar sobre la sociedad y sus problemas.

Desde Payaso capital, su ópera prima, en la que habla sobre los parados (desempleados) de España, hasta Migrant mother, inspirada en entrevistas que hizo en Nueva York a integrantes de la comunidad mexicana del Bronx, las piezas de Tamez son las de un coreógrafo convencido de que el arte es tan capaz de exaltar sentimientos como de revolucionar mentes.

“Mi deseo de lograr justo eso me llevó a revisar los planes de la UNAM. Al principio me debatía entre cursar Psicología o Sociología; al final elegí la última y la estudié a distancia. Yo hice la secundaria en sistema abierto, así que la modalidad no me intimidaba; además, sólo así podía compaginar mis estudios con algo tan demandante como el baile”.

Ganador en 2016 del Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga, la crítica especializada ha sido entusiasta al destacar las propuestas frescas y arriesgadas de Tamez, algo que él aduce a su forma de crear, una donde las ciencias sociales y el arte dialogan. “Intento establecer puentes que vayan de la teoría a lo artístico y viceversa, aunque la finalidad siempre es estética, nunca la de generar una tesis o un tratado”.

¿Un bailarín metido a sociólogo? Raúl refiere que ésta es una de las preguntas que más le formulan, y cuando la escucha suele responder que para él esto es como abarcar un espectro que va del ying al yang, “pues si bien en lo académico te mueves en el campo de lo objetivo, en lo artístico prima la subjetividad”. Y en ello no encuentra ninguna contradicción; para él los marcos teóricos le han servido para ver, con otros ojos, el arte.

“Por ejemplo, para usar un concepto de Ricoeur, yo diría que la danza contemporánea, por su uso de la abstracción y la metáfora, genera exceso de sentido”, añade Tamez en alusión a aquel fenómeno descrito por el antropólogo francés donde el lector accede a nuevos entendimientos si acepta que hay ideas opuestas que, al colocarse juntas, revelan verdades evidentes, como la de que existen alegrías tristes, silencios atronadores o días con la capacidad de cambiarnos la vida que son, en realidad, noches.

A Tamez le gusta reflexionar sobre su arte y no lo oculta. “¿Y por qué lo haría? La danza me lo ha dado todo, la posibilidad de conocer gente interesante, de vivir en siete países y de viajar a 36”, y aunque se presente siempre como bailarín, casi de inmediato añade que es también sociólogo, como si fuese lo más natural del mundo. “Nos demos cuenta o no, la danza es sociológica: todo el tiempo representa lo que vivimos socialmente”.

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