Un espejo de nuestras ansiedades: cine y epidemias

No es casualidad que en la cuarentena impuesta como medida preventiva para frenar los contagios de COVID-19, más de uno haya encontrado en el séptimo arte un refugio o la zona adecuada para aumentar las ansiedades.

El cine es un espacio de infinitas posibilidades, una herramienta donde podemos proyectar nuestras fantasías, deseos, temores y anhelos. No es casualidad que en la cuarentena impuesta como medida preventiva para frenar los contagios de COVID-19, más de uno haya encontrado en el séptimo arte un refugio o la zona adecuada para aumentar las ansiedades.

El mejor ejemplo son aquellos que decidieron reproducir sin miedo Contagio (Contagion, 2011), de Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y video, Erin Brokovich), donde se construye un thriller alrededor de una epidemia global y el pánico que ésta desata. Científicos trabajan a marchas forzadas por encontrar una cura, mientras el tejido social se desgasta lentamente gracias a la incertidumbre provocada por los medios alternativos de información, ruido que entumece los sentidos.

Soderbergh teje un drama metódico inspirado por la aparición del H1N1 en el 2009, aunque su acercamiento no abandona del todo la vena de entretenimiento de la que bebe continuamente el cine norteamericano, como si lo hace Epidemia (Outbreak, 1995) o la adaptación cinematográfica de la novela firmada por Michael Crichton La amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain) de 1971, cuyo final suaviza el descrito por el texto original.

Un caso contrario es la mexicana El año de la peste (1979), en la que Felipe Cazals también se muestra metódico, aunado a cierta distancia y frialdad que le impone a los acontecimientos de su película. Cazals no ve a la peste que azota a la Ciudad de México como una fuente de caos, sino que ésta, en realidad, sólo agudiza los problemas preexistentes de la metrópolis misma.

Es una visión cargada de pesimismo, como lo subraya Jorge Javier Negrete, conductor de Resistencia Modulada en Radio UNAM, en un texto para el sitio Butaca Ancha:

“El papel del gobierno es duramente cuestionado, los medios puestos en escrutinio y representados de manera mórbida. La peste parece venir de un lugar podrido dentro del sistema de valores, ratas infectadas que atestan nuestras creencias y que permiten la peor barbarie de todas: presenciar la demolición de todo y permanecer impávido e indiferente, sin esperanza de cura.”

La adaptación cinematográfica de La peste, dirigida por Luis Puenzo en 1992, busca llevar el texto de Camus por un sendero similar, a pesar de que el realizador argentino no encontró el balance adecuado entre las acciones descritas por Albert Camus y las metáforas emanadas de éstas gracias a la libertad de su acercamiento, además de cierto anacronismo desatado por trasladar el relato a la Sudamérica de los años 90.

Quizá la mejor representación de la epidemia como metáfora la haya creado el sueco Ingmar Bergman, quien con su Séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) no sólo cuestiona lo divino sino el miedo al holocausto nuclear y sus consecuencias, todavía frescas de la Segunda Guerra Mundial, en el imaginario colectivo. El crítico cinematográfico Gary Giddins escribe al respecto en el libro Ingmar Bergman’s Cinema:

“Su tema principal debe haberse registrado con Bergman: ¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios? ¿Importa una vez que se acepta el vínculo de la fe? Habiendo perdido la fe en la víspera del apocalipsis, Block, como los paganos de (Pär) Lagerkvist en los albores del cristianismo, necesita que Dios se muestre. Bergman reconoció una correlación entre su visión de la Edad Media y el miedo de mediados de siglo a la devastación atómica. Como un apasionado del cine, no podría haber sido ajeno al continuo flujo de escenarios del fin de los días.”

La peste negra que persigue al protagonista del Séptimo sello, Antonius Block (Max von Sydow), es una sentencia ineludible porque, invariablemente, la Muerte (Bengt Ekerot) siempre podrá ejecutar la última jugada en la partida de ajedrez que mantenemos con ella a lo largo de nuestras vidas.

El caballero medieval de Bergman no es el único que lucha fútilmente por escapar de su destino marcado por la calamidad. Pensemos en el protagonista de La Jetée (1962), un viajero del tiempo que busca pistas para entender el estallido de la Tercera Guerra Mundial y que fue retomado por Terry Gilliam en Doce monos (12 Monkeys, 1995).

El mundo distópico planteado por Gilliam fue azotado por una cruenta pandemia, una enfermedad creada por el hombre que los científicos de dicha realidad han combatido sin éxito. El viaje de James Cole (Bruce Willis) al pasado es la confirmación una condena imposible de eludir, está escrita en la fragilidad de nuestra existencia.

Otro que tocó el tema de la fragilidad humana frente a una epidemia es David Mackenzie, realizador de origen escosés, quien puso a los actores Ewan McGregor y Eva Green al centro de Al final de los sentidos (Perfect Sense, 2011). El largometraje nos presenta el enamoramiento de Michael, chef de profesión, y Susan, una científica, mientras el mundo se ve afectado por un extraño padecimiento que despoja a los enfermos de sus sentidos, empezando por el olfato.

En medio del caos, el romance entre los protagonistas crece. La debilidad de nuestras estructuras sociales, según lo retrata Mackenzie, no hace sino potenciar los sentimientos entre Susan y Michael. Al final de los sentidos no es sino una película romántica con envoltura de cine apocalíptico.

Si Mackenzie propone el acercamiento humano como paliativo ante el colapso, por su parte David Robert Mitchell expone los potenciales peligros del contacto sin protección en Está detrás de ti (It Follows, 2014), filme en el que una jovencita (Malika Monroe) contrae una extraña “maldición” después de un encuentro casual con un muchacho, éste le advierte que a partir de ese momento un ente, visible sólo para ella, la seguirá sin descanso hasta matarla y la única forma de librarse de él es pasándole la enfermedad a otro incauto.

Mitchell utiliza el cine de género –un horror envuelto en neón y sintetizadores, en este caso– para capturar la vulnerabilidad de relacionarnos sin reparos. Olvidar ciertas protecciones al convivir significa exponerse a peligros mayores. Algo similar le sucede a Rose (Marilyn Chambers) en Rabid (1977), del canadiense David Cronenberg, ya que al someterse a una cirugía después de un accidente en moto termina con una peligrosa enfermedad en el cuerpo.

Un punzón de apariencia fálica se desarrolla en una de las axilas de Rose y una urgencia por contacto humano se apodera de sus pulsiones, los encuentros culminan con el nuevo apéndice alimentándose de la sangre de los hombres que se acercan a Rose, convirtiéndose en zombies cegados por sus impulsos. La propagación conduce a Canadá directo a la anarquía.

En el cine dedicado a los zombies es común atestiguar lo rápido en que nuestros núcleos sociales caen en la anarquía. Éste popular subgénero y sus innumerables representaciones (28 días después, Guerra mundial Z, Shaun of the Dead, REC, Infectados, The Walking Dead, y un largo etcétera), sin duda le deben su cariz más político a un sólo hombre: George A. Romero, quien inyectó la realidad política de su tiempo a su ópera prima La noche de los muertos vivientes (The Night of the Living Dead, 1968).

El racismo y los complejos de clase son más peligrosos para los sobrevivientes de La noche… que los mismos cadáveres ambulantes, en apariencia deseosos de la carne humana. Es un tópico remarcado por el escritor Luis Pérez Ochando en su libro George A. Romero: Cuando no quede sitio en el infierno:

“La diferencia, si la hubiera, es que los muertos caminan juntos, mientras que los hombres se matan entre ellos. En la casa de La noche de los muertos vivientes, Ben y Harry Cooper se agreden y disputan cada plan. Hacen su reino y fortín de casa esquina de la granja, pero apenas se percatarán de que el mundo ya no es suyo… Llegará el fin del mundo y, dentro y fuera de la casa, vivos o muertos, los hombres se comerán entre ellos.”

Los comentarios políticos sólo aumentaron conforme avanzó la carrera de Romero, especialmente en sus películas dedicadas a la figura del zombie y sus derivados, siempre sublimando la realidad bajo la fachada del cine de horror. Por ejemplo, de Colapso: exterminio brutal (The Crazies, 1973) –donde una virus liberado por el gobierno transforma a los habitantes de un pacifico pueblo en violencia pura–, el autor cinematográfico argumentó en una entrevista concedida a Rod Serling’s The Twilight Zone Magazine en agosto de 19811:

“Fue hecha en la época de Kent State. Recuerda lo enojadas que estaban las personas por los disparos de la Guardia Nacional en el campus. En última instancia, creo, la película trata con la política un poco demasiado a la ligera. Tiene un estilo escandaloso y obsceno, y algunas personas pueden haber pensado que nos estábamos burlando de la política, explotando Vietnam y la tragedia de Kent State. No estábamos en absoluto. De hecho, The Crazies fue una película muy enojada y radical, sí se ve a través de la superficie cómica.”

El cineasta nacido en Nueva York entendía que el cine podía ir más allá del entretenimiento, la luminosa pantalla de un oscuro cine podía convertirse en el espejo idóneo para proyectar nuestras ansiedades y miedos. Décadas después, a media cuarentena, miles han decidido transformar su hogareña pantalla con un objetivo muy similar al de Romero.

1 Entrevista recuperada en el libro George A. Romero – Interviews, editado por la University Press de Mississippi.

También podría gustarte