Una sátira sin fecha de caducidad: 80 años de El gran dictador

Años antes de la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, Charles Chaplin, como por sus comedias, vio en Adolph Hitler y el nazismo una amenaza para la paz del mundo

Las dos primeras figuras a nivel mundial que dio el cine fueron Césare, el sonámbulo de El gabinete del Doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920), y un vagabundo inglés –conocido en la tierra de Isabel II como The Tramp y, en ciertos países de habla francesa o española, como Charlot– interpretado por Charles Chaplin. Éste fue, sin duda, uno de los grandes titanes del cine silente, las aventuras a las que sometía Chaplin a su personaje conmovía a los cinéfilos de esos años y el lenguaje de su cuerpo, no sus palabras, le permitían ser entendido en casi todos los rincones del mundo.

Para finales de la década de los años 30, Chaplin había conseguido fama y fortuna gracias a largometrajes como El chico (The Kid, 1921), La quimera de oro (The Gold Rush, 1925), El circo (The Circus, 1928), Luces de la ciudad (City Lights, 1931), y Tiempos modernos (Modern Times, 1936); además de un centenar de cortometrajes como actor y director –entre los que destacan –Easy Street (1917), The Immigrant (1917), A Dog’s Life (1918), Behind The Screen (1916), The Tramp (1915), entre otros–.

El sonido apareció en el cine a mediados de los 20 y para 1927, con el estreno de El cantante de Jazz (The Jazz Singer), los talkies se habían posicionado como el futuro de la industria. Sin embargo, Chaplin se negaba a seguir los nuevos tiempos y su vagabundo seguía conquistado la taquilla sin necesidad de emitir palabra. La expectación por su nuevo proyecto era mayúscula, ¿cedería el cineasta a las presiones de la industria? Chaplin tenía una preocupación más grande que sonorizar o no sus trabajos, del otro lado del océano un hombre había conquistado el deprimido espíritu de los alemanes con promesas de lucha y odio: Adolph Hitler.

“En el momento en que Chaplin preparaba su Producción número 6, las operaciones de la Segunda Guerra Mundial habían empezado ya en España. Las tropas de Mussolini y de Hitler intervenían abiertamente en la Guerra Civil al lado de Franco. Chaplin no ocultaba a sus íntimos su simpatía por la causa republicana. No le conmovió menos la agresión japonesa contra China en 1937, lo mismo que los acontecimientos dramáticos que se sucedieron en Europa: la entrada de Hitler en Austria, la traición de Munich, la anexión parcial y luego total de Checoslovaquia”, rememora el investigador cinematográfico George Sadoul sobre el cargado ambiente político de esos años en Vida de Chaplin, publicado en 1952.

Sadoul añade: “Estos hechos históricos se reflejarían de modo directo en la Producción número 6, cuyo título y asunto permanecieron largo tiempo secretos. Chaplin empezó a trabajar en el guión en 1938, en Carmel-by-the-Sea… La película pasaría por muchas transformaciones antes de llegar a su forma definitiva: El gran dictador… En el primer guión de El Dictador, un prisionero es sacado del campo de concentración por unos conspiradores que llevan camisas pardas. Ese pequeño judio, perfecto sosías de Adolfo Hitler, ocupaba el lugar del Führer. Una mujer, que intentaba asesinar a Hitler, se conmueve ante la angustia del pequeño judio.”

Ese pequeño resumen del primer guión que tuvo la película llegó pronto a oídos del Tercer Reich, pronto el gobierno alemán buscó la manera de boicotear la filmación de Chaplin. Primero mediante George Gyssling, cónsul alemán en Los Angeles, pero ante su ineficacia el embajador nazi en Estados Unidos, Hans-Heinrich Dieckhoff, lanzó un ultimatum a los productores norteamericanos: si alguna filmación se atrevía a atacar el nazismo habría un boicot en Alemania a todas las películas estadunideneses.

La neutralidad anunciada por el gobierno de Franklin D. Roosevelt permitió a los millonarios productores ejercer cierta presión sobre Chaplin, además de que se montó una campaña de difamación en su contra gracias a sus posturas políticas que incluyó pronósticos de atentados contra su seguridad y amenazas de muerte. El cómico respondió ante las intimidaciones continuando con la filmación y asegurando que Hitler no tenía nada de qué preocuparse, el proyecto ahora se llamaba Los Dictadores e incluía un papel para Benito Mussolini.

Las presiones sólo crecieron con el estallido de la guerra, un fuerte movimiento aislacionista se gestó en los Estados Unidos y Chaplin detuvo la filmación durante algunos meses. Fue entonces que el realizador entró en la mira de La Comisión de Actividades Antiamericanas del parlamento americano, ésta había nacido con la intención de combatir las actividades de grupos hitlerianos en América, pero la ola de aislacionismo hizo cambiar sus intenciones a todo aquel que mostrara apoyo a la causa de los países aliados.

La derrota de Francia motivó a Chaplin para seguir con la producción, aunque el acoso de La Comisión no cesó. Anota Sadoul en su libro: “Hollywood, dócil, se mostraba prudente. De 1939 a 1941 no hubo ni veinte películas americanas que abordaron el tema de las hostilidades en Europa, ni siquiera amparándose en la guerra del 14. Chaplin fue el único que se atrevió a atacar directamente a Hitler en un momento en que La Comisión Dies acusaba a la pequeña Shirley Temple de ser una ‘roja’ peligrosa, cuando los bombardeos de la Luftwaffe amenazaron con aniquilar Londres y en que se esperaba un próximo desembarco alemán en Inglaterra.”

El gran dictador se estrenó el 15 de octubre de 1940 en Nueva York. La película era la continuación coherente y lógica de Tiempos modernos, duraba más de dos horas. Parodiando una famosa fórmula hollywoodense se le advertía al público que ‘Cualquier parecido entre el barbero judio y el dictador Hynkel se debe a una pura coincidencia’”, agrega Sadoul en Vida de Chaplin.

El largometraje parodiaba abiertamente a Hitler y sus aliados del Eje, mostrándolos como seres soberbios y ridículos en su búsqueda de grandeza a través del dolor ajeno. Es el barbero, suplente del vagabundo en la trama, quién ofrece la secuencia más memorable de la película: un discurso, su impacto fue mayor porque Chaplin se había mostrado reacio a permitir hablar a su personaje más querido. Tal vez no era el entrañable vagabundo, pero el mensaje de paz de Chaplin resonó con fuerza:

“…El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas. Ha levantado barreras de odio. Nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades, la vida será violenta. Se perderá todo…”, expresa a cuadro el humilde barbero.

“Los aspectos más perdurables del discurso final son su calidad aspiracional y tono y su
fe subyacente en la humanidad. Chaplin dibuja a grandes razgos un futuro esperanzador y deja la implementación de su visión a otros, a pesar de que los aspectos más desagradables de la naturaleza humana pueden evitar que la humanidad alcance su utopía prometida. Aunque algunos pueden encontrar clichés en el mensaje de Chaplin, incluso frustrantes, uno no puede evitar conmoverse por la presciencia de sus palabras y la apelación de su poderosa acusación de todos los que buscan tomar el poder para sí mismos en detrimento de todos los demás.
El discurso final de El gran dictador sigue siendo relevante y valioso en el siglo XXI y
probablemente seguirá siéndolo mientras el conflicto corrompe la interacción humana y los déspotas perduran”, subraya el historiador Jeffrey Vance en su libro Chaplin: Genius of the Cinema.

Chaplin apostó buena parte de su capital artístico y financiero a la película, costó $1,403,526 millones de dólares, detalla Vance, una decisión arriesgada teniendo en cuenta que la cinta no podría ser distribuida en todos los mercados como sus anteriores proyectos silentes. No obstante el tiempo terminó por darle la razón, El gran dictador recaudó cinco millones de dólares a nivel mundial y ahora es considerada una de las grandes obras cinematográficas del mundo, fue añadida a la Librería del Congreso de Estados Unidos en 1997.

Un agente que trabajó en la división de cine del Ministerio de Cultura Nazi, según lo detalla Vance, aseguró al llegar a Estados Unidos huyendo de la guerra que Hitler tuvo oportunidad de ver la película. “Adolf Hitler se molestó cuando escuchó que Chaplin estaba trabajando en El gran dictador, y hay evidencia de que Hitler realmente vio la película. … las autoridades nazis obtuvieron una copia y Hitler proyectó la película una tarde en soledad. La noche siguiente volvió a ver la película solo. Eso es todo lo que el agente pudo decirle a Chaplin. Al transmitir la anécdota, Chaplin dijo: ‘Daría cualquier cosa por saber lo que pensó’. Sin importar lo que Hitler haya pensado de Chaplin y El gran dictador, la película sobrevive como una sátira suprema y una de las obras más importantes y duraderas de Chaplin”, concluye Vance.

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