Detectives que siguen la pista, desde la historia del arte

Hay semejanzas entre su cosmovisión, arquitectura, cerámica y ceremonias rituales

Tukipa, centro ceremonial wixarika, Tierra Morada, Mezquitic, Jalisco. / Vaso-arca del diluvio cósmico. Cultura tumbas de tiro. Museo Regional de Guadalajara. Fotos: cortesía Verónica Hernández.

A partir de mitos, de cerámica de calidad excepcional y de arquitectura religiosa es posible identificar líneas de continuidad entre la cultura tumbas de tiro –que se desarrolló entre el año 300 antes de nuestra era y el 600 de nuestra era– y los wixaritari o huicholes, coras, y mexicaneros que constituyen la entidad denominada Gran Nayar.

Así lo afirma la investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Verónica Hernández Díaz, quien ejemplifica esto con el mito que hasta la actualidad se mantiene entre los huicholes y coras sobre una creación de una etapa del universo y de la humanidad:

La Diosa Madre de la Tierra previno al campesino Watákame de una gran inundación, le dijo que debía tallar en un tronco una caja para resguardarse, y llevar con él a una perra negra, granos de frijol, maíz y raíces de calabaza para alimentarse.

El universo se llenó de agua y la caja flotó por cinco años mientras recorría el cosmos. Al sexto año se detuvo en una montaña, comenzó a secarse todo y a brotar la vegetación. Watákame inició sus labores de siembra y la perra eventualmente se transformó en mujer; y ambos se convirtieron en la pareja primigenia de la nueva humanidad.

Este mito, explica la doctora en Historia del Arte, está asociado con imágenes de hace unos dos mil años, plasmadas en vasos cilíndricos estilo Comala, y en los que es posible identificar esta inundación universal.

Los vasos contienen una serpiente bicéfala cuyo cuerpo traza un arco bajo el cual aparece una figura humana, y simboliza el inframundo que los mesoamericanos pensaban era acuoso, así como la totalidad del cosmos inundado.

“El mito tiene una dimensión oral, pero también una visual, plástica y están interconectadas”, asevera la especialista en arte del antiguo occidente de México.

Dice que la cosmovisión, la ritualidad, el idioma y la cultura en general de los grupos indígenas actuales son elementos fundamentales para quienes estudian el pasado antiguo, pues en muchos casos les permiten establecer analogías, comparaciones con evidencias u objetos artísticos milenarios.

La cultura tumbas de tiro, abunda Hernández Díaz, se asentó en un vasto territorio de lo que actualmente es el sur de Zacatecas, Nayarit, Jalisco, Colima y partes colindantes de Michoacán, y una de sus expresiones más reconocidas es su arquitectura funeraria en la que junto a los difuntos colocaban ofrendas con esculturas y vasijas cerámicas decoradas con calidad magistral.

Hay registros históricos y textos en los que señalan que desde la época colonial –siglo XVI– hay presencia de coras y huicholes en parte del territorio donde se asentó la cultura tumbas de tiro.

Son grupos que resistieron a la conquista y se fueron replegando hacia el sector meridional de la Sierra Madre Occidental y, hasta la actualidad, mantienen con enorme vitalidad y autenticidad elementos propios de su raigambre más ancestral.

“Podemos decir, en términos generales, que tienen raíces de origen mesoamericano y los estudios etnográficos los han asociado con una región cultural denominada Gran Nayar”, apunta la experta.

Los grupos étnicos que constituyen el Gran Nayar se ubican en áreas de Durango, Zacatecas, Jalisco y Nayarit, han superado acciones de conquista, invasión, explotación, exterminio y han logrado una supervivencia notable, con enorme apego a sus tradiciones culturales, añade Hernández Díaz.

Arquitectura y universo

También pueden encontrarse semejanzas entre la cultura tumbas de tiro y el Gran Nayar a partir de edificaciones asociadas con ceremonias, a nivel de superficie, dispuestas en forma circular y concéntricas; con una construcción central rodeada de un patio anular, el cual a su vez está delimitado por una serie de templos de base rectangular, conocidas como guachimontones y que son muy peculiares en Mesoamérica.

Los huicholes tienen una arquitectura ceremonial denominada tukipa que también tiene una planta de tipo circular, un patio o plaza circundada por edificios de planta rectangular y, desde hace varias décadas, se ha señalado el parecido entre estas edificaciones y esa antigua arquitectura prehispánica.

La académica asegura que los tukipa son para los huicholes modelos arquitectónicos del universo y tienen una dimensión política. Según los etnólogos, constituyen centros político-religiosos que tienen la función de aglutinar ciertas zonas en el territorio en el que habitan los wixaritari.

En términos religiosos, el elemento principal es un edificio de planta circular denominado tuki que para los huicholes representa, por sí solo, una réplica del cosmos con alusiones al recorrido aparente del Sol de oriente a poniente, y en cuyo piso hay una cavidad central que conduce al mundo de abajo, identificado como la parte más antigua del universo.

Esa ligazón con lo antiguo es muy propia de la visión mesoamericana y también se relaciona con una fogata y la imagen escultórica del dios del fuego. Los mesoamericanos confieren al fuego un carácter primigenio que origina al Sol.

“El tuki no se localiza en el centro del conjunto, se desplaza hacia el lado poniente, pero se enlaza con un eje del mundo: como un árbol cósmico, un centro que va a congregar, en el que se van a unir todos los rumbos del universo, y no sólo tiene que ver con los puntos solsticiales, sino también con el arriba y el abajo.

“Es así como podemos identificar la idea de la estructura del cosmos por parte de los mesoamericanos y asimismo de los wixaritari que son pueblos de raigambre mesoamericana”, asienta la investigadora.

Allí se llevan a cabo ceremonias de la mayor relevancia, dedicadas a deidades y ancestros asociadas con el arriba, el abajo, el Este y el Oeste.

“La totalidad del conjunto tukipa configura un espacio geometrizado intermedio y habitado por los humanos y sus ancestros deificados. El patio o plaza es muy importante pues allí se colectiviza el ritual conocido como mitote que involucra danza, música, canto de los mitos cosmogónicos, ceremonias agrícolas y es, justamente, donde el mara´akame” –que es un intermediario entre el mundo natural y sobrenatural– recita relatos míticos sobre cómo se concibe el cosmos, cómo se creó; cómo se explican la naturaleza, y así se actualiza el mito”, remarca la especialista universitaria.

Vista de dos de los complejos arquitectónicos ceremoniales en Teuchitlán, Jalisco.
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