“Yo no quería ser Botero ni una señora que pinta”

Guerra y paz: una poética del gesto, retrospectiva de la artista colombiana, se exhibe en el MUAC hasta el 30 de junio

Los suicidas del Sisga. Foto: Diana Buendía | Servicio social.

Me voy a Bucaramanga a saber que sé”. Con esta frase, una joven Beatriz González, que acababa de terminar la carrera de arquitectura, rechazaba la invitación que le hacía el director de su facultad para quedarse a dar clases. “La necesitamos aquí en la universidad”, le insistía. Pero no. Ella necesitaba saber qué sabía.

“En primer lugar me di cuenta de que uno no puede enseñar a pintar sino cuando tiene más de 80 años –estoy sobrada, pero no me importa–. Esa frase: ‘saber que sé’, me ha alimentado toda la vida, y he pensado que para los artistas jóvenes, los que están en dudas, para todos, que hagan un retiro espiritual y que se sienten a ver qué saben”, dijo la artista.

En el marco del 15 aniversario del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), la pintora colombiana compartió parte de su experiencia en la charla previa a la inauguración de su retrospectiva: Beatriz González. Guerra y paz: una poética del gesto, curada por Cuauhtémoc Medina y Natalia Gutiérrez.

Beatriz González contó que nunca pensó en ser artista. Como desde quinto de primaria su maestra la llamó así al ver un ejercicio de clase, el retrato de una mandarina, asumió que no tenía que estudiar para ser artista porque ya lo era. Así que empezó tarde.

“Para los que todavía tienen esperanzas, les digo que no se preocupen. Que a los 28 yo estaba en un sí y un no y, de pronto, yo pude ser artista.”

Pero advirtió: “Es difícil ser artista. En nuestros países latinoamericanos uno tiene tendencia a ser derivativo, y yo quería ser muy original”.

Después de algunos años hizo estudios de Bellas Artes. Tenía fama, en su grupo, de mala pintora. Pero sus obras incipientes, coloridas, llamaron la atención.

Ha utilizado una paleta de colores que Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del MUAC, describió como estridente. Verdes, amarillos brillantes, “casi ácidos”. Una elección característica que, aseguró la artista, tuvo su origen en su Bucaramanga.

“Tiene unos atardeceres estridentes. Desde mi casa se veía la cúpula de la Sagrada Familia de un amarillo, de un anaranjado muy fuerte, y las venas que direccionan sus segmentos son verdes, con el centro vino tinto. Es un poco estridente. Cuando el sacerdote terminó el encargo de pintarla, que tardó mucho, le dijeron: ‘lo que dejó es una cúpula guacamaya’”, relató. “Por eso mi papá me decía: ‘venga la niña que es artista a ver el atardecer’”.

Compartió también que sus colores, y algunos materiales con los que ha trabajado, provienen de su fascinación por el mal gusto.

“Mi mamá tenía muy buen gusto. Se aterraba que fuéramos a hacer cosas de mal gusto”, refirió. “Y cuando empiezo a pintar encuentro que las cosas de mal gusto eran las que debía poner: los bordes de colores estridentes, las esquineras, cosas que no fueran comunes… Voy descubriendo el mal gusto como un elemento para incluir en mis cuadros. Es una mirada al mal gusto”.

Así comenzó a pintar con colores comerciales. Luego dejó de lado el soporte formal del cuadro, el lienzo, por la misma razón. Exploró otros soportes, como el metal y los muebles. Esto, recuerda, comenzó un día que acompañó a su esposo a una tienda de materiales de construcción y afuera encontró la base de una cama de metal, que alguien iba a desechar, y que estaba pintada como una imitación madera. Se llevó aquel artefacto para trabajar sobre él. El resultado se exhibe en esta retrospectiva.

“Yo no quería pintar como Botero, ni ser una señora que pinta”, resumió la artista.

La obra de Beatriz González es una constante búsqueda de originalidad a través de la apropiación de su contrario.

Una de las partes más reconocidas de su producción está inspirada en la gráfica periodística de la nota roja. La artista toma una fotografía y la reproduce en gran formato, pero para ello sustrae todo lo que considera innecesario: lo que queda son algunos trazos, gestos potentes de lo que ha seducido a su mirada.

Una de sus piezas clave, Los suicidas del Sisga, tiene su origen en un error de impresión en una fotografía de prensa. Más allá de sus aspectos formales, es una referencia de la violencia que aqueja a Colombia. “No estoy buscando una reacción”, precisó. “Estoy produciendo un poco de participación del dolor”.

La muestra estará abierta hasta el 30 de junio de 2024 en las Salas 1, 2 y 3 del MUAC.

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