14 años: luchador social, estudiante de Derecho y Premio de la Juventud

Recibió el galardón por la promoción y defensa de los derechos humanos

A sus 14 años, Fernando de Lucio es activista en contra de la desaparición forzada de personas, lucha por los derechos de la infancia y adolescencia en América Latina y el Caribe y por los niños migrantes. Acaba de ingresar al primer semestre de la licenciatura en Derecho de la UNAM y estudia Comunicación y Medios Digitales en la Universidad del Valle de México (UVM).

Por su labor recibió el Premio de la Juventud 2021 en la categoría de mérito por la promoción y defensa de los derechos humanos.

La primera vez que escuchó sobre la desaparición forzada fue en una marcha del 10 de mayo, donde varias mujeres protestaban por sus hijos ausentes. Recuerda que tenía aproximadamente ocho o nueve años y no entendía qué era eso y una activista le contó su historia.

Más tarde decidió entrevistar a las personas que perdieron familiares y vio a varias quebrarse emocionalmente.

Se acercó, por ejemplo, a dos niños menores de edad, de 15 y 12 años. A sus ojos, el primero se veía muy alto, con una figura imponente, pero al comenzar a hablar sobre su hermano desaparecido vio cómo su figura se hizo pequeña e indefensa, se quebró como un cristal y lloró desconsoladamente.

La niña de 12 tenía desaparecida a su mamá, y le contó que, de ser necesario, junto con su abuela, la buscaría toda la vida. “Esas dos experiencias me dolieron mucho”. Sintió tanta empatía que decidió iniciar su propia lucha. Creó su canal de YouTube, donde sube contenidos de esta temática, participa en seminarios para generar conciencia y en varias iniciativas de defensa de los derechos humanos.

Se ha involucrado en Tejiendo Redes de la Infancia, una coalición que combina distintas organizaciones para promover y crear un mejor futuro para los pequeños de América Latina y el Caribe.

Es integrante del colectivo Nuestra Voz Cuenta, agrupación de 50 niños, niñas y adolescentes de América Latina y el Caribe, quienes se reúnen para hablar acerca de aquello que les interesa.

Foto: cortesía Fernando de Lucio.

Su historia

Fer, como le dicen su familia y amigos, se describe como una persona inquieta; a veces mueve mucho los pies y se distrae mirando para todos lados. “Pienso más rápido de lo que hablo y por eso luego me equivoco, me trabo y me quedo buscando la palabra correcta”.

Recuerda que acudió a distintas escuelas, tanto públicas como privadas, y siempre sufrió bullying, quizás porque tiene una manera diferente de aprender, con su propio estilo. A veces se le complican unos temas, pero otros le son más fáciles.

En las ocho diferentes escuelas a las que acudió las maestras y sus compañeros seguían un sistema muy riguroso que no le permitía adaptarse.

“Siempre he sido hiperactivo y por eso me iba mal. Me amarraban a las sillas e incluso una directora me jaló el pelo y yo tenía miedo de ir a la escuela.”

Junto con sus padres decidió que la escuela no era para él y así buscaron otra forma. A partir de los 8 años lo hizo desde casa bajo un modelo que le permitió adaptarse a su propio ritmo.

Se concientizó sobre la necesidad de aprender en su vida diaria y en la realidad para resolver problemas. Fue así como se adelantó varios grados y terminó primaria, secundaria y preparatoria de forma temprana.

“Con el fruto de mucho esfuerzo y dedicación, como dicen algunos con sangre, lágrimas y sudor, obtuve un buen promedio que me permitió abrirme las puertas a diversas opciones.”

Sus padres son periodistas y lo inspiraron para seguir la carrera de comunicación en la UVM. Sin embargo, su búsqueda por hacer de este mundo un lugar mejor lo llevó a la UNAM.

Tiene dos pasiones: la primera, por los medios digitales, la comunicación y el periodismo, y por eso siguió esa carrera; la segunda, por los derechos humanos, que lo encauzó a la licenciatura de Derecho.

Señala que en México hay muy buenos abogados, pero también hay algunos coludidos con el crimen organizado. “Tenemos muchos problemas de corrupción y yo quiero ser un buen abogado para ayudar a las personas y además tener mejores condiciones en materia de leyes”.

Desde los cinco años lo llevaban al Universum, Museo de las Ciencias, y en el camino siempre veía las instalaciones y a las personas contentas. “Desde entonces me sentí puma. Me decía que quería estudiar en la UNAM”.

Al terminar la Prepa, pensó: “De una vez vámonos al concurso de la UNAM”.

Concluye: “Cuando uno tiene un sueño se siente muy poderoso y fuerte, y así logré entrar a la Facultad de Derecho”.

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