A 200 años del estreno de la Novena de Beethoven

“Si la consideramos específicamente, la idea dominante en esta sinfonía –la de la fraternidad universal–, con su aura religiosa y optimista, siempre ha sido muy atractiva”: Gabriela Villa Walls, académica de la Facultad de Música de la UNAM

El 7 de mayo de 1824 fue viernes. Ese día –ese histórico día– el mundo de la música experimentó algo así como un terremoto cuando las notas de la Sinfonía número 9 en re menor, opus 125, “Coral”, de Ludwig van Beethoven, sonaron por primera vez en el Theater am Kärntnertor de Viena, Austria, bajo la batuta del compositor y director de orquesta austriaco Michael Umlauf, pero con el músico alemán también en el escenario, marcando el tiempo.

Según las crónicas de la época, tras la conclusión del primer movimiento de la nueva sinfonía beethoveniana se oyó una salva de aplausos atronadores; el segundo también concitó una entusiasta ovación y tuvo que ser interrumpido y retomado por la orquesta desde el principio; el tercero, con su enternecedora belleza, enamoró a la concurrencia; pero el cuarto, que comienza con lo que Wagner llamó una “fanfarria del terror” y más adelante incorpora cuatro voces solistas (soprano, contralto, tenor y bajo) y un coro a la orquesta, hizo que los oyentes simple y sencillamente enloquecieran.

Se cuenta que, una vez que la Novena llegó a su fin, Beethoven –para entonces ya completamente sordo– todavía se hallaba absorto en la partitura, por lo que la contralto Karoline Unger debió tomarlo del brazo y hacer que se volviera en dirección al público, que gritaba y aplaudía fuera de sí.

Cambio en el orden tradicional

Beethoven compuso la Novena entre 1817 y 1824 (fue su última sinfonía completa; posteriormente dejaría inconclusa la Décima), aunque terminó la mayor parte entre 1823 y 1824, después de las Variaciones Diabelli en do mayor, opus 120, y al mismo tiempo que la Missa solemnis en re mayor, opus 123.

“Es interesante destacar que, si bien Beethoven siguió –de algún modo, en la Novena– la forma usual de la sinfonía clásica, pues tiene cuatro movimientos, cambió el orden tradicional de éstos. Normalmente, en una sinfonía clásica (de Haydn o Mozart), el primer movimiento es rápido (Allegro), el segundo, lento (Andante); el tercero, bailable o juguetón (Menuetto o Scherzo); y el cuarto, rápido (Allegro). Beethoven abrió con un movimiento no demasiado rápido (Allegro ma non troppo, un poco maestoso), pero sustituyó el segundo (lento) por uno rápido (Molto vivace) y el tercero (bailable o juguetón) por uno lento (Adagio molto e cantabile)”, dice Gabriela Villa Walls, académica de la Facultad de Música de la UNAM.

Ahora bien, de acuerdo con Villa Valls, lo verdaderamente innovador en esta sinfonía es el cuarto y último movimiento (Presto –Allegro ma non tropo– Allegro assai), porque Beethoven introdujo en él cuatro voces solistas y un coro para cantar la Ode an die Freude (Oda a la alegría), escrita por el poeta alemán Friedrich Schiller en 1785.

“Beethoven conoció este poema cuando era joven y durante muchos años tuvo la intención de ponerle música. En cuanto al igualmente llamado Himno a la alegría de la Novena, una melodía sencilla, con rasgos de la música tradicional alemana, tiene dos antecedentes en la obra del mismo compositor: el lied Gegenliebe (Amor correspondido), compuesto en 1795, y la Fantasía para piano, voces solistas, coro y orquesta en do menor, opus 80, Fantasía coral de 1808, en la que Beethoven usó la misma melodía de Gegenliebe.”

Por otro lado, “se puede afirmar que el cuarto y último movimiento de la Novena tiene rasgos religiosos… No hay que olvidar que Beethoven trabajó, al mismo tiempo, la Missa solemnis y esta sinfonía, debido a lo cual ambas composiciones comparten, además de la exaltación religiosa, ciertos recursos musicales”, añadió.

Punto de partida

Sin duda, la Novena es el punto de partida de diversas obras sinfónicas con voces solistas y/o coro compuestas en los siglos XIX y XX por Berlioz, Liszt y Mahler, entre otros compositores.

“Si estaban interesados en componer una sinfonía, todos los músicos que sucedieron a Beethoven se las tenían que ver con lo que éste había hecho. Schubert, quien por cierto estuvo en el estreno de la Novena, dijo: ‘¿Quién puede hacer algo después de Beethoven?’. Asimismo, para Brahms, el peso del compositor nacido en Bonn era casi abrumador”, explica.

En la cultura occidental, “Beethoven es una figura gigantesca, aunque el entusiasmo por sus obras ha variado a lo largo de los años. Sin embargo, si la consideramos específicamente, la idea dominante en la Novena– la de la fraternidad universal–, con su aura religiosa y optimista, siempre ha sido muy atractiva. Por eso, en 1985, el Consejo Europeo adoptó la melodía de la Oda a la alegría como el Himno de la Unión Europea y, en diciembre de 1989, a unos días de la caída del muro de Berlín, Leonard Bernstein dirigió la Novena en dicha ciudad para celebrar tan trascendental acontecimiento”, comenta la académica universitaria.

Melodía sencilla, cantable

Incluso la gente que no gusta de lo que se conoce como “música clásica” identifica de inmediato el cuarto y último movimiento de la Novena y a su autor. ¿A qué puede atribuirse este fenómeno?

Villa Walls responde: “Creo que a la naturaleza de la melodía de la Oda a la alegría, la cual fue el resultado de años y años de trabajo de Beethoven. Como ya señalé, es sencilla, cantable, reconocible, optimista; permite que cualquiera que la escuche se la apropie. Pero a esto también hay que sumarle el hecho de que, en la cultura occidental, la figura de Beethoven es casi mítica”.

La partitura original de la Novena, compuesta por casi 200 páginas, es uno de los tesoros más valiosos de la Biblioteca Estatal de Berlín, y desde el 12 de enero de 2003, esta sinfonía, dedicada por Beethoven a Federico Guillermo III de Prusia, está inscrita en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés).

El 19 de abril de 1942, en la capital del Tercer Reich, la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Wilhelm Furtwängler, interpretó la Novena de Beethoven en un concierto en honor de Adolf Hitler, quien ese día cumplía 53 años.

Si bien el Führer no asistió, numerosos jerarcas nazis, entre ellos Joseph Goebbels, sí fueron a la sala de conciertos y ocuparon buena parte de las butacas.

Cuando se escuchó el último compás de esta sinfonía y los asistentes empezaron a aplaudir, Goebbels se levantó de su asiento y fue a saludar de mano a Furtwängler, quien segundos después, de acuerdo con la filmación que hay del suceso (y que fue incluida en la película Réquiem por un imperio, de Itsván Zsabó), se limpió la mano con su pañuelo para que no quedara en ella rastro alguno del hombrecito encargado del Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich.

Obra predecesora

El escritor estadounidense Robert W. Gutman, autor de sendas biografías de Wagner y Mozart, aseguraba que el Offertorium de tempore “Misericordias Domini” en re menor, para cuatro voces, pequeña orquesta, bajo y órgano, Köchel 222, compuesto por Mozart en 1775, contiene una melodía que anticipa con claridad la Oda a la alegría.

Theater am Kärntnertor de Viena, Austria.

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