Analizan la complejidad y grandeza de la cultura maya

Lo sagrado para este grupo era invisible e impalpable, aseguró la investigadora emérita Mercedes de la Garza

Dzibilchaltún.
Lo sagrado para los mayas era invisible e impalpable, aun cuando consideraron al Sol y a la Luna símbolos, había símbolos del símbolo. Por ejemplo, el Sol en un jaguar, y la Luna en un conejo, así lo expuso Mercedes de la Garza Camino, investigadora emérita del Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFl) de la UNAM.

Al intervenir en el Ciclo de Conferencias Magistrales Reflexiones y Enfoques de la Filología por el 50 aniversario del IIFl, la exdirectora del Museo Nacional de Antropología habló no sólo de los dioses, sino de la cosmogonía, la cosmología y los ritos en la cultura maya, de la cual es especialista.

“En cuanto a los ritos, el juego de pelota sólo lo practicaban los gobernantes como ejercicio de magia porque provocaba el movimiento de los astros y se reflejaba en el disco de Chinkultic; la música en diversos contextos era básica porque se convertía en el sonido esencial para que el dios descendiera”, externó.

Respecto a los dioses se refirió al cocodrilo como uno de los símbolos sagrados más importantes para los mayas, así como a los que denominan dragones que son “seres compuestos por varios animales”. Enumeró también a deidades como Chaahk, dios de la lluvia; Ah Puch, de la muerte; e Ixchel, diosa de la Luna con su conejo, que era considerado su alter ego animal.

En el Aula Magna del IIFl, la también doctora honoris causa por la Universidad Estatal de Humanidades de Rusia se refirió también a la cosmología de los mayas, cómo la Tierra, el cielo y el inframundo se dividían a su vez en cuatro apartados.

Habló además de la arquitectura extraordinaria de sitios como Palenque, Tikal, Edzná, Dzibilchaltún y Chichén Itzá. Respecto a la cosmogonía, mencionó y citó al Popol Vuh, “el mejor texto sobre el origen del mundo”.

Cantos de los serafines

En su oportunidad, Mario Humberto Ruz Sosa, investigador del Centro de Estudios Mayas del IIFl, relató que, según el imaginario de casi todos estos pueblos, durante los primeros días del fallecimiento, “los muertos no están aún ‘ausentes’ y del todo muertos, vagan por el paisaje recogiendo sus pasos, de hecho, muchos de ellos, ni siquiera se han enterado de su cambio de adscripción”.

Lo harán apenas, continuó, una vez que sus familiares y amigos hayan concluido el ciclo de rezos y como se apunta en Yucatán, entonen esos cantos tristísimos de los serafines. Es entonces, aseguran, cuando el muerto despierta para percatarse de lo sucedido y de inmediato volver a entrar en un sueño esta vez definitivo, parecería pues que uno se da cuenta de su propia muerte a través del sentido del oído.

Agregó que hacer una conmemoración tras 21 años de la defunción de alguien, como estilan algunos grupos mayas, no resulta tampoco insólito si recordamos que cada 20 años comienza en el calendario maya tradicional un nuevo periodo, que es precisamente la medida propia de lo humano.

Finalmente, Germán Viveros Maldonado, investigador emérito del Centro de Estudios Clásicos del IIFl, se abocó a la filología clásica y a la dramaturgia novohispana, donde realizó un compendio sobre las fases de los textos teatrales.

Estableció que de manera cronológica transitaron los siguientes géneros en el teatro novohispano: evangelizador; de colegio o convento; callejero; coliseo, y el denominado máquina de muñecos.

Mercedes de la Garza. Foto: archivo Gaceta UNAM.
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