No están presentes en su materialidad, permanecen por medio de sus vestigios

EN BÚSQUEDA DEL MURALISMO PERDIDO

Alegoría del viento (1928), Roberto Montenegro (el mural y dos aspectos del mismo). Fotos: INBAL.

En la Biblioteca Infantil de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Carlos Mérida pintó el cuento de Caperucita Roja a partir de 19 escenas acompañadas de versos escritos por Gabriela Mistral. Aquellos murales iniciados en 1923 muestran la exploración sobre las formas geométricas del pintor de origen guatemalteco y un acompañamiento en la construcción de un lenguaje americanista. A pesar de la gran importancia de este programa mural que nos permitiría hablar de la configuración de redes latinoamericanas a partir de la SEP, de los posibles significados y simbolismos de los personajes en el México posrevolucionario o de la actualización feminista dada por la pluma de Mistral, estos murales ya no se encuentran más en el espacio para el que fueron creados. Sus colores, alguna vez considerados frutales y tropicales, se han perdido y las escenas del cuento sólo han llegado hasta nosotros mediante fotografías en revistas y periódicos, de las páginas de libros y de los testimonios de algunos participantes del movimiento mural.

Como La Caperucita Roja, son muchas las composiciones murales de la década de los 20 del siglo pasado que fueron destruidas, borradas, repintadas, atacadas y alteradas. Ya fuera por decisiones políticas, pugnas ideológicas, problemas de conservación o simplemente por la necesidad de renovación de imaginarios, los murales perdidos forman una historia paralela a aquella de los muros pintados que siguen expuestos a la opinión y visión pública. ¿Cuántas veces se habrán reproducido los paneles de Día de tianguis de Rivera (ubicados en el edificio de la SEP) en oposición a La danza de los listones, de Jean Charlot, que el mismo Diego destruyó para ubicar su composición?

No obstante, la ausencia material de los murales no ha impedido que sigan siendo discutidos y estudiados. Aquellos murales perdidos fueron robados al futuro, pero al destruirlos, al profanarlos, éstos pudieron transmutarse, quedando dispersos en distintos soportes y formatos. Esta destrucción se convierte en recreación al establecer conexiones con otros fragmentos, construir símbolos y metáforas y así, el actuar de los investigadores se asemeja al de los detectives con un rompecabezas a resolver.

Otro caso paradigmático del muralismo perdido es el de los murales realizados en los claustros oriente y poniente del anexo de la Escuela Nacional Preparatoria, ubicado por unos años en lo que fuera el Antiguo Colegio de San Pedro y San Pablo de la época colonial. Murales realizados por Gerardo Murillo, Dr. Atl, y Roberto Montenegro de los que únicamente conservamos reproducciones fotográficas y un solo panel: Alegoría del viento, el cual se conserva actualmente en el Museo Palacio de Bellas Artes. La propuesta decorativa de aquel complejo marcaba distancia de los murales de San Ildefonso y configuraba su propio vocabulario simbolista, orientalista y de recuperación de lo popular, con lo cual le daba continuidad al modernismo de principios del siglo XX. Su destrucción se asocia al cambio de régimen tanto político como pedagógico al finalizar la década.

Sin embargo, no sólo hablamos de rastros ubicados alguna vez en el centro del país, sino que el muralismo, al ser un movimiento pluricéntrico, dejó indicios en otras partes del país como Guadalajara o Veracruz. Por ejemplo, donde alguna vez hubo un monumental San Cristóbal pintado por Amado de la Cueva en el Palacio de Gobierno de Guadalajara o el conjunto titulado Aplicación a las artes y la vida, realizado por Carlos Orozco Romero, que, a diferencia de Alfareros tonaltecas, rescatado por un grupo de restauración, ya no forma parte de la Biblioteca Estatal, hoy Museo Regional de Guadalajara.

En ese sentido, podemos mencionar también los murales realizados por Emilio Amero y Carlos Mérida en la Escuela Belisario Domínguez, un proyecto vasconcelista ubicado en la colonia Guerrero que proponía un tipo de escuela que conjuntara la arquitectura neocolonial, con patios amplios, instalaciones para clases de natación, gimnasio, baños, vestidores y salas de trabajos manuales, además de las aulas que permanecen siendo usadas para la educación primaria hasta el día de hoy. De formas simplificadas, contornos claros y colores brillantes, los murales de esta escuela mostraban otro acercamiento a la decoración en forma de largos frisos en los corredores, techos y capiteles representando flores, algunas escenas pastorales y juegos infantiles, otras con temática latinoamericanista teniendo como referencia a Simón Bolívar y algunos más haciendo referencia a cuentos como Alí Babá y los cuarenta ladrones, lo cual nos remonta al diálogo y contraste con la narrativa y el relato en la didáctica del muralismo. Estos murales se dieron por perdidos hace algunas décadas, por la cercanía del edificio a la antigua sede de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, lo que lo hizo sitio de prácticas de los alumnos durante varias décadas con lo cual los muros fueron pintados y repintados, una y otra vez. No obstante, hace alrededor de cinco años, iniciaron los trabajos de restauración y rescate de algunos de ellos. ¿Cómo decidir qué debe ser borrado y qué permanece? ¿La primera etapa del muralismo mexicano con Carlos Mérida y Emilio Amero o los murales de estudiantes de pintura entre los que podemos contar a Maris Bustamante? Éstas y muchas otras son preguntas que quedan para una próxima reflexión.

Así, la búsqueda del muralismo perdido pone las cronologías y narrativas de la historiografía en conflicto, porque, aunque no estén presentes en su materialidad, han logrado permanecer por medio de sus vestigios. Su traslado a otros formatos conjunta distintas capas temporales y, al mismo tiempo, permite que la búsqueda continúe. Es un recordatorio de la destrucción y al mismo tiempo una invitación a reactivarlos, a traerlos de vuelta, aunque sea través de la palabra.

San Cristóbal (1924-1926, destruido), Amado de la Cueva. Foto: Colección Jean Charlot / Universidad de Hawaii.
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