En la Costa Chica se expresan dinámicas de tolerancia religiosa

Esa diversidad coadyuva a que exista un soporte socioorganizativo de los pueblos, dijo Citlali Quecha Reyna, del IIA

En nuestro país tienen una impronta muy importante de catolicismo ibérico. Fotos: cortesía Citlali Quecha Reyna.
Los afromexicanos están en todos los estados de la República mexicana. Aunque hay regiones como la Costa Chica, en el Pacífico, y Veracruz, en el Golfo, donde puede haber una concentración mayor debido a procesos históricos, por las dinámicas de movilidad ahora se registra una dispersión interesante en el Estado de México, afirmó la investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA), Citlali Quecha Reyna.

Precisó que la entidad mexiquense es una de las que tiene mayor registro de esa población debido a la migración interna que se asienta en la zona conurbada de Ciudad de México, o quienes no pueden llegar a la frontera norte adoptan ese sitio para habitar de manera permanente.

Se piensa que practican la santería o religiones afroamericanas. “No es así. En nuestro país tienen una impronta muy importante de catolicismo ibérico en sus actividades religiosas”.

La universitaria –quien desarrolla el proyecto Las creencias religiosas entre los afromexicanos de la Costa Chica: un acercamiento desde la infancia– aclaró que también hay una creciente diversidad religiosa en esa zona de Guerrero y Oaxaca. A partir de la década de 1980, en particular, se registra la llegada creciente de iglesias pentecostales; también hay adventistas, presbiterianos, testigos de Jehová y, recientemente, mormones.

Es interesante que, a diferencia de otros lugares, en la Costa Chica no se expresan dinámicas de intolerancia religiosa; los distintos credos conviven pacíficamente. Incluso, esa diversidad coadyuva a que exista un soporte socioorganizativo de los pueblos, añadió.

Diáspora

Quecha Reyna explicó que los afromexicanos no han tenido una visibilidad tan notoria como otros sectores poblacionales. “Esto obedece a dinámicas históricas que han invisibilizado sus aportaciones; pero ellos han apostado por organizarse y combatir esa narrativa para posicionarse en el debate público”.

De acuerdo con el Censo 2020, en México 2 millones 276,213 personas se reconocen como afromexicanas; es decir, 2 % de la población. Del total, 50.4 % son mujeres y 49.6 varones, detalló la doctora en Antropología.

El dato, acotó, es reciente, ya que esta comunidad comenzó a contabilizarse a partir de 2015 en la encuesta intercensal del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, cuando 1.3 % de la población se reconoció como tal. Eso se debe a que en nuestro país se dejó de contabilizar a las poblaciones afro, con la conformación de la República.

Cuando México se constituyó como nación independiente se abolió el registro y la división por castas que se llevaba a cabo en el periodo Virreinal. Bajo el principio de que todos somos ciudadanos en igualdad de condiciones se dejó de contabilizar a los mulatos o negros, como se les denominaba en la Colonia. Ése fue el motivo para que colectivos y organizaciones sociales afro se movilizaran con el objetivo de ser estadísticamente visibilizados, y lo lograron.

Los niños acompañan las peregrinaciones.

Origen africano

A partir del siglo XVI, recordó Quecha Reyna, la región de la Costa Chica –que va del puerto de Acapulco, Guerrero, a Huatulco, Oaxaca– ha tenido una presencia significativa de personas de origen africano. Cuando en aquel entonces llegaron como esclavas fueron trasladadas de manera forzada a esa franja del territorio para trabajar en haciendas, principalmente ganaderas, algodoneras y de otros productos agrícolas.

Eso permitió su reproducción social, biológica y cultural durante siglos, y hoy vemos su presencia, con pueblos que forman parte de la diáspora africana y que generaron formas particulares de vivir.

Citlali Quecha consideró interesante cómo se manifiesta y diversifica el proceso religioso. En esa región hay un ciclo festivo articulado en torno al santoral católico, pero también existen otros espacios de culto que no son reconocidos por esta Iglesia.

Por ejemplo, hay dos imágenes veneradas, en particular, en Guerrero; una de ellas es la de San Manuelito, cuyo centro de peregrinación está en la comunidad de Boca del Río, municipio de Florencio Villareal. Se trata de una imagen de rasgos asiáticos encontrada en altamar, con un número importante de feligresía. “Encomendarse a él, creen, ayuda a cruzar la frontera norte, aliviar ciertas enfermedades, a dejar ciertos sufrimientos y hasta conseguir pareja”.

Incluso, hay peregrinaciones de integrantes de la comunidad LGBTIQ+ afromexicana, quienes asisten a agradecerle y venerarlo. Los niños no están exentos a esas prácticas y algunos acompañan esas peregrinaciones.

La otra es la de San Gonzalito, en la comunidad de Rancho Nuevo, perteneciente a Llano Grande, Oaxaca que también recibe peregrinaciones. “Se articula un circuito de interacciones sociales, religiosas y de parentesco ritual en torno a esas creencias; por ejemplo, las personas adquieren compadrazgos al acompañar las fiestas. Eso habla de la importancia que tienen esos santos para la consolidación de las formas de organización social”.

La antropóloga señaló que la llegada de los credos no católicos a la región no es nueva, proviene, incluso, de la etapa cardenista. A partir de entonces comenzó un trabajo arduo y paulatino de conversión en esos estados, hasta llegar a la Costa Chica, que no era un lugar de acceso fácil sino hasta los años 60 del siglo pasado, con la construcción de carreteras.

Su éxito, abundó Quecha Reyna, tiene una explicación. En el caso de los pentecostales, por ejemplo, es por las redes de apoyo y la ayuda emocional que proporcionan a la gente, el acompañamiento que le brindan a personas enfermas, alcohólicas o que consumen drogas para sortear esas situaciones, incluso, llegar a Estados Unidos.

Para zonas con alto grado de marginación, la presencia de esos credos puede significar que las mujeres aprendan a leer y escribir, y así estudiar la Biblia; convertirse les da valoración positiva, además de que pueden tener relaciones más armoniosas con sus esposos si ellos dejan de beber y ejercer violencia en su contra.

Entre los afromexicanos es interesante ver cómo se compagina la expresión de la religiosidad, con las creencias culturales de la zona. “Debido a los procesos de convivencia que han tenido indígenas y afrodescendientes, éstos han adoptado algunas pautas culturales de los pueblos originarios en la conformación de su propia identidad”.

Una de ellas, prosiguió la universitaria, es la creencia en los ‘tonos’, animales que acompañan la vida de los seres humanos. Se trata de una convicción religiosa que no comparte ideas con el sistema católico ni cualquier otro.

Los niños dicen que Dios existe y como parten de considerar su omnisciencia piensan también que deben agradecerle por tener su “tono” (“Dios me cuida y cuida a mi animalito”).

Los niños católicos participan con mucha fe en prácticas como las danzas, por ejemplo la de los diablos, los días 1 y 2 de noviembre, o la de toro de petate; saben que son para recordar a los muertos o venerar un santo, y eso les genera elementos de identidad afro.

En una segunda fase de su investigación, Citlali Quecha estudiará cómo viajan esas expresiones religiosas a otros lugares debido a la migración y cómo esas vivencias de la religiosidad son insertas, aceptadas o no, en otros espacios geográficos.

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