En las CTIM, brechas persistentes y retos para la igualdad

Foto: Juan Antonio López.

De acuerdo con la UNESCO, del total de personas en el mundo que cursan alguna carrera superior en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés, o CTIM en español) sólo 35 por ciento son mujeres, y su representación disminuye en las plazas de investigación a menos de 30 por ciento.

En la UNAM, la realidad no es distinta, pues si bien es cierto que las mujeres cuentan con una presencia equitativa respecto a los hombres en la matrícula general de licenciatura, su participación se reduce considerablemente en varias carreras CTIM.

Carreras femeninas y masculinas

Las mujeres no siempre tuvimos el derecho de estudiar, dictar cátedra e investigar en las universidades. Todavía hoy en día, con indignación, tenemos noticias de regiones y casos en el mundo donde explícita o implícitamente este derecho es vejado. Por esta razón, nuestro avance en la educación superior amerita ser leído como un logro histórico del activismo y la lucha de mujeres, así como una meta inconclusa que requiere nuevos y mayores impulsos para la igualdad sustantiva. Un insumo clave es problematizar las cifras de nuestra participación en las ciencias.

De acuerdo con la Agenda Estadística UNAM, del total de estudiantes inscritxs en nivel licenciatura durante el ciclo escolar 2021-2022, las mujeres representan poco más de la mitad (52.7 por ciento), en comparación con sus pares varones (47.3 por ciento). No obstante, al observar la distribución por sexo-género en cada una de las carreras, se hacen evidentes múltiples disparidades. En un extremo, se ubican licenciaturas con escasa presencia femenina, como es el caso de Ingeniería Mecánica (9.7 por ciento), Ingeniería Eléctrica Electrónica (12.15 por ciento) –ambas de la FES Aragón– o Ingeniería Mecánica Eléctrica (12.4 por ciento). Mientras que en el otro extremo se encuentran carreras altamente feminizadas, como Pedagogía (79.7 por ciento), Trabajo social (78.5 por ciento), Psicología (78.2 por ciento) o Enfermería (75.9 por ciento).

La tendencia persiste en estudios de posgrado, pues si bien la distribución por sexo-género es equitativa –48.8 por ciento hombres y 51.2 por ciento mujeres– en maestrías y doctorados del área de Ciencias Físico Matemáticas e Ingenierías las alumnas significan 27.3 por ciento de la matrícula. En este escenario se ubican los programas de Ciencias Físicas (13.1 por ciento), Ciencia e Ingeniería de la Computación (17.8 por ciento) y Ciencias Matemáticas (18.2 por ciento), en las que la realidad es más crítica.

Académicas: distribución desigual en niveles y áreas disciplinarias

Al igual que las estudiantes, las académicas se ajustan al patrón de aglutinarse en mayor o igual medida que los hombres en las ciencias sociales o biológicas, mientras que los hombres se imponen en el área CTIM.

En 2022 los Institutos y Centros de Investigación Humanística contaron con 46.8 por ciento académicos y 53.2 por ciento académicas, mientras que en los institutos y centros de investigación científica, la representación fue de 35.3 por ciento de mujeres frente a 64.7 por ciento de varones. A su vez, las entidades que concentraron un menor número de académicas fueron el Instituto de Ciencias Físicas (11.11 por ciento), el Centro de Ciencias Matemáticas (13.33 por ciento) y el Instituto de Física (17.65 por ciento).

Aunado a lo anterior, persiste la subrepresentación de las mujeres en los nombramientos académicos de mayor competitividad, pues en 2008 las mujeres representaban apenas un 35.5 por ciento la planta total de personas investigadoras, mientras que en 2022 –14 años después– el porcentaje permaneció prácticamente inamovible, con un ligero aumento de 1.5 por ciento (para llegar a 37.1 por ciento). Lo anterior, tiene implicaciones muy concretas, pues además de excluir a las mujeres del campo de la investigación científica, se enfatizan las brechas salariales entre hombres y mujeres, así como el acceso diferenciado a los beneficios y posibilidades de este ámbito académico.

Frenar el ciclo de exclusión

Como los datos lo constatan, la Universidad se ubica en el corazón de un lento, inconcluso y desafiante proceso de cambio de las lógicas sociales que históricamente han inhibido la incorporación sustantiva de mujeres en todos los ámbitos de la vida académica. Los desequilibrios en la composición por sexo-género de las comunidades es la superficie de un problema mayor de dimensiones estructurales que se basa, entre otras desigualdades, en la socialización de género de las niñas, la discriminación y violencia a lo largo del curso de vida, así como las dobles y triples cargas de trabajo asociadas con el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. En el contexto de la conmemoración del 11 de febrero, convocamos a que las reflexiones a propósito de las brechas de género nos orienten a formular “porqués” y nos motiven a proponer “cómos” para que, tan pronto como sea posible, podamos asegurar que los datos estadísticos no hablan de otra cosa que de la libertad de elección profesional de cada persona.

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