El valor de los humedales (superficie temporal o permanentemente inundada) además de ser estético, turístico o de esparcimiento, radica en que albergan una enorme diversidad biológica al ser el hábitat de plantas, invertebrados, peces, anfibios y aves.
Son además esenciales para el almacenamiento de agua y recarga de los mantos acuíferos, la regulación del clima e inundaciones, y la producción de alimentos.
Los ecosistemas costeros, en particular los manglares, dan una variedad de servicios ambientales: sostienen gran parte de la producción pesquera y funcionan como barreras contra huracanes e intrusión salina, entre otros.
Manglares, pantanos, lagos, ríos, oasis, marismas, pastizales húmedos y estuarios, forman parte de algunos de los paisajes más hermosos de México.
Purifican el agua al absorber contaminantes y como fuente de agua dulce son estratégicos, esenciales para la vida en el orbe; también pueden ser una de las soluciones más factibles e idóneas para mitigar el cambio climático, coinciden científicos de la UNAM.
Juan Núñez Farfán, del Instituto de Ecología, refiere que el problema ambiental más relevante que enfrenta la humanidad, el aumento de la temperatura global, debe mitigarse de alguna forma. Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y el uso de energías limpias, son algunas opciones, pero también se debe incrementar la captura de carbono de la atmósfera. “Los humedales, y los manglares en particular, son una opción factible, menos onerosa y con una cascada de beneficios para la vida en el planeta y para el bienestar humano”.
Para Fernando Álvarez Noguera, del Instituto de Biología (IB), estos ecosistemas tienen un papel principal, ya que son de los más importantes sumideros o reservorios de carbono.
No obstante, de acuerdo con información de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, los humedales desaparecen tres veces más rápido que los bosques.
Lo anterior se advirtió en 2018 en el informe The Global Wetland Outlook (Perspectiva mundial sobre los humedales), de las Naciones Unidas, “lo que genera impactos negativos directos y medibles en la calidad y disponibilidad de agua, seguridad alimentaria, biodiversidad y secuestro de carbono”.
Se calcula que los manglares pueden fijar hasta el doble de carbono que las selvas tropicales, por lo que su destrucción nos deja con menos oportunidades para enfrentar el cambio climático. Por ello, no sólo es indispensable detener la pérdida de esos hábitats, sino, de ser posible, incrementar su extensión, porque traerá beneficios al mundo entero, abunda Núñez Farfán.
México posee 20 por ciento del total de humedales en el ámbito global, de acuerdo con el Inventario Nacional de Humedales de 2012. Campeche es la entidad con una mayor superficie; le siguen Tabasco, Chiapas y Veracruz.
Sin embargo, “algunos colegas han calculado que de 1900 a 2010 se había perdido alrededor de 60 por ciento de los humedales en México, lo cual es una barbaridad. Y no es que desaparezcan totalmente, sino que su tamaño se ha reducido drásticamente”, apunta Álvarez Noguera.
Riqueza mexicana
Estas áreas terrestres saturadas o inundadas de agua de manera estacional o permanente, se encuentran en casi todo el planeta. Hay continentales -acuíferos, ríos, lagos, arroyos, marismas, turberas, lagunas, llanuras de inundación y pantanos- y costeros -manglares, marismas de agua salada, estuarios, albuferas o lagunas litorales y praderas de pastos marinos.
En nuestro territorio proliferan los ejemplos de humedales, con características muy diversas. Ellos son el escenario donde se ha desarrollado una parte considerable de la ecología y evolución de los organismos, recalca Juan Núñez.
Uno de esos ejemplos es el de Cuatro Ciénegas, Coahuila. “Hay estudios que señalan que hace 15 millones de años la zona tomó la conformación que tiene ahora. Se trata de un sitio de alta diversidad biológica y refugio de organismos”, relata Fernando Álvarez.
Esos ecosistemas también tienen el valor “de haber permanecido en el tiempo y servido como refugio para conservar la gran biota que está alrededor de ellos”. Pero, en este caso, como en otros del norte del país, se enfrenta el problema de la extracción del agua, sobre todo para la agricultura, y de seguir “terminará secándose”.
En contraste, otro lugar donde el científico también trabajó es en Los Tuxtlas, Veracruz, donde la laguna de Sontecomapan, con una gran cobertura de manglar alrededor, es un humedal que se conserva muy bien. “Hemos descrito su importancia en términos de la diversidad enorme de especies que alberga, que se agrupan en un espacio muy pequeño”.
Álvarez Noguera ahora está dedicado a proyectos en el estado de Chiapas, en las Lagunas de Montebello y la parte sur de la zona lacandona, sobre el río Lacantún. En las primeras “hay un problema de contaminación por agroquímicos que se creía que era de desechos urbanos, de aguas negras”.
Desde que empezó la práctica agrícola intensiva en la zona de Comitán y hacia el sur, varios cuerpos de agua de ese distrito lacustre se contaminaron. Unos son azules y transparentes y otros son verdes, debido a los agroquímicos y fertilizantes.
Por el contrario, en la parte sur de la reserva de Montes Azules se han conservado áreas enormes, y las características hidrológicas permanecen en buen estado.
Y agrega el integrante del IB: “En un proyecto de la organización no gubernamental Natura Mexicana, con el que colaboro, los estudios de largo plazo indican que la zona se está manteniendo, que el deterioro se detuvo y los indicadores son constantes. Tenemos una enorme riqueza que todavía está ahí, aguantando”.
Efecto del crecimiento de la población
Núñez Farfán, por su parte, alerta acerca del crecimiento de la población que en México se duplicó en pocos años; específicamente en las zonas costeras, ese factor y otros, como la construcción de hoteles e infraestructura turística y las industrias pesquera, portuaria, petrolera y petroquímica, ejercen presiones para los ecosistemas. “Las perturbaciones van desde descargas de aguas sin tratar hasta cortes a los flujos de agua naturales o construcción de carreteras”.
A partir de los años 90 el especialista estudia los manglares y su genética. Hay genes que determinan la adaptación de los organismos a ciertas condiciones; no es lo mismo un manglar en Chiapas que otro en la desembocadura del Río Bravo; la variación morfológica y fisiológica es muy grande, con mangles de 30 metros de altura o de uno.
“Cuando queremos realizar restauración ecológica tendríamos que hacerla con el conocimiento de cuál es la constitución genética más apropiada para cada lugar. En esto consiste la indagación de la genética del paisaje, en determinar dónde se encuentran las variantes y utilizarlas, si es posible, para la conservación.”
Aunque un manglar puede ser similar a otro en términos de la captura de carbono, aclara, posiblemente no lo sea en cuanto a su resistencia a enfermedades o a la capacidad de vivir con más o menos oxígeno disuelto en el agua.
En algún momento, prosigue el especialista, hubo la tendencia de que para mantener algo hay que darle un valor, incluso económico. No obstante, hay una parte “que no es de alguien, sino de todos. La conservación de la selva en el Amazonas o de los manglares de Chiapas o de Indonesia, es benéfica para todo el mundo, y como habitantes de la Tierra deberíamos valorar los ecosistemas no sólo porque nos son útiles a los humanos”.
El Día Mundial de los Humedales se celebra en conmemoración de la firma de la Convención sobre los Humedales, en Ramsar, Irán, el 2 de febrero de 1971, que desde hace medio siglo reconoce la significación de conservar estos ecosistemas; fue suscrita entonces por 70 países, y hasta enero de 2016 integraba a 169 naciones.
Con base en información de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, hasta 2015 México continuaba ocupando el segundo lugar en la lista de Sitios Ramsar o de humedales de importancia internacional, con 142.