Desde pequeños nos adoctrinan sobre qué significa ser masculino o femenino
La diversidad sexual cuestiona dogmas
No es deseable imponer estereotipos, dividir a la gente en dos bandos y, mucho menos, a partir de eso homogeneizar: Lucía Ciccia, del CIEG
En una charla de TED Talk, la profesora Lucía Ciccia recordaba que, de niña, veía a David Copperfield en televisión y lo que más disfrutaba era cuando éste le leía la mente a la audiencia. Para ella, el mejor truco de todos era aquel donde el mago miraba fijo a la cámara y pedía: “Elige un número del 1 al 10 y multiplícalo por 9; obtendrás una cifra de dos dígitos, súmalos entre sí y a lo que salga, réstale 5. Asocia el resultado a la letra correspondiente del abecedario (A si es 1, B si es 2); escoge un país con dicha inicial, luego piensa en un animal cuyo nombre empiece con la siguiente letra del alfabeto y, por último, ponle un color. ¡Espera!, debe haber un error, ¡no hay elefantes grises en Dinamarca!”
Lo que más le sorprendía en ese entonces era cómo el mago de Nueva Jersey acertaba al describir justo lo que ella tenía en la cabeza, confiesa la integrante del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG), quien añade que, aunque hoy se da cuenta de que todas las operaciones posibles daban por resultado 4 y, por ello, la gente enunciaría una nación con D y un animal con E, ¿por qué, entre tanta opción, muy pocos se decantaban por Dominica o por un escorpión?
A decir de la experta en neurociencias, más que magia lo que hacía David Copperfield era una predicción y, además, una bastante simple, ya que en la actualidad a ella le resulta obvio que los paquidermos están mucho más presentes en nuestro imaginario que los erizos, escarabajos, esturiones o estrellas de mar. Mutatis mutandis, algo similar hace la sociedad cuando lanza sus predicciones –y a partir de ello busca crear normas– sobre cómo debe ser la conducta, identidad, apariencia, ropa e incluso los deseos eróticos de un individuo según tenga vagina o pene.
“Y una genitalidad no te hace hombre o mujer: los órganos sexuales son parte de una estrategia reproductiva en términos de especie, pero no predicen –en un sentido causal biológico– cuál será mi subjetividad ni cómo ésta se verá atravesada por determinadas prácticas culturales”.
Sin embargo, desde pequeños nos adoctrinan sobre qué significa ser masculino o femenino, algo manifiesto en gestos tan caprichosos como vestir a unos bebés de rosa y a otros de azul, o dar como regalo de cumpleaños una muñeca o una pelota en función de si el o la festejada tienen cromosomas XX o XY. Y todo esto se fundamenta en una máxima que, en opinión de Lucía Ciccia, es tan cuestionable como endeble: la de que todos tenemos un género y un sexo al nacer.
“¿Y qué entendemos por cada uno de estos conceptos? Por un lado, el de sexo es una homogeneización utilizada para describir estrategias reproductivas en términos de especie; pero que no revela nada acerca de nuestra cognición o comportamiento. En otras palabras, un falo o una vulva no son indicadores de sexo, sino características biológicas.”
Por el otro –agrega– cuando decimos género nos referimos a la concesión de atributos y roles sociales según nuestros genitales. “Nadie tiene género al nacer, por ello lo asignamos. Si se tuviera, los infantes en algún momento, y sin intervención alguna, se darían cuenta de que tienen vagina o pene y concluirían: soy varón o mujer. Sin embargo esto no es así e incluso, antes de ser conscientes de ello, a los menores se les da un trato diferenciado de acuerdo con su genitalidad. Esto, lo único que hace, es revelarnos que estamos ante un consenso normativo”.
Para la profesora Lucía Ciccia, si algo se debe dejar en claro y enunciar con todas sus letras es que nadie nace siendo hombre, mujer o mucho menos cis (voz usada para referirse a una persona cuya identidad de género y sexo asignado al nacer son el mismo), eso es tan sólo una maniobra predictiva y un intento por imponerle estereotipos a la gente a partir de si tienen o no útero, y ello resulta un tanto arbitrario porque “los estereotipos aplastan nuestras subjetividades”.
En los manuales de magia donde se enseña aquel truco de David Copperfield, que la académica veía en televisión cuando niña, suele haber un apartado sobre qué hacer si alguien suelta una respuesta diferente a lo que la predicción anticipaba. De darse tal caso el mago entonces deberá admitir: “Yo no adiviné lo que tenías en mente, tan sólo señalé que es un error decir que hay elefantes grises en Dinamarca”.
Contrario a lo que históricamente nos han dicho, hoy sabemos que hay hombres con útero, mujeres con barba, personas que no sienten atracción por ningún sexo e individuos bisexuales, por citar tan sólo unas cuantas de la infinidad de manifestaciones que tiene la diversidad.
Con estas evidencias sobre la mesa es momento de cuestionar aquellas tradiciones que señalan que sólo hay hombres y mujeres y que ambos deben ceñirse a patrones de conducta y pensamiento dictados no se sabe cuándo, por nadie sabe quién. Y quizá también sea tiempo de, como señalan los manuales de magia cuando las predicciones fallan, admitir que todo ha sido un error, que no es deseable imponer estereotipos, dividir a la humanidad en dos grupos con base en sus genitales y mucho menos, a partir de eso, homogeneizar.
Más allá de lo rosa y lo azul, un arcoíris
David Díaz estudia en la Facultad de Química y es una persona no binarie (así, con e al final), es decir, alguien que no se identifica con la dualidad hombre-mujer; sin embargo, aunque forma parte de la comunidad sexodiversa, él mismo llegó a sentirse confundido cuando el colectivo LGBTI comenzó a añadirle letras al acrónimo.
“Al iniciarme en el activismo le pregunté a una amistad mía, ¿cómo puede haber tantas identidades?, y lo entendí cuando me respondió: una identidad es propia, es casi como tu huella digital y, por ende, no la tiene nadie más ni se repite. Si comenzamos a agregar personas a nuestro colectivo no debería sorprendernos que quienes lleguen sean diferentes. A fin de cuentas de eso se trata la diversidad.”
Para englobarlos a todos se ha optado por colocar un signo de + al final de las siglas LGBTI, algo que en opinión de Lucía Ciccia, además de evidenciar las múltiples subjetividades que hay en lo humano, sirve para echar por tierra argumentos como el de que la diversidad sexual es un fenómeno reciente o, en su defecto, algo practicado por los antiguos griegos, pero que desconocíamos en América antes del desembarco de Cristóbal Colón.
“Hay una antropóloga muxhe, Amaranta Gómez Regalado, que plantea que el signo + debe ir antes del LGBTI porque los conceptos lesbiana o gay vienen de Occidente y en nuestras culturas ha habido diversidad sexual desde antes de la Conquista, aunque muchos quieran creer lo contrario.”
Y como muestra de ello tenemos la primera carta de relación de Hernán Cortés (fechada en julio de 1519) donde puede leerse: “Porque aún allende de que arriba hemos hecho relación a vuestras majestades de los niños y hombres y mujeres que matan y ofrecen en sus sacrificios, hemos sabido y sido informados de cierto que todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado”. Y no sólo eso, también se sabe que Tangáxoan Tzintzicha II, el último emperador purépecha, fue ejecutado por los españoles el 14 de febrero de 1530, como castigo –entre otras acusaciones– por tener un séquito de jóvenes y practicar la sodomía.
Desde antes de la Colonia, los pueblos originarios de México han abordado la diversidad de diferentes formas, pues si bien se sabe que algunos tenían legislaciones contra las sexualidades no hegemónicas, como los mexicas, los tarascos y zapotecos eran mucho más tolerantes.
De hecho fueron estos últimos quienes acuñaron la palabra muxhe para referirse a aquellos individuos que viven una identidad de género que difiere de sus características biológicas o, como explica la propia Amaranta Gómez Regalado, “que poseen una identidad que se construye en un cuerpo masculino, pero con un espíritu femenino”.
Como se puede ver, la diversidad sexual ha estado con nosotros desde siempre y para David es importante visibilizarla, y aunque no es proclive a etiquetar a las personas, en este caso considera que usar letras ayuda a mostrar que cada humano es diferente. “Esto es una manera de enunciar las cosas y siempre he creído que lo que no se nombra, no existe. Si de por sí estamos invisibilizados, si no nos mencionamos a nosotros mismos, ¿cómo vamos a ganarnos un lugar en la sociedad?”.
Las etiquetas son prescriptivas, no descriptivas, añade David, quien ahora dice entender por qué el acrónimo LGTBI tiende a ser cada vez más extenso. “¿Que si me molesta usar un signo de + al final del acrónimo, ¡para nada!, el asunto aquí no es dividir, sino ir sumando”.