“¡Quedamos eclipsados!”

Juan O’ Gorman anticipó este día en los vértices superiores de uno de los muros de la Biblioteca Central: Sol, Luna-Sol.

Juan O’ Gorman anticipó este día en los vértices superiores de uno de los muros de la Biblioteca Central: Sol, Luna-Sol. La pigmentación facial del astro experimentó un lunar. En Ciudad Universitaria (CU), los escrutadores espontáneos la describieron empíricamente como una “galleta mordida”.

Tláloc y Ehécatl dieron tregua, el celeste estuvo bordado de nubes y el Sol logró el abandono momentáneo de las “nucas agachadas”, del eterno romance visual con el display de los celulares: por ahora todos voltean al techo del mundo.

Quienes emergían de los túneles de la estación del Metro Universidad miraban de reojo, con timidez, conscientes de la ausencia de protección contra el astro rubio y hasta donde la campimetría (medición del campo visual) del nervio óptico lo permitía.

Escenofonías

Las agudas notas del swinging chime (instrumento de tubos resonantes) marcaban sutil el paso de Alejandra Chantres sobre el Espacio Escultórico rumbo a la zona cultural de Ciudad Universitaria. La musicoterapeuta arribó a uno de los símbolos de arte abstracto y geométrico universitario minutos antes del mediodía. “Este instrumento tiene una alta frecuencia, penetra las células y hace que todos tus chacras se armonicen y giren en la misma dirección, en igual sentido, a la misma velocidad, lo cual genera un equilibrio en todo tu campo electromagnético”.

Con el eclipse en tránsito, Chantres miraba al centro de la obra que cumplirá en unos días 45 años. “Mi relación con la Universidad viene de todas nuestras generaciones que han estudiado y estudian aquí y que son parte de México, ¡creo que todos somos la UNAM!”.

En una de las orillas, recargado en uno de los gigantescos “dientes” del espacio, la escenofonía era evocación: la música grabada del percusionista Jorge Reyes lo traía de vuelta con “su ánima sola”, como él mismo decía, a través del teléfono celular de Ricardo Martínez, otrora estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades Sur, licenciado en Derecho, que en aquel 1991 como bachiller también estuvo aquí.

“Los rayos solares están siendo cubiertos, y estoy escuchando a Jorge Reyes porque es cultura prehispánica, y el sonido de viento es de nuestros ancestros”, compartió.

Quizá porque como lo ha planteado Jesús Galindo Trejo, especialista en arqueoastronomía del México prehispánico de la UNAM, el 21 de abril de 1325, entre las 11 y las 11:06 horas, el año de la fundación de México-Tenochtitlan, la Luna cubrió al Sol, y ese eclipse total solar pudo haber sido la señal para decir “aquí nos quedamos”.

Foto: Diana Maldonado.

Escrutadores

Esta desteñida y corta sombra se había anticipado, no ocurría con tanta expectativa desde 11,960 días atrás, cuando José Sarukhán Kermez encabezaba la Universidad, en ese entonces la tercera ocasión del eclipse total de Sol en CU –el primero ocurrió el 7 de marzo de 1970, aún bajo el rectorado de Javier Barros Sierra–, aquí con semejanza y reminiscencia de ciudades prehispánicas, producto de la erupción del Xitle (“ombliguito”, en náhuatl).

Cruzó el día su meridiano, la gran concentración está en Las Islas, el Sol se halla a espaldas de la Torre de Rectoría, al pie del Auditorio Alfonso Caso. El Sol es parcialmente enfriado, hay una ligera luz negra y lo pétreo en tierra toma un matiz violeta, al tiempo que varios asistentes bostezan, prueba de la estimulación ligerísima de la melatonina. Un aire fresco anuncia la ínfima derrota solar, la temperatura delata mínimamente el fenómeno.

La escenofonía la complementó el sonido de aliento ancestral de un caracol: el Sol ha sido matizado, la metáfora parece acudir en la luz. Mientras en Estados Unidos obscurece, en México sólo se nubla.

Un goya para quienes se atreven a mirar hacia arriba: más allá del Sol, como aquel envalentonado universitario que le pidió a su novia emular a la Luna y el Sol con un matrimonio terrenal.

Ya en el epílogo, estudiantes que permanecieron dentro de las aulas salieron a mirar, como Saúl Hernández y Emilio Rangel del cuarto semestre de Odontología. “Estábamos en práctica de radiología, —dijo el primero—, el punto cumbre no lo pudimos observar, pero haciendo alegoría al eclipse fue como pasar del esmalte a la dentina, de claro a oscuro”, sonrió.

Emilio Rangel, finalizó: “pensé que sí nos iba a tocar oscuridad total, hubiera estado muy bien, pero aunque no haya ocurrido así, fue un evento mágico; no es algo que tengas la oportunidad de vivir siempre, sólo de una a dos o tres veces en la vida”.

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