Una particular versión histórica de la Batalla de Chapultepec en 1847

Furia. Recordanzas de un lépero levantisco, de José Luis Trueba, se presenta el 27 de febrero en la FIL de Minería

Foto: Libros UNAM.
La violencia que provocó la toma de Ciudad de México por parte del ejército estadunidense durante cuatro días en 1847, conocida como la Batalla de Chapultepec, es el punto de partida para la novela Furia. Recordanzas de un lépero levantisco (UNAM, 2023), de José Luis Trueba, quien afirma: “La verdad pura no importa. ¿Quieres la verdad o una buena historia?”.

En esta obra, ilustrada por Emmanuel Peña, se desarrolla un acercamiento a lo histórico desde la ficción literaria. La intervención del ejército estadunidense es un episodio crucial de nuestra historia, “pero no sólo eso, también es un pasaje al que prácticamente le hemos dado carpetazo. Salvo algunos pocos historiadores, los demás le han dado la vuelta a este acontecimiento”, precisa Trueba.

El tema de la novela dispara la reflexión sobre el género histórico en el autor, quien nos señala: “Sobre la verdadera lectura de lo acontecido, estoy plenamente seguro, a partir de lo que veo en la novela histórica en América Latina, de que la mayoría de las novelas están escritas con base en lo que se quisiera ver de la historia, en vez de apegarse a los hechos. Es decir, cómo pudo haber sido y cómo a mí me hubiera gustado que fuera. Lo que el lector encontrará en mi novela es que ocurre exactamente lo mismo”.

“Es decir, en la novela histórica, sin duda alguna, hay una dosis de verdad, y otra que proviene de la literatura, pues para decirlo a lo pelón: cuando es literatura no se sabe dónde empieza la verdad y termina la ficción. Los personajes son el recurso de identidad con el lector. Por un lado, está la aventura de El siete, que quiere vengarse, pero también está la del loco. La de los que defienden los barrios de la ciudad. Es una novela que está llena de aventuras, incluso aparece el diablo.”

José Luis Trueba nos dice que la primera parte de su novela es cierta, basada en hechos reales. Pero que conforme avanza se va convirtiendo cada vez más en un hecho literario, en una reflexión que representa algo para el lector, con una anécdota en la que no hay buenos ni malos, por lo que adquieren una dimensión muy humana.

En medio de la devastación, la pérdida de vidas, la evacuación de ciudadanos, los saqueos, explosiones y ejecuciones en los alrededores de la Alameda Central, aparece El Siete, un peculiar personaje sediento de venganza, dedicado a matar a cuanto gringo se le pone enfrente.

“Los personajes tienen grandes arrebatos, algunos son unos perros malditos. Mira, yo te voy a hacer una confesión: creo que un novelista escribe la mitad de la obra, la otra parte la pone el lector, cada uno va creándose su propia versión. Por eso no hay una descripción del rostro de El siete; la gente que aparece no tiene cara. Sabemos algunas cosas físicas de ellos, pero muy, muy por encimita.”

En este caso queda, por ejemplo, la vecina de enfrente, que es una mujer vieja; la sirvienta que la acompaña a la iglesia también es una mujer mayor, lo cual abre la posibilidad para que cada lector decida su rostro.

“Cada lector completa la novela y eso me parece maravilloso. Es una provocación para despertar la imaginación; el conocimiento de un hecho histórico específico es una manera de curiosear en el pasado. Así que la parte más formal de mi trabajo ha estado vinculada con la historia como disciplina, como ciencia. Pero el pasado se parece al queso gruyere: está lleno de hoyos. Es decir, hay cosas que conocemos perfectamente bien y nos sobra información, pero hay otras a veces muy pequeñas, donde la información se perdió.”

José Luis Trueba considera que la razón de esa pérdida es incierta, “quizá ese documento que nos falta lo usaron para envolver un kilo de retazo con hueso, o a lo mejor un escuincle lo tiró en la chimenea”.

Apoyado en las crónicas de Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano, el autor narra la novela con parte del habla popular del siglo XIX, con palabras como “gerifalte”, “jofaina”, “polkos”, “tlachicotón”, “zaragate”, “levantisco” y “mecapal”, por ello incluyó un breve glosario de términos.

“La novela es para mí un esfuerzo por llenar el hoyo del queso. No me puedo quedar con la curiosidad de imaginar qué pasó y como no hay manera de saberlo, pues entonces lo invento. Sé que parece muy cínico, pero no son invenciones de un loco. Trato de que se parezcan lo más posible a la realidad.”

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