Celebración musical a la primavera en CU

Sonaron el Cuarteto de Cuerdas Margie y la Banda de Música de los Pueblos Indígenas de la UNAM

¡Llegó la banda a Las Islas! Con la evocación a florecer notas y escuchar el primer verdor del año, la Dirección General de Atención a la Comunidad (DGACO) y el Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural e Interculturalidad (PUIC) organizaron el Concierto de Primavera con el Cuarteto de Cuerdas Margie y la Banda de Música de los Pueblos Indígenas de la UNAM.

“La primavera llegó y es un excelente pretexto para iniciar proyectos, comenzar ciclos, sembrar semillas y reunirse para ser y hacer comunidad, celebraremos el arribo de esta estación cada año con un concierto”, anunció Mireya Ímaz, titular de la DGACO.

En su oportunidad, José del Val, responsable del PUIC, dijo ante las decenas de estudiantes reunidos en el césped de Las Islas de Ciudad Universitaria, que sólo el hecho de estar ahí “denota una de las características de nuestra Universidad: la búsqueda permanente de tener los espacios abiertos para todas las expresiones”.

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A menos de 24 horas del equinoccio de primavera, acordes del siglo XVII irrumpieron la prestancia del metabolismo estudiantil en el primer cuadro del campus de Ciudad Universitaria: Canon fue la primera ejecución en el espacio común, cuatro arcos frotaron las cuerdas de un par de violines, una viola y un violonchelo.

Enseguida, el allegro: la inconfundible Primavera, de Vivaldi. Los asistentes, discretos, con los ojos sin parpadear, disfrutaron la destreza de los integrantes del Cuarteto de Cuerdas Margie, exintegrantes de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata.

Vinieron entonces Gavota, de Manuel M. Ponce, y Habanera, de George Bizet, aun con mayor aceptación del público primaveral, ataviado de sol en búsqueda de la sombra. En el epílogo sonaron los tangos universales: Por una cabeza, de Carlos Gardel, en evocación del también Día de la Poesía: “Pero si un mirar me hiere al pasar/ su boca de fuego/ otra vez quiero besar”, y Libertango, del bandoneonista argentino Astor Piazzolla.

Fotos: Erik Hubbard.
Fotos: Erik Hubbard.

30 músicos

El adagio de que las salas de concierto son relativamente recientes, y que la música siempre ha estado en los espacios públicos, fue refrendado. Aquí el viento se apresta, es el mismo que ingresa en cada boquilla de 30 músicos, alumnos de la Facultad de Música e integrantes del Sistema de becas para estudiantes indígenas del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural e Interculturalidad.

Es la Banda de Música de los Pueblos Indígenas de la UNAM, ataviados de camisa y/o blusa blanca con el escudo de su universidad en el lado del compás natural, y reformulando la ecuación de la relatividad, E=mc2, por la siguiente: “energía es igual a música de concierto al cuadrado”.

La destreza universitaria es casi extrema, en la sección de metales graves, la chica ejecutante de la tuba sostiene con su brazo derecho el instrumento y sus falanges logran las notas, con la mano contraria mantiene el celular en donde lee la partitura. El ritmo lleva el sol del Istmo a las venas.

Suenan Sones y Jarabes Mixes, de Rito M. Rovirosa, Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá, y Nereidas, de Amador Pérez Torres, entre otras melodías, donde el compás se cuela por debajo de las puertas de las aulas, como si humedeciera los pies sobre la arena.

Continúa el compás en tres: robusto, colorido, sísmico; Las Islas, como la gran avenida de Monte Albán, a veces suave como el tejate o arrebatado como el mezcal, con movimientos oscilatorios como la lancha rumbo a Chacahua. Así inició lo que termina el 21 de junio.
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