El libro siempre resucita, sobrevive, es un pasaporte sin caducidad: Irene Vallejo

Ha sido capaz de salvar del olvido y de la destrucción a nuestros poemas, nuestra tradición y memoria

Más de 400 mil ejemplares vendidos, Premio Nacional de Ensayo 2020 en España, comprometida su traducción en 35 idiomas, El infinito en un junco le cambió la vida a Irene Vallejo, autora de este ensayo. Es un sueño que va más allá de su imaginación.

En entrevista con Gaceta UNAM cuenta que “siempre había sentido esa presión ambiental a mi alrededor: tienes que encontrar un trabajo de verdad, tienes que centrarte, tienes que sentar la cabeza, esto no será nunca tu profesión, es dificilísimo, es un sueño demasiado grande. Ésos eran un poco los mensajes de las personas que me rodeaban y que se preocupan por mí, con su mejor intención; pero realmente parecía todo tan difícil, inasequible. Ahora de repente este libro me ha traído una sensación de enorme libertad, de libertad creativa, porque ahora tengo el tiempo, la posibilidad y una comunidad lectora que me respalda, ahora mi obsesión es utilizar bien esa libertad. No dejarme llevar por la prisa y la presión, a veces, del sector editorial que quiere otro libro rápido, sino consciente de que he recibido un enorme regalo y saber utilizarlo bien”.

Fotos: Juan Antonio López.

Irene Vallejo escribe en El Infinito en un junco que “la pasión del coleccionista de libros se parece a la del viajero. Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad. Alejandro Magno recorrió las rutas de África y de Asia sin separarse de su ejemplar de La Ilíada, al que acudía en busca de consejo y para alimentar su afán de trascendencia”.

La autora nos recuerda que el libro ha sido fundamental para muchos personajes de la historia. En su obra se rememora a Leonora Carrington, quien resistió su estancia en un psiquiátrico leyendo a Unamuno; Alejandro Magno dormía siempre junto a una daga y La Ilíada; los copistas medievales dejaban mensajes en los márgenes de sus obras donde pedían al lector que valoraran su esfuerzo: “dejamos nuestra espalda, nuestros riñones, nuestra vista en este escrito”.

Tu ensayo inicia como una novela de aventuras, hombres con una larga preparación en busca de “presas silenciosas, astutas, que no dejan rastro ni huella”, los libros…

Irene Vallejo: Fue el resultado de una larga búsqueda porque yo realmente tenía muy claro que deseaba un principio muy literario como para desvanecer ciertas percepciones o expectativas asociadas al ensayo, que habitualmente es muy académico o que tiene esa forma abstracta de emprender un discurso hablando de temas generales. Yo quería que el libro empezase de una manera muy dinámica, muy literaria, con su suspense, con su intriga. Pero estaba estudiando la Biblioteca de Alejandría y buscando la puerta de entrada del libro en alguna situación o algún personaje o en una anécdota relacionada con esa Biblioteca.

Fue una búsqueda larga hasta que me pregunté: ¿de dónde venían esos libros, qué libros había? Entonces encontré el hilo de esos enviados, mencionados en un texto. El rey de Egipto enviaba por todos los países de habla griega a sus soldados de élite en busca de los libros. Tenemos la metáfora perfecta y muy directa de lo raro, de lo valioso, de lo extraordinariamente ansiado que eran los libros en aquella época, y era un contraste muy buscado con la sensación que ahora tenemos de que los libros son objetos cotidianos, del día a día, y que hemos perdido la capacidad de asombrarnos por lo que significa un libro. Entonces ese momento tenía todos esos elementos de aventura, de viaje, de búsqueda, y además esa metáfora de lo realmente insólito y valiosos que eran los textos en aquel entonces.

Lograste que muchos lectores desempolvaran sus libros de literatura clásica, griegos, latinos…

Irene Vallejo: Yo estaba convencida de que realmente los clásicos griegos y latinos interesaban a un público muy minoritario. Yo misma toda mi vida había escuchado cómo me llamaban rara y me decían que había tomado una decisión profesional muy excéntrica, especializarme en las lenguas antiguas. Estaba rodeada de una atmósfera que cuestionaba constantemente esa decisión, y la encontraban inútil y obsoleta y que no tenía nada que ver con el mundo contemporáneo.

Para mí, que soy una apasionada de aquella literatura, mi escritura, desde que empecé hace muchos años a publicar en prensa, la sesión era siempre justificar cómo el diálogo con la literatura antigua nos ayuda a entender cómo hemos llegado a ser quienes somos, y lo he practicado desde distintos géneros y diversas fórmulas, pero siempre con la creencia de que eso en general despertaba poco interés entre los lectores, y ha sido una inmensa sorpresa ver cómo este libro ha disfrutado esta acogida que para mí es insólita.

Tu obra ha sido traducida a más de 30 idiomas, has vendido más de 400 mil ejemplares…

Irene Vallejo: Está comprometida la traducción en 35 lenguas y hemos llegado a las 20, es como un sueño. Va más allá de los sueños más temerarios que yo me hubiera atrevido a abrigar. Es increíble, todavía no me lo explico. Cuando encuentro libreros, editores, les pido que me digan cuál es su visión de este libro y su trayectoria, porque para mí es un misterio. Supongo que tiene que ver con su carácter narrativo tan literario.

El reto era no perder rigor en la transmisión de conocimiento, y al mismo tiempo intentar hacerlo apasionante, como un relato de literatura épica, de poemas. Una historia es muy efectiva como transmisor de ideas, y eso es lo que yo quería recuperar en el libro, haciendo este experimento sobre los territorios fronterizos, la investigación y el ensayo.

Elsa Margarita Ramírez, Rosa Beltrán, Irene Vallejo y Socorro Venegas.

En tu ensayo utilizas todos los recursos que tienes a la mano para explicarle tu mundo al lector, lo mismo citas películas que anécdotas de tu infancia…

Irene Vallejo: El experimento para mí era contar la historia de los libros que yo había investigado en mis años de doctorado, pero claro, con un marco y un lenguaje académicos y trasladarlo a cómo me lo hubiera narrado mi madre cuando yo era niña y me contaba historias antes de dormir. Todo formaba parte de un universo donde en realidad no había ninguna percepción jerárquica para mí. Todo eran puertas de acceso a la cultura y a las palabras a las que yo sentí una afición desmesurada desde que era muy pequeña.

Quise recuperar ese espíritu, el espíritu del asombro, como decía Aristóteles: el espíritu de la filosofía es la capacidad de asombrarnos. Los libros tienen toda una historia para llegar a reproducirse, sobrevivir, llegar a las bibliotecas, la generalización de la educación; todas esas cosas de la niña que yo fui y luego contarlas como una Scherezada de la historia de los libros, como era mi madre contándome cuentos todas las noches, y de allí nació la idea de experimentar con las posibilidades del ensayo.

Se suele decir que el género que lo admite todo es la novela, pero yo creo que el ensayo también. El ensayo tiene la capacidad de repente de virar hacia la información, hacia los datos reales, hacia el recuento, hacia la arqueología; y luego de repente desviarse a la narración, hacia la reconstrucción de épocas, al retrato en primera persona, a la biografía, y todo lo trenza y lo admite. Creo que esa mezcla de géneros es lo que me hacía más atractiva la información. Muchas veces se tiene una imagen algo reductiva del ensayo, cuando éste puede admitir todo tipo de lenguajes, de cambios, derribar la cuarta pared y hablar directamente con el lector, cambiar la persona, variar de épocas con una libertad extraordinaria dentro de las coordenadas del ensayo.

Durante años se ha debatido sobre el fin del libro en papel…

Irene Vallejo: Es un debate que se produce constantemente en la historia, la percepción es que está al borde del precipicio y, sin embargo, resucita, sobrevive; de hecho es uno de los objetos más longevos que tenemos a nuestro lado. En El infinito en un junco digo: si un personaje de finales del Imperio romano entrara por la puerta, ¿qué reconocería de lo que ve entre nosotros? No las gafas, no las lámparas, no los cristales de las ventanas; pero reconocería el libro.

El libro sería uno de los pocos objetos familiares que él sabría para qué sirven, que no le asombraría, que le resultaría familiar. Hay objetos que han sobrevivido a lo largo de los milenios y eso no es accidental, es porque realmente han conseguido una forma muy depurada y porque se van adaptando a las necesidades cambiantes de esta sociedad. Esos objetos ancla, que permanecen en nuestra experiencia a pesar de todos los cambios, creo que merecen un respeto.

Eso lo conjugo con la sensación de que las nuevas tecnologías no vienen a destruir el libro tradicional, sino a convivir con él, y de hecho creo que entre las nuevas tecnologías y el libro tradicional hay una relación mucho más creativa que competitiva. Creo que hay que dar la bienvenida a las pantallas que mejoran posibilidades de lectura, resuelven muchos problemas; pero no por ello tenemos que condenar al ostracismo a un objeto que ha tenido un larguísimo recorrido y ha demostrado que es enormemente útil y, a pesar de su apariencia frágil, ha sido capaz de salvar del olvido y de la destrucción nuestra tradición, nuestros poemas, nuestra memoria, y eso es muy valioso y hay que reivindicarlo.

Además, en la pandemia la gente ha vuelto a leer, ha regresado a los libros, se ha encontrado a gusto entre las palabras, ha sentido que allí le hablaban voces que poblaban la soledad en la que se han encontrado algunas personas, que les liberaban de la angustia, y todo eso es enormemente importante en situaciones duras.

Escribiste que Alejandro Magno dormía siempre junto a una daga y un libro, no cualquier libro: La Ilíada

Irene Vallejo: Hay una dimensión sensorial en el libro que es muy importante y que creo que tendemos a olvidarla o a restarle importancia. El libro es un objeto de una medida mucho más completa de la que posee un libro electrónico, que en realidad es una descarga en un dispositivo; pero nosotros, tenemos derecho al uso, no es nuestra propiedad. Nosotros tenemos acceso a ese contenido, pero no lo poseemos. No se puede regalar un libro con una nota, una dedicatoria, un mensaje especial si no es en papel. Las firmas y los rituales de encuentro de los lectores todavía tienen muchísimo más que ver con el libro físico. Todavía hay muchas ventajas del libro de papel, del libro tradicional; pero lo mejor de todo es que no tenemos qué elegir, porque podemos tenerlos ambos.

¿Qué hallazgos de libros te han dado una gran satisfacción?

Irene Vallejo: A mí me gusta mucho contar que en los libros medievales los copistas, en general, hacían notas en los márgenes hablando de su experiencia de copiar sus libros, que era una tarea enormemente dura en los conventos, en las abadías medievales. Pasaban todas las horas de luz copiando con mucha dedicación y con gran esfuerzo y concentración para no cometer errores, porque el material sobre el que escribían era muy costoso y no podían permitirse desaprovecharlo.

Muchos de ellos escriben en notas en los márgenes y dicen cómo están cansados: “escribimos con todo el cuerpo porque se cansa la espalda, se cansan los riñones”, y hablan de que desean que ya caiga la luz para poder descansar por fin. Algunos añoran incluso tener una mujer y lo escriben al margen: “si hubiera una mujer a mi lado”, y alguno de ellos deja un mensaje conmovedor destinado a quien vaya a leer ese libro y dice: “cuídalo –los lectores a veces son muy brutales en su relación con el libro–, que esto ha sido el esfuerzo, que yo he dejado aquí mis ojos, mi espalda, mi tiempo, mi aliento; tú que lo vas a leer, ¡cuídalo!, sé consciente, no lo destruyas”.

Hay un diálogo que es hermoso, y que si no fuera por los márgenes de un libro de donde uno hace anotaciones no se habría conservado ese testimonio. Los libros están muy asociados al momento en el que los hemos leído, y un libro que nos ha impactado profundamente regresa con muchos recuerdos de ese momento en el que lo leímos y es como un detonante. Para las personas muy lectoras, los libros jalonan la vida y de alguna manera una biblioteca personal es algo único, porque esa combinación de libros sólo existe para esa persona, y es en ese momento una confluencia de recuerdos y de experiencias vividas; una biblioteca es una autobiografía.

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