El libro, objeto que nunca ha dejado de estar en riesgo
Inauguración del Salón Literario de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
“La biografía del libro sería una novela negra, siempre llena de enemigos”, afirma la escritora Irene Vallejo.
Es un objeto que nunca ha dejado de estar en peligro. Desde el primer instante. Y lo está porque, a su vez, el libro supone un gran riesgo. Más en tiempos en que los regímenes totalitarios de derecha y de izquierda vuelven con fiereza en el mundo, coinciden los escritores Alberto Manguel y Rosa Beltrán, coordinadora de Cultura UNAM, quien moderó la charla que inauguró el Salón Literario de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
“La democracia estriba en buena medida en la libertad que fomentan los libros”, señala la filóloga española, autora de El infinito en un junco, un fenómeno editorial en el que narra el devenir del preciado objeto a lo largo del tiempo.
Lo que a Vallejo le ha llamado la atención al estudiar esta cronología es, precisamente, la democratización del libro. Se trata de una historia plagada de peripecias, riesgos y amenazas. Advierte: no es casual que la etimología de la voz “intelecto” contenga la noción de lector en el cuerpo de la palabra: “En esa galaxia de conceptos está la idea de elegir ser libres. La lectura hace posible mirar con una inteligencia distinta al mundo, permite leer entre líneas los sucesos”.
Para Mangel, los lectores descubren muy tarde, quizá nunca, el extraordinario poder que concede la lectura. “Y lo peligroso que es ese poder para los gobiernos totalitarios”.
El autor de Una historia de la lectura (1992) repara en que, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo atraviesa por un renacimiento de los fascismos como no se había visto. “Y los que somos lectores no podemos entender cómo es posible esa falta de memoria en tantas partes del mundo”.
Los lectores son minoría a partir de que, en tiempos antiguos, surgió el libro, “ese héroe de mil batallas”, apunta Beltrán.
Desde el principio, recuerda Vallejo, los textos escritos sólo eran poseídos por los privilegiados. “Es el patrimonio de las clases sacerdotales, de reyes y aristócratas. El libro es un objeto reconocido instantáneamente como poderoso porque transporta el conocimiento. Quienes disfrutaban de ellos se aseguraron de dejar fuera a la mayor parte de la sociedad y custodiaron celosamente ese tesoro de palabras”, explica la estudiosa del mundo clásico.
“Uno de los ejemplos más reveladores de lo emancipadora que es la lectura, es que en Estados Unidos se negaba a los esclavos el derecho a aprender a leer”, destaca Vallejo. Recuerda que recibían torturas si los sorprendían leyendo, aprendiendo o enseñando a leer, pues quienes leían podrían falsificar documentos y escapar. Dicha habilidad podía constituir un agravante en casos de castigo. Ese país tiene la oscura historia de ser el único que ha promulgado leyes que condenan la lectura.
Durante el siglo de la Ilustración, y en el siguiente, se habló del peligro de leer demasiado. “¿Para quiénes? Para las mujeres, o las personas trabajadoras o de otras razas. La explicación era que la literatura favorece la ensoñación, que podría ser sinónimo de búsquedas, de inconformismo con el propio destino. No se deseaba para ellas destinadas al matrimonio. Si leían demasiado se formarían expectativas excesivas sobre la vida y sufrirían al tener que llevar una existencia resignada en casa; una problemática que retrata Madame Bovary”, señala Vallejo. Lo mismo pasaría con la clase trabajadora.
La resistencia a que las personas ejercieran el placer de la lectura condujo a una satanización moral, abunda. “Es común leer textos de los siglos XVIII y XIX en los que se habla de bulimia lectora, ahí nace el concepto de devorar libros del que hoy nos sentimos orgullosos, pero originalmente era una expresión peyorativa”. Había que leer como las clases aristocráticas, quienes lo hacían mesurada y reflexivamente; no como lobos peligrosos abalanzados sobre las páginas. Además, se especuló acerca de temas de moral y salud relacionados con estos excesos, que encenderían deseos, conducirían a conductas sexuales licenciosas e infidelidad.
“Era una lucha por el poder. Se han necesitado siglos de esfuerzo para que los libros lleguen a las personas excluidas, y ese ha sido un gran logro colectivo”, resume Vallejo, quien destaca la labor de los educadores y promotores de la lectura
Ahora, señala Rosa Beltrán, se vive un boom de la literatura escrita por mujeres. Al respecto, Alberto Manguel lamenta que aún deba defenderse la literatura por cuestiones de género. “No me interesa la nacionalidad, el sexo o la lengua del autor; idealmente, lo dijo Margaret Atwood, toda literatura tendría que ser anónima”.
Medalla Carlos Fuentes
Al término de la charla, la periodista Silvia Lemus hizo entrega a Irene Vallejo y a Alberto Manguel de la Medalla Carlos Fuentes que otorga la FIL Guadalajara.