El mar y la sostenibilidad en la alimentación

Foto: Mali Maeder/Pexel.

Sin lugar a duda, uno de los retos más urgentes que enfrentamos en el presente y que seguiremos enfrentando en el futuro inmediato es la tan difícil como necesaria tarea de conciliar el desarrollo de la humanidad con el cuidado del planeta. De un lado de este delicado juego de balancines se encuentra el aumento sostenido de la población humana, misma que demanda un sinnúmero de bienes y servicios, entre ellos, uno de los más elementales: alimento. Del otro lado de la balanza tenemos la impostergable necesidad de conservar la diversidad biológica y los servicios ecosistémicos de los que somos enteramente dependientes.

Afortunadamente, existe un amplio consenso sobre la obligatoriedad de situarnos frente a este desafío no sólo enfocados en atender las necesidades del presente, sino que debemos garantizar las mismas oportunidades a aquellos que están por venir. Es esta misma esencia que enmarca al concepto de desarrollo sostenible, la que impulsa -aunque a veces lentamente- la transformación de los sistemas alimentarios locales, regionales y globales. La realidad es que hoy, la sostenibilidad en la alimentación ha dejado de ser una opción para convertirse en la única forma de no quebrar la balanza.

El margen de maniobra para atender la demanda mundial de alimentos de una población estimada de 9,800 millones de personas en 2050 no es muy amplio, por lo que, como ante cualquier problema complejo, se deben considerar muchas variables a fin de explorar todas las aristas posibles y el mayor número de escenarios probables. Por fortuna, el trabajo conjunto de academia y sociedad está generando conocimiento al respecto. Actualmente se trabaja en el desarrollo y adecuación de estrategias para optimizar la producción, transformación, transporte, venta, consumo, y disminución de desperdicio, entre otros eslabones elementales de los sistemas de producción y consumo de alimentos.

Mucha de la investigación y desarrollo de alternativas a futuro se centra en las fuentes de alimentos y en su capacidad de aumentar de manera sostenible. Las fuentes de alimentos más comúnmente estudiadas y atendidas se ubican mayoritariamente en los ecosistemas terrestres, donde a menudo se reconoce el papel de los sistemas agropecuarios que proveen cereales, frutas, verduras y alimentos de origen animal, entre otros. Sin embargo, el potencial para incrementar los rendimientos de estos sistemas considerando tanto las amenazas, tales como la crisis climática y la escasez de agua, como las mejoras tecnológicas, las reformas políticas y el cambio en los patrones de consumo apunta a ser relativamente menor en comparación con los sistemas oceánicos.

Los océanos y mares conforman poco más del 70% de la superficie planetaria y se estima que los alimentos provenientes de estos ambientes abastecen 17% de la demanda global. Sin embargo, contrario a lo que sucede en otras actividades productivas, como la agricultura y la ganadería, en el mar no es posible aumentar la productividad incorporando insumos externos o modificando las prácticas productivas. Es decir, en el caso de las especies marinas dependemos primeramente de productividad natural y en segundo lugar de los métodos de captura. Por ello resulta necesario contar con una buena gestión de los recursos pesqueros, basada en información de calidad y que priorice la conservación las poblaciones naturales, los hábitats marinos y la recuperación de ecosistemas degradados.

Según datos publicados por la FAO, 40 millones de personas se dedican a la pesca a nivel mundial con una participación muy importante de países en desarrollo, dado que 75% del total del sector pesquero lo constituyen productores, exportadores y consumidores de estos países. En México más de 300 mil familias dependen directamente de la actividad pesquera, aunque se estima que más de dos millones de personas lo hacen de manera indirecta a través de la participación en actividades previas y posteriores a la captura. Estas actividades pueden incorporar hasta 10 personas por cada pescador(a). Nuestro país cuenta con más de 15 mil km de costa y más de 400 mil km2 de plataforma continental, ocupa el lugar 13 a nivel mundial con una producción aproximada de 1,73 millones de toneladas anuales. México cuenta con casi 76 mil embarcaciones, de las cuales 97% se catalogan como artesanales, las cuales aportan 54% de la producción pesquera nacional.

La pesca artesanal se distingue de la industrial, entre otras características, por contar con un mayor potencial para transitar hacia la sostenibilidad, no solo por la capacidad de transición hacia la pesca sostenible de las poblaciones silvestres, sino por los distintos beneficios económicos y sociales que la caracterizan. Según la FAO, además de la inclusión social -cerca de 50% de las personas que se dedican a la pesca artesanal son mujeres- este sistema tiene el potencial para garantizar la seguridad alimentaria, el empleo, los ingresos y brindar oportunidades de desarrollo al ser parte fundamental de las economías costeras.

Entre las principales barreras para lograr la transición hacia la sostenibilidad de los sistemas pesqueros se encuentran la degradación ambiental, la sobrepesca, la pesca ilegal, la introducción de especies exóticas, la falta de regulación suficiente, y en muchas ocasiones, el bajo valor de los productos. También es necesario recopilar más información y trabajar en un etiquetado que favorezca la trazabilidad de los productos que beneficie a los pescadores responsables y empodere a los consumidores.

Si bien cerca de una tercera parte de las pesquerías a nivel mundial están sobreexplotadas, agotadas o en recuperación, contamos con información e interés suficiente para detonar nuestra capacidad de reacción en esta materia. La ruta es clara: es imperativo trabajar dentro de los límites de la naturaleza, cuidar la salud de los ecosistemas oceánicos y las poblaciones objetivo, desarrollar sistemas funcionales de gobernanza, y fomentar y respetar la participación de las personas dedicadas a la pesca en las decisiones sobre sus bienes de vida.


* Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, y Programa Universitario de Alimentación Sostenible

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