El tejido comunitario de las mujeres en la Universidad

La violencia contra las mujeres y niñas es un tema que atañe a toda la sociedad. Una de las estrategias más importantes para lograr este objetivo es el trabajo sinérgico de voluntades y afectos entre ellas. En la UNAM existe, desde 2021, el Programa de Personas Orientadoras Comunitarias (POC), que está a cargo de la Dirección de Gestión Comunitaria y Erradicación de las Violencias de la Coordinación para la Igualdad de Género. Tiene el objetivo de construir comunidades universitarias igualitarias, incluyentes y libres de violencia.

Las POC forman parte de los distintos sectores de la comunidad de la UNAM y de manera voluntaria participan en este gran esfuerzo. Su labor se concentra en la prevención, y para ello se vincula institucionalmente, informa y orienta a las personas que están en una situación de riesgo, además de crear redes de apoyo con el fin de agilizar la respuesta en casos de violencia de género; o bien, fortalecer los vínculos entre ellas y en cada una de sus comunidades con el objetivo de eliminar todas las formas de violencia y discriminación.

Este es un modelo comunitario que promueve la sororidad y el affidamento, a fin de que esta trama relacional y afectiva sea un cobijo posible para todas las mujeres universitarias.

Este concepto tiene origen en las feministas de Milán y aparece por primera vez en 1983 en la revista Sottosopra; reflexiona sobre las relaciones entre mujeres para romper el orden simbólico que sólo las relaciona en el descobijo y la carencia, pero les impide distinguirse entre sí para formar alianzas, no sólo entre hermanas que viven la misma condición, considera las diferencias y reconoce a quienes han tenido logros o aportaciones que les permiten un espacio visible o de poder.

El programa de Personas Orientadoras Comunitarias es parte de una propuesta de fortalecer a las mujeres para ejercer su vida libre de violencias, promueve la sororidad y fomenta el tejido entre ellas más allá de roles de superioridad por edades, o cualquier tipo de jerarquía, hilvanando de forma intergeneracional en un sentido de affidamento.

Es común escuchar la palabra sororidad para enunciar una hermandad entre mujeres, equivalente al concepto de fraternidad que se da entre hermanos. Del latín söror, traducido como “hermana canal” (1), el concepto ha ido tomando nuevas definiciones desde el feminismo.

Para Marcela Lagarde (2006), sororidad es “una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas formas de opresión y al apoyo mutuo en aras de lograr el poderío genérico de todas y el empoderamiento vital de cada mujer” (2).

Pensar en vínculos fusionales entre mujeres responde a la narrativa histórica de la competencia entre ellas que, por un lado, promueve que éstas son iguales entre sí y crea lazos que no permiten el crecimiento de unas, asumiendo que traicionan a las otras; por otro, las desvincula para participar de forma organizada si alguna rompe los mandatos de feminidad establecidos desde la herencia patriarcal.

Con el fin de que los esfuerzos de los feminismos tengan alcances más tangibles, es necesario tejer con las compañeras, abuelas, madres, hermanas e hijas desmontando la idea de que las mujeres no pueden trabajar juntas; luchar contra todo aquello que las mantiene desvinculadas de espacios públicos y de poder.

Por otra parte, todas las personas pueden operar violencia desde el poder, incluso las mujeres; pero es común que cuando una de ellas está en posición de autoridad las acciones que forman parte de la operación de un puesto y el ejercicio del poder, como instrucciones dictadas de manera firme o llana, se manejen como abusos de autoridad cuando no lo son.

Los paradigmas introyectados de cómo deben ser las mujeres y de que no se rompan los vínculos fusionales evitan que exista el respeto a su autoridad. Tristemente, estas experiencias van endureciendo el carácter de muchas ante los rechazos y ocasionan una naturalización de conductas hostiles ante ellas, estas violencias se asumen con normalidad y como parte del camino para el éxito.

En la UNAM, la sororidad y el affidamento son fundamentales y hay esfuerzos claros y tangibles para contrarrestar la rivalidad entre las mujeres. Reconozcamos la aportación de frentes diversos que, de forma autogestiva, han sumado desde los distintos movimientos de alumnas organizadas, académicas, trabajadoras, investigadoras, funcionarias; y la visión institucional que se encarna en más de 215 Personas Orientadoras Comunitarias activas en los distintos planteles de la Universidad. Porque estas voluntades significan una trama entre las mujeres de la UNAM que han abierto caminos para que otras transiten y se unan a este tejido por la igualdad que ya ha comenzado y que nos involucra a todas.

Te invitamos a conocer más sobre las POC en https://bit.ly/cigu-poc

 *Coordinación para la Igualdad de Género


  1. Corominas, J. (1987), “Sor”, en Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, Madrid, Gredos, p. 544.
  2. Lagarde de los Ríos, M. (2006), “Pacto entre mujeres sororidad”, en Ponencia del 10 de octubre de 2006, Madrid, Coordinadora Española de Mujeres [Recurso abierto en www.celem.org].
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