Entre el 10 de agosto y el 18 de septiembre de 1968, al mismo tiempo que circulaba una enorme cantidad de folletos, hojas volantes, mantas, afiches y pegotes relacionados con el Movimiento estudiantil que sacudió no sólo al Distrito Federal, sino también al resto del país, se publicó un periódico mediante el cual la juventud organizada informaba en limitadas zonas de influencia, como Ciudad Universitaria, de los sucesos de esos días.
Redactado por los propios alumnos, ese impreso, llamado Gaceta, apareció como Boletín Informativo del Comité Coordinador de Huelga de la UNAM, aunque se veía la huella de la publicación universitaria institucional.
“Lo hacíamos en la Imprenta Universitaria, después de haberla tomado por asalto. El líder de todo aquello era Víctor García Mota, alumno de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, el organizador de las brigadas, el Trotsky en su Tren Rojo si hubiéramos hecho la revolución”, rememora Sergio Zermeño, especialista del Instituto de Investigaciones Sociales, autor de, entre otros libros, México: una democracia utópica. El movimiento estudiantil del 68 (1978), y en aquella época estudiante de la carrera de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Un equipo de cinco estudiantes
Un día, Arnaldo Córdova les dijo a Zermeño y sus compañeros que por qué no hacían un periódico mural para informar a los alumnos cómo iba el movimiento.
“De modo que cuando los brigadistas llegaron a donde estábamos elaborándolo, nos soltaron una pregunta y una invitación sui generis: ‘¡Ah!, ¿ustedes hacen el periódico mural? Pues vengan, que vamos a tomar la imprenta.’ Yo pensé: ‘¡Carajo, con mi mala ortografía y metido en esto!’”
En la Imprenta Universitaria se editaba Gaceta UNAM. Margarita García Flores era la jefa de redacción y Héctor García el fotógrafo. Ellos se solidarizaron después con Zermeño y su banda. El jefe de la imprenta era Rafael Moreno Montes de Oca, maestro fundador de la Preparatoria 5 y de la Facultad de Filosofía y Letras.
“Era un tipo maravilloso, de unos 60 años, muy culto, que les hizo frente a 200 cosacos que le tomaron el taller de manera irresponsable. ‘Bueno –dijo–, supongo que con esta violencia vienen a imprimir algo. ¿Quién sabe editar?’ Nadie contestó. En medio del silencio, García Mota levantó la voz: ‘Aquí están los cinco compañeros que van a hacer el periódico’. El maestro Moreno Montes de Oca se hizo cargo de la situación y dio instrucciones a los trabajadores de que desalojaran la oficina grande. ‘Y ustedes –nos dijo–, instálense ahí. Éste es su cubículo’”, recuerda Zermeño.
El grupo que se encargaría de elaborar el nuevo periódico lo integraron dos estudiantes de la Facultad de Arquitectura: Germinal y Guillermo (Zermeño ha olvidado sus apellidos), “por aquello del diseño”; dos de la Facultad de Economía: Emilio Palma y Andrés King, “porque en esa época todos éramos marxistas y la infraestructura era indispensable para explicar cualquier cosa”; y el mismo Zermeño, de Ciencias Políticas, “para todo lo demás”.
Los cosacos quedaron en silencio. Mientras, del otro lado, respaldando a su jefe, prosigue, estaba el Sujeto de la Historia: la clase obrera, viéndolos con un odio feroz.
“Finalmente, antes de que los brigadistas se fueran, García Mota exclamó: ‘Si alguna cosa falla, Zermeño, estamos en la Dirección de Ciencias Políticas’. Allí despachaba el director, Enrique González Pedrero… A continuación comenzamos a trabajar.”
Como en una película, desde el ventanal de la Imprenta Universitaria se veían las chispas que sacaban las orugas de esos vehículos militares. Venían por Avenida Universidad. Al entrar en el circuito escolar se alzaban un poco por los topes y caían con grandes rechinidos. Al lado marchaban los pelotones de soldados. ¡Fue impresionante ver cómo el Ejército se dirigía hacia nosotros!”
Siete números
Afortunadamente, Moreno Montes de Oca les enseñó a editar el periódico, que apareció durante poco más de un mes. Se publicaron siete números, el primero de mil ejemplares, conformado por una sola hoja rosada; el último fue de un pliego, es decir, cuatro hojas, del que se tiraron 30 mil. El canal de distribución eran las brigadas, a las que se les entregaban tambaches de 50 ejemplares cada uno.
“A los brigadistas les decíamos: ‘Nos traen 25 pesos, el resto es de ustedes.’ Venían de todas las escuelas y facultades, de manera que nuestro grupo era el más rico del movimiento. A las sesiones del Consejo Nacional de Huelga íbamos con dinero porque en ellas se decidían asuntos como la publicación urgente de un desplegado en la prensa. Nosotros levantábamos la mano y anunciábamos: ‘Aquí está el dinero’. A las tres de la mañana caminábamos por el campus con las bolsas llenas de billetes. Es muy impresionante la dinámica de un movimiento”, apunta Zermeño.
La Gaceta tenía una sección de teoría. Víctor Rico Galán, entonces preso político, les envió a Zermeño y sus compañeros un análisis que apareció bajo el título “Cartas a los estudiantes”, y Pablo González Casanova les permitió publicar su “Aritmética de la contrarrevolución”; otro colaborador de renombre fue Víctor Flores Olea.
Fin abrupto
La Gaceta llegó a su fin el 18 de septiembre, cuando unos 10 mil soldados del Ejército ocuparon CU.
“‘Muchachos –nos advirtió el maestro Moreno Montes de Oca–, están entrando los tanques’. Como en una película, desde el ventanal de la Imprenta Universitaria se veían las chispas que sacaban las orugas de esos vehículos militares. Venían por Avenida Universidad. Al entrar en el circuito escolar se alzaban un poco por los topes y caían con grandes rechinidos. Al lado marchaban los pelotones de soldados. ¡Fue impresionante ver cómo el Ejército se dirigía hacia nosotros! ‘Ustedes –nos recordó el maestro Moreno Montes de Oca– hicieron unos artículos en contra de las Olimpiadas.’ Le dijimos que aún no los habíamos impreso, pero que estaban en galeras. ‘¡A los hornos! –ordenó, y luego de obligar a los trabajadores a huir, pues todavía era posible, añadió–: Vamos a destruir eso porque es un asunto comprometedor para la Universidad.’”
Lo de los artículos no era grave, pero iba en contra de los Juegos Olímpicos, que se inaugurarían el 12 de octubre. Se deshicieron de todo aquello, primero de las líneas de plomo, que echaron al horno de los linotipos, y quisieron salir, pero los soldados ya estaban en la puerta; entonces cruzaron el macizo de lava contiguo al edificio y lo hicieron por la puerta de atrás.
Cuando caminaban por el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras, los soldados les marcaron el alto. Moreno Montes de Oca, que tenía reacciones muy agudas, les aconsejó no decir nada de que venían de la imprenta. Con todo, los llevaron a los separos de Tlaxcoaque.
“‘¡Carajo! –reclamaba Moreno Montes de Oca–. ¿Ven?, no soy el enemigo; el enemigo nos tiene aquí a todos.’ ¡Qué lección nos dio! Salimos libres una semana después. Enseguida me comuniqué con mis compañeros, pero desconfiaban. ‘No vengas, te soltaron para seguirte y saber dónde estamos’. Tenían razón. Entonces me quedé en la casa muy triste y el miércoles 2 de octubre un primo me invitó a cenar. No estuve en la balacera de la Plaza de las Tres Culturas, que marcó a todos para siempre”, finaliza Zermeño, de quien próximamente se publicará el libro Ensayos amargos sobre mi país. 1968, cincuenta años de ilusiones (Siglo XXI Editores)