“Mi abuela, mi mamá, mis tías y yo limpiamos casas ajenas, espacios donde habitaban sueños que no eran nuestros… Gracias a mi contexto y a ese esfuerzo compartido me gradué de la maestría en Derecho”, relató Ana Karen Aguilar Pérez, egresada de la Facultad de Derecho.
Hace 11 años, a la edad de 18, ella migró del estado de Hidalgo a Ciudad de México con el esfuerzo y apoyo de su familia para iniciar sus estudios en la UNAM. Su formación universitaria fue posible, principalmente, gracias al trabajo doméstico realizado por las mujeres de su linaje materno.
Esa fue la historia que la ahora egresada compartió en un video que publicó en su red social de TikTok, con más de 9 mil “me gusta” y alrededor de 800 comentarios, y que supera las 31 mil reacciones en Instagram. En la grabación también expresó: “Nadie que nos contrató creyó que también teníamos derecho a soñar…, porque, aunque un título no garantiza una vida digna, la educación me regaló algo que no me pueden quitar: la rebeldía de imaginar un mundo más justo”.
Limpiar implicaba una sensación invasiva e intrusiva: había que trabajar desde la invisibilidad, pedir permiso para entrar y hacerlo con cuidado y en silencio
Desafíos
“En 2014, cuando llegó el momento de estudiar la licenciatura, con mucha preparación y esfuerzo hice el examen de admisión y me quedé en dos escuelas: la Universidad Autónoma de Hidalgo y la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán; sin embargo, opté por la segunda opción ya que mi sueño siempre fue estudiar Derecho en la UNAM”, aseguró.
Estar en la Universidad Nacional fue uno de sus mayores logros, ya que “representa un espacio donde se han conquistado muchas libertades, desde el cual se ha logrado avanzar y abrir caminos. Por ello, yo quería encaminar mi historia de vida hacia un lugar como este, que resonara conmigo, con mi corazón y con mis convicciones”.
Ana Karen Aguilar y su hermana mayor, Estela, fueron las primeras de su generación familiar en concluir la preparatoria e ingresar a una licenciatura. Este logro implicó mucha incertidumbre, especialmente por las dificultades económicas de costear sus estudios y sostener, desde entonces, el gasto de dos hogares.
Iniciar esta nueva etapa de su vida implicó algunos retos: el primero fue ingresar a la licenciatura; el segundo, aventurarse a vivir sola en Ciudad de México, un sitio completamente desconocido para ella, y que significaba estar lejos de su lugar de origen y de su familia; posteriormente, un tercer desafío fue nivelar su conocimiento con el de sus compañeras y compañeros que venían de otras escuelas de la UNAM, pues consideró que tenían mejor preparación académica. Sin embargo, logró concluir su licenciatura con promedio de 9.1 y con mención honorífica.

Esfuerzo sin reconocimiento
“Mi papá contaba con un trabajo estable y mi mamá siempre se dedicó a las labores del hogar no bien remuneradas, es decir, buscaba trabajar en casas ajenas, lavando, planchando, cocinando y cuidando. Aunque mi madre sólo hacía esta labor cuando teníamos gastos extraordinarios, al ingresar a la carrera universitaria esto se volvió una constante y conllevó que buscara más espacios para limpiar”.
Gracias al trabajo de sus padres y a una beca que la UNAM le brindó, a Ana Karen le fue posible cubrir la renta del lugar donde vivió provisionalmente, así como la comida, el transporte y los gastos escolares. Además, al iniciar la licenciatura en Derecho se requería una vestimenta más formal, por lo que decidió trabajar limpiando casas, junto con su madre, con el fin de obtener un ingreso extra.
“Trabajé con mi mamá los primeros tres años de la carrera, al mismo tiempo que tuve oficios en organizaciones civiles que estaban relacionados con el derecho para aprender más, y aunque estos no fueron remunerados me ayudaron a tener mis primeras experiencias laborales”.
Recordó que la primera vez que acompañó a su mamá a trabajar en una casa fue cuando estudiaba la secundaria, y acudió a limpiar al hogar de uno de sus compañeros de la escuela. “Sinceramente, aquel momento lo viví con mucha pena, me pesaba mucho el estigma que se le tiene hacia esta labor”.

Sin embargo, “ese día, pese a que mi mamá aseó toda la casa profundamente y sin dejar un solo espacio donde no pasaran los trapos o la escoba, no le dieron una paga justa por un trabajo en el que ambas nos terminamos involucrando. En ese momento hice conciencia de todas las experiencias por las que mi mamá tenía que pasar pese a su empeño, porque las personas que se dedican al trabajo doméstico viven invisibles, son deshumanizadas, como si su esfuerzo no mereciera un reconocimiento”.
Para la egresada, limpiar implicaba una sensación invasiva e intrusiva: había que trabajar desde la invisibilidad, pedir permiso para entrar y hacerlo con cuidado y en silencio, para no incomodar a quienes, consideraba, “están haciendo una labor más importante que la mía”.
Con el tiempo comprendió que las tareas de cuidado, mayoritariamente realizadas por mujeres, son esenciales: sin oficinas o casas limpias sería imposible que otras personas desempeñen sus funciones. Es, en realidad, “un trabajo fundamental que sostiene el funcionamiento del mundo”.

Conciencia social
Aguilar Pérez comentó que, al colaborar con organizaciones civiles, descubrió diversas injusticias en las que deseaba involucrarse para ofrecer su ayuda. Esa experiencia la motivó a especializarse en derecho penal con enfoque en las mujeres, tanto aquellas que cometen delitos como quienes son víctimas. “Mi mamá fue mi apoyo para acercarme a esta área. Ella trabajaba en una casa cuyo dueño se dedicaba a esta rama del derecho, y le pidió que me enseñara. Esa fue la primera oportunidad que tuve de aprender”.
En 2021, la egresada estudió una especialidad en Género y Derecho en esta casa de estudios, las razones de esta elección fueron el acercamiento y acompañamiento que brindó a mujeres víctimas de violencia, así como el reconocimiento de su historia de vida y la de sus abuelas, tías, mamá y hermana.
En esas fechas comenzó a limpiar casas sola los fines de semana. Fue ahí cuando se dio cuenta que al estar en la UNAM ya no estaba viviendo los sueños de las personas para las que trabajó, sino los suyos. “Era mi oportunidad para soñar con ellos; porque aunque veníamos de distintos lugares, estábamos habitando las mismas aulas”.
Después de tres años, en 2024, pese a su inseguridad, decidió estudiar una maestría en la Facultad de Derecho. “Recuerdo que tenía pensamientos constantes sobre si realmente podía llegar a ese lugar y dudas acerca de si era merecedora de ello; pero de nuevo la UNAM me mostró que sí, me abrió las puertas para continuar y expandir mi camino académico”, mencionó.
“Cursar una maestría me permitió dimensionar todo lo que había alcanzado; gracias al apoyo de mi familia y al trabajo doméstico, que siempre nos sostuvo, pude llegar a la UNAM. Esta casa de estudios fue la que me permitió seguir soñando y lograr mis metas, pues todo el conocimiento que obtuve lo usé también para aplicar exámenes con los que logré posicionarme profesionalmente”.
Actualmente se desempeña en uno de los cargos más altos en la carrera judicial del Poder Judicial de la Federación. “Mi compromiso es seguir usando mi conocimiento en derecho a favor de las luchas sociales, dar voz a todas las mujeres, hacerlas visibles y reconocer que todas existimos, sin importar nuestras condiciones o circunstancias, y que podemos llegar juntas a todos los espacios profesionales y académicos”, expresó.
Recalcó: “Mi inspiración proviene de las mujeres de mi familia. Ellas son mi red de apoyo, porque cada vez que quise desistir me sostuvieron. Con su labor doméstica, y pese a no haber tenido acceso a la educación, me enseñaron lo más valioso en la vida: luchar, porque el lugar que ocupas te pertenece y hoy me siento privilegiada de ser la primera mujer que termina un posgrado en toda la historia de mi familia y de ejercer mi profesión”.
