La revolución maderista y sus secuelas surgieron de un conflicto de clases

Ciudad en vilo: emociones y guerra contra el zapatismo en la Ciudad de México en 1912, conferencia de Sergio Miranda Pacheco

Imagen de la época utilizada por el ponente en la actividad académica.

“Es innegable que la revolución maderista y sus secuelas posteriores surgieron de un secular conflicto de clases, atizado por el resentimiento”, afirmó el historiador Sergio Miranda Pacheco, académico del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), al dictar la conferencia Ciudad en vilo: emociones y guerra contra el zapatismo en la Ciudad de México en 1912.

Como parte del ciclo El Historiador frente a la Historia 2023, organizado por ese Instituto, señaló que de acuerdo con la historiadora británica, Andrea Noble, la Revolución mexicana hizo de las emociones humanas, pero también del campo y de la ciudad, sus principales arenas de enfrentamiento.

En el encuentro desarrollado de manera híbrida, el historiador universitario indicó que, como universos, ciudad y campo se confrontaron social, moral y culturalmente, en especial, opuestos e irreconciliables; mientras unos deseaban libertades políticas, otros, además de querer eso mismo, también anhelaban justicia en muchos ámbitos de la vida social.

“En opinión del historiador británico, Alan Knigth, bajo el gobierno de Porfirio Díaz, la pobreza e impotencia fueron en aumento; sin embargo, para que ambos procesos culminaran en rebelión, fueron necesarias oportunidades tácticas para la protesta y la revuelta, así como la presencia de profundos sentimientos de injusticia e indignación, los cuales se manifestaron donde los abusos carecieron de justificaciones palpables”, destacó el especialista en historia moderna y contemporánea.

Apuntó que el combate al zapatismo, primero bajo el gobierno de Francisco I. Madero, se desató porque “este desoyó el cumplimiento de demandas agrarias de la revolución que él lideró. Luego, durante el gobierno golpista de Victoriano Huerta proliferaron resentimiento, odio, miedo, racismo, clasismo, crueldad y otras pasiones actuando como energías articuladoras de un drama humano, mismo que el periodista argentino Tito L. Foppa retrató emotivamente”.

En 1911, el mismo Madero había juzgado a los zapatistas como el bandidaje que, bajo la forma de un comunismo agrario, amenazaba la vida, la honra y la propiedad. Al demeritar la rebelión zapatista que exigía el cumplimiento del Plan de Ayala como una amenaza a la vida, al honor y a la propiedad, Madero invalidó su significación social y política, y consecuentemente encendió en la opinión pública su identificación emocional con el crimen, la inmoralidad y el bandidaje, frente a lo cual se justificaba la guerra para su exterminio.

A su vez, señaló, en el Plan de Ayala, proclamado el 28 de noviembre de 1911, los zapatistas también construyeron una narrativa emocional para legitimar su lucha en la que Madero fue considerado un individuo ambicioso con desmedido instinto de tirano, falto de entereza y débil en extremo, inepto y un traidor de los principios de la revolución que él mismo inició y con los cuales burló la voluntad del pueblo y pudo escalar al poder.

Asimismo, dijo, “en esa narrativa se le consideró incapaz para gobernar y no tener ningún respeto a la ley y hacia la justicia de los pueblos, traidor a la patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que deseaban libertades, y complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizaban”.

Resaltó que el carácter faccioso y manipulador de la prensa fue reconocido por el periodista y diplomático cubano, Manuel Márquez Sterling, y Loret de Mola, embajador de cuba en México y testigo destacado de la Decena Trágica, “para quien las noticias falsas llegaron a forjar un estado de conciencia en el Estado y el gobierno mismo. Se relataban hechos de armas que no se habían realizado, se aludían con pormenores a partidas de rebeldes que no existían, ordenadas por rebeldes que no guerreaban y en sitios de tranquilidad perfecta y absoluta calma”.

Mencionó que ese propósito y proceder de la prensa de falsear los hechos, ha estado presente a lo largo de la historia. En México, en varios momentos de 1912, la ciudad estuvo en vilo por el temor que despertaron en sus habitantes las exageraciones y mentiras sobre las rebeliones de Pascual Orozco y de Emiliano Zapata publicadas por la prensa mexicana.

Indicó que la cobertura periodística que dio al zapatismo fue equiparable a la que se hizo del orozquismo, en tanto que buscó también deslegitimar y desprestigiar sus banderas de lucha, callar sus victorias, exaltar sus derrotas, menospreciar y difamar su liderazgo, vituperar la virilidad, denostar y disminuir la humanidad de sus integrantes y racializar su pobreza.

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