NO es NO: hacia una nueva cultura de consenso y una sexualidad libre de violencia

Entender las raíces y las dinámicas de la violencia sexual no es tarea sencilla, ya que ésta sucede en todos los espacios de nuestra vida cotidiana. En este año, hasta septiembre de 2023 se habían presentado en fiscalías y procuradurías 17,769 denuncias por el presunto delito de violación (de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública). Esto sin contar todas las violencias que nunca llegan a denunciarse. Estudio tras estudio nos revela el porcentaje alarmante de mujeres quienes reportan sufrir violencia sexual (las cifras más recientes rondan el 45 %); sin embargo, no contamos con información suficiente que dé cuenta del otro lado de la moneda: las personas que ejercen estas violencias.

Algunas investigaciones centradas en analizar los perfiles de las personas agresoras sexuales (el 97 % de las cuales son hombres) presentan hallazgos interesantes en cuanto a la variedad de sus contextos y comportamientos. Hay agresores en todas las esferas socioeconómicas y en todos los contextos culturales, así como múltiples razones que motivan sus actos. A pesar de esta gran diversidad de perfiles, hay dos hallazgos constantes que todos estos estudios presentan: 1) la sexualidad masculina está íntimamente ligada al ejercicio del poder y 2) la gran mayoría de agresores sexuales no se identifica como tal.

“Ella lo deseaba”, “lo estaba provocando con su forma de vestir”, “así les gusta que las traten”, son afirmaciones que oímos no sólo en boca de los agresores, sino también de jueces, agentes ministeriales, abogados e incluso profesionales de la salud. Estos prejuicios y cuestionamientos pasan también en los contextos familiares, lo que revela que los mitos culturales construidos en torno de la sexualidad fomentan la alta incidencia de violencia sexual en nuestra sociedad.

Hay dos premisas básicas que sostienen esos mitos: 1) que la vida privada y la pública no tienen relación entre sí y no tienen que mezclarse nunca y 2) el doble estándar de la reputación sexual, en el que la promiscuidad sexual determina el valor de lo masculino, y la castidad de lo femenino.

De este modo, la sexualidad se ha categorizado como algo privado, condenado al silencio y la vergüenza. Las expresiones culturales (como la música, el cine, la televisión e internet), en su mayoría, han promovido un modelo de cortejo romántico y sexual basado en la tensión entre la insistencia masculina y la resistencia femenina, el cual ha sido interiorizado e idealizado tanto por hombres como por mujeres y diversidades sexogenéricas.

Los esfuerzos de los activismos feministas, de las y los educadores sexuales y de las comunidades sexodiversas en estas últimas décadas han logrado posicionar cada vez más el mensaje de que NO ES NO, y que los límites de otros cuerpos no se deben traspasar. Sin embargo, las cifras en aumento de la violencia sexual son un recordatorio constante de que aún falta mucho camino por recorrer.

En la base de NO ES NO se encuentra el concepto del consentimiento sexual. El consentimiento es un fundamento jurídico que sostiene cualquier sociedad democrática: el poder de las personas a decidir, de manera informada y libre, sobre sus cuerpos y su vida sexual.

El consentimiento es también un término complejo que va mucho más allá de un sí o un no. Para comprenderse a profundidad, es necesario seguir fortaleciendo la discusión en cuanto a sus componentes esenciales: Requerimos apuntar hacia la creación de un nuevo lenguaje que desarticule los mitos que siguen teniendo una fuerte influencia en el ejercicio de nuestra sexualidad. Ahora que la incorporación de la educación sexual integral poco a poco se va volviendo una realidad en México, se propone desde diferentes espacios impulsar el uso de la palabra “consenso” en vez de consentimiento. Interiorizar las prácticas de consenso nos enseña que escuchar e incorporar la voluntad de otras personas es algo cotidiano que se trabaja en todas las dimensiones de nuestra vida, no sólo la sexual.

Construir una cultura del consenso es fomentar la escucha activa, la empatía, los acuerdos, la imaginación y la exploración sana y segura de nuestros deseos. Es trabajar colectivamente por dejar un suelo fértil sobre el cual se establezcan nuevas maneras de vincularnos, interactuar y vivir nuestra sexualidad donde podamos gozar y florecer libres de violencia

*Coordinación para la Igualdad de Género

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