Premio de la Juventud para Nadia López García

Reconocimiento a su trabajo en favor de los indígenas mexicanos

181018-Com6-princNadia López García, de la Facultad de Filosofía y Letras y exbecaria del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad, recibió el Premio Nacional de la Juventud 2018 por su labor en el fortalecimiento de la cultura indígena.

Nació en la Mixteca alta de Oaxaca en 1992. Estudió la licenciatura en Pedagogía en la UNAM; ha escrito poesía en mixteco y español. Algunos de sus versos se han publicado en la revista Punto de Partida. Fue también becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas.

En su participación en la ceremonia de reconocimiento narró algo de su vida. Se presentó con estas palabras: “Soy Nadia, una mujer de la Mixteca alta de Oaxaca; hija de una mujer que fue monolingüe hasta los 15 años y que no concluyó su educación primaria, porque no podía hablar en español. Una mujer que recibió castigos por hablar y pensar en la lengua mixteca. Soy nieta de una mujer, que a sus 60 años pudo escribir por primera vez su nombre. Soy bisnieta de Catarina, quien murió sin que una clínica, ni un doctor llegaran a la comunidad. Soy mujer, soy indígena, soy migrante y soy joven”.

Dijo que sus características esenciales son resistencia y pasión. “Crecí entre campos de fresa, tomate y pepino, junto a cientos de niñas y niños jornaleros, que año con año migran con sus padres al Norte, para trabajar en los campos de cultivo. Ahí, en el Valle de San Quintín, tuve mis primeros trabajos. Recuerdo cortar fresas, hacer bolis para vender en la escuela; y, sobre todo, recuerdo ahorrar y ahorrar para dárselo a mis papás, y que así lográramos regresar más pronto a nuestro pueblo. Pensaba que cada fresa recolectada, que cada bolis vendido nos acercaba un poquito más a mis abuelas, a mi tierra y a los nuestros”.

En Baja California escuchó por primera vez a su madre hablar en una lengua distinta. Cuenta que ella estaba lavando en las galeras y comenzó a platicar con doña Mary en una lengua que sonaba como la lluvia. “Mis hermanos y yo dejamos de jugar bebeleche o avioncito, como le dicen acá. Guardamos silencio para escucharla hablar. Ella, cuando se dio cuenta de que estábamos atentos para escucharla, bajó los ojos y guardó silencio. Comenzó a hablar en español”.

Su madre no les enseñó el mixteco desde pequeños. Pensó que así les evitaría la discriminación y la exclusión. Hasta ese momento no era consciente del gran dolor que ella cargaba. “Ese dolor se convirtió en mí inspiración para realizar mi labor. Todos los días trabajo para que más historias, como la de mi madre, no se repitan. Para erradicar el racismo y la discriminación hacia los pueblos indígenas”.

Consideró que debe valorarse un país multilingüe, de una diversidad cultural y lingüística inimaginables. “Trabajo para que ninguna persona sienta temor, ni vergüenza de decir: yo soy indígena. Para que nuestras lenguas y formas de ver el mundo nunca mueran. Ser indígena es eso: es tener un mundo y no renunciar a él”.

Frente a la Biblioteca Central

Rememoró un día en el que, sentada frente a la Biblioteca Central de la UNAM, lloró, como casi nunca, y estuve a punto de rendirme. Lloró de rabia e impotencia. “Me dolió darme cuenta que muchas veces tuve que decir que algo no se me antojaba o que no lo necesitaba, porque sabía que mis papás no podían comprarlo. Darme cuenta que en infinidad de ocasiones tuve que elegir entre echarme un taco o comprar las copias de la escuela. Darme cuenta que estaba nadando contra corriente. Frente a los murales de mi Universidad, llegué a enojarme por no haber nacido en un hogar rico, por no tener padres con profesión; por no tener amistades de dinero que pudieran financiar mis estudios, mis pasajes o invitarme una comida”.

El atreverse a soñar en mixteco es lo que la llevó a ganar este premio. Se presentó a recibirlo, en la residencia oficial de Los Pinos, “con una falda que mis tías me hicieron, una blusa que bordó Natalia, un rebozo que me regaló mi madre, pero, sobre todo, sus historias, sus palabras, su fortaleza y sus enseñanzas”.

Para cerrar así: “Me siento honrada de compartir este momento con todas y todos ustedes que, aunque hemos pasado por múltiples obstáculos económicos, sociales, culturales, estamos aquí, diciéndole a México: sí se puede. Quienes hoy recibimos este premio, agradecemos a las personas, organizaciones e instituciones que en nuestro camino nos han tendido la mano. Nuestros caminos no han sido fáciles, pero en el dolor también ha florecido nuestro valor”.

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