En internet abundan las páginas en las que se abordan, con dudoso rigor científico, algunos problemas de los vínculos afectivos como si constituyeran nuevas psicopatologías.
Es así como en ellas podemos leer información del supuesto síndrome de Houdini, el cual consistiría en la incapacidad o la evitación de establecer vínculos emocionales profundos y duraderos con otra persona.
Sin embargo, este supuesto “síndrome” –al igual que el de Peter Pan, el de la cabaña, el de la cara vacía, etcétera– no está catalogado como tal en el Capítulo V de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11), de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ni en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), o en algún otro modelo psiquíatrico de clasificación abierto. Es decir, lo que esas páginas de internet describen como síndrome de Houdini no constituye una patología reconocida por la ciencia.
Al respecto, Ricardo Trujillo Correa, de la Facultad de Psicología de la UNAM, señala: “En todo caso nos encontramos con la psicopatologización de la vida cotidiana. Fernando Savater ya había observado que la invención de éste y demás ‘síndromes’ obedece a una actuación moral que, surgida a partir de un adultocentrismo muy arraigado y una presunta superioridad, busca sancionar y estigmatizar qué está bien o qué está mal. Alguien, incluso, puede aprovecharse de ello y justificarse: ‘Perdón, yo escapo, huyo de un vínculo emocional profundo y duradero con otra persona porque sufro el síndrome de Houdini’. Ésta es una forma de no responsabilizarte de la vida propia. Creo que la reflexión sobre este problema asociado a los vínculos afectivos, que no es un padecimiento mental, debe ser desde la ética y la sociedad, que es la que se encuentra enferma”.
Memización de la cultura
A decir del académico universitario, a los seres humanos no nos gusta vincularnos hoy en día a la alteridad, al otro.
“En los términos del amor líquido que propone Zygmunt Bauman, vivimos en una época en la que tocamos al otro de manera superficial, porque profundizar en él nos da miedo, aburre y/o cansa. De hecho, si nos fijamos bien, como ya lo dijo Walter Benjamin, el mundo actual ha sido diseñado en la lógica del centro comercial, para estar en tránsito constante, no para permanecer. Por ejemplo, los programas de televisión o los videos de Instagram o Facebook están elaborados para que veamos y escuchemos no un discurso amplio y profundo, sino corto y veloz. Esto nos mete en lo que podría llamarse la memización de la cultura, por la cual siempre estamos transitando en la superficie y lo inmediato”, agrega.
Trujillo Correa recuerda la novela Cosmópolis, de Don DeLillo, en la que un joven multimillonario vive en una limusina equipada con pantallas de televisión y monitores de computadora: ahí come, tiene sexo, atiende sus negocios… y de cuando en cuando baja a la calle para caminar mientras la limusina lo sigue, en una metáfora de la existencia de quien está en todas partes y, a la vez, en ninguna.
“En este ámbito de ubicuidad, de no permanencia en un solo sitio, ¿qué implica vincularse al otro? El otro se vuelve redundante, una molestia, un exceso, y lo único que nos queda es eliminar de la ecuación esa alteridad mediante la prisa y la tecnología, y vincularnos únicamente a fenómenos que tengan un carácter positivo. Es el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol de Slavoj Zizek; es quitarle a la alteridad todo aquello que sea dañino o que conlleve un compromiso y una responsabilidad, para conservar únicamente su esfera positiva, domesticada y sin peso existencial. No es algo nuevo. Desde hace unos dos siglos, la sociedad capitalista ha estado metida en esta dinámica que se ha acelerado a raíz de la aparición de internet y las redes sociales”, indica.
Ghosting
Ahora se habla mucho del ghosting como una expresión nueva de esta falta de involucramiento emocional, pero en realidad este fenómeno ya ocurría hace tiempo de manera presencial. La única diferencia es que no se llamaba así y no había redes sociales que dieran cuenta de él.
“Me acuerdo de haber experimentado el ghosting mucho antes de la aparición de las redes sociales… Este fenómeno tiene que ver con las siguientes preguntas: ¿qué soy para el otro?, ¿soy capaz de mirarme en ese espejo que aterra? ¿en algún momento será necesario construir un otro tecnológico? Recordemos la película El dormilón, de Woody Allen, en la que las personas de un futuro indefinido sólo se vinculan sexualmente entre sí con la ayuda del orgasmatrón, una máquina que les proporciona un orgasmo frío y distante, y –lo más importante– sin compromiso ni responsabilidad”, apunta el académico.
Narcisistas y demandantes
Según Trujillo Correa, muchas veces, las relaciones amorosas se vuelven narcisistas, demandantes y agresivas. Así, entre los miembros de la pareja se establece una especie de intercambio muy exigente.
“Es como si cada uno le dijera al otro: ‘Tú, producto de consumo, siempre tienes que darme felicidad y emoción, satisfacerme, porque me da miedo aburrirme.’ La relación amorosa, entonces, se convierte en una especie de intercambio mercantil. Y cuando la felicidad y la emoción se acaban, la frustración y el enojo llegan, y uno desecha al otro por otro producto de consumo… Como en la película Her, de Spike Jonze, quizá nuestro destino final sea ese espejo negro en el que nos miramos y denominamos celular… El otro es lo que es… Es un enigma, nos aterra, nos interpela. Al no aceptarlo tal como es nos la pasaremos buscando, como fantasmas hambrientos, ‘medias naranjas’ en un mercado emocional. Lo cierto es que, para tener una relación profunda, en las múltiples modalidades existentes, requerimos un gran compromiso ético y estético que empieza con la capacidad de aceptar al otro en la espera, la contemplación e incluso el aburrimiento. Pablo Fernández Christlieb comentaba que los amantes hoy se hartan uno del otro a la segunda mirada. Y ésa es nuestra verdadera tragedia”, finaliza.
A propósito de las aplicaciones de citas y encuentros, como Tinder, gracias a las cuales un número cada vez mayor de personas se pone en contacto entre sí en todo el mundo con miras a establecer una relación amorosa, Ricardo Trujillo Correa, de la Facultad de Psicología comenta: “La socióloga y escritora franco-israelí Eva Illouz, autora del libro Intimidades congeladas, entre otros, emprendió una investigación cualitativa y encontró que parte de la lógica de buscar pareja en ese tipo de aplicaciones se asocia a la lógica del mercado. Vas al mercado y seleccionas: esto sí, esto no; esto me conviene, esto no me conviene. De esta manera, en lugar de una personalidad, lo que ves en el otro es un producto de consumo. Pero tú también te vuelves un producto y entonces la dinámica se te revierte. O sea, tú eres no sólo el buscador, el comprador, sino también el buscado, el producto. La estrategia del personaje del documental El estafador de Tinder era ésa, precisamente: se vendía caro en el mercado y caro lo compraban… Ahora bien, no olvidemos que, en épocas pasadas, cuando un padre quería casar a su hija, debía ofrecer una dote. En este sentido, también había una especie de intercambio mercantil. En ocasiones, la tecnología nos hace pensar que esta clase de interrelación personal surgió con la aparición de internet y las redes sociales, pero en realidad nuestros vínculos siempre han estado mediados por las condiciones materiales”.