Cempasúchil, materia prima acaparada por otros países

Para recuperar el mercado de los colorantes hay que vincular academia y producción, plantea investigador del IB

Un color amarillo-naranja invade las calles de la ciudad, con él se anuncia la llegada de las festividades del Día de Muertos a México, donde uno de los elementos más representativos de esta celebración es la flor de cempasúchil.

Esa planta tiene singular importancia cultural en la nación y se ofrendaba desde épocas prehispánicas a los dioses, y hace unas décadas también fue una significativa fuente de ingresos para el país por ser rica en carotenos, de acuerdo con Francisco Basurto Peña, investigador del Instituto de Biología (IB).

Para el especialista a cargo de la Colección de Plantas Medicinales del Jardín Botánico de esta casa de estudios, actualmente “la flor de 20 pétalos” sólo se cultiva para las festividades del Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos en México; no obstante, “ese mercado que alguna vez tuvimos lo perdimos hace ya algunas décadas”, aseguró.

Foto: Erik Hubbard.

Y es que hasta finales de los años 80 del siglo pasado, esta flor se sembraba como planta ornamental, pero también para ser utilizada en la industria textil y alimentaria, ya que se agrega al alimento para aves para darle color a su piel y a la yema de sus huevos.

Durante esa década se ubica su punto más alto de producción, en 1985 se rebasaron las 16 mil 600 hectáreas, mientras que en 2020 apenas se alcanzaron las mil 951 hectáreas, de acuerdo con cifras del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera del Gobierno Federal.

En esos años, la planta servía como materia prima para elaborar nieves, cervezas artesanales o pulque, así como para obtener colorante natural y teñir objetos y prendas. “México fue líder en la producción de estos carotenoides; desafortunadamente, a partir de este nuevo siglo perdimos ese mercado; ahora los países productores son China en primer lugar y la India en segundo, México ya no figura en esta industria”, explicó Basurto Peña.

El investigador universitario resaltó que en la producción nacional actual se usan semillas de dos tipos: la que se utiliza en el medio rural, de manera tradicional, para las ofrendas y altares de difuntos es semilla nativa que la propia gente maneja desde hace generaciones, es decir, de lo que siembra se reserva una parte de la cosecha para la obtención de semillas; y la que se produce comercialmente en zonas urbanas como Ciudad de México que proviene de Xochimilco y la zona de Atlixco es planta que procede de semillas mejoradas que son de importación, no se producen en México.

“Sí se usan semillas nativas, pero esto es principalmente para autoabasto en muchos pueblos, con venta a pequeña escala en mercados locales o regionales, los tianguis previos al Día de Muertos son en general los más grandes del año y ahí es donde se ofertan las flores. Para el abasto de las grandes ciudades, la producción de flor de muerto usa semillas importadas y se venden como plantas en maceta”, dijo.

Argumentó que el mejoramiento de la flor de muerto (y de muchas otras especies nativas de México) se hace principalmente en otras naciones del primer mundo (Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Francia) y desde hace años en México tiene grandes deficiencias para producción, distribución y comercialización de semillas, de todo tipo, no sólo de flor de cempasúchil.

Por otro lado, señaló que en la segunda mitad del siglo pasado existía la Productora Nacional de Semillas, un organismo público descentralizado que tenía esa tarea, pero en el 2000 dejo de funcionar y pocos años después fue extinguida.

En ese contexto, la producción y comercialización de semilla para siembras comerciales en el país la monopolizan las grandes compañías agroindustriales, razón por la cual en México no se usa semilla nacional para producción ‘industrial’ de flor de muerto porque no hay, no se produce, y las plantas de esas semillas importadas son producto del mejoramiento de la especie realizado fuera de aquí.

Se sembraba como planta ornamental, pero también para ser utilizada en la industria textil y alimentaria, ya que se agrega al alimento para aves para darle color a su piel y a la yema de sus huevos, así como para obtener colorante natural y teñir objetos y prendas.

Trabajo tradicional

Los productores de zonas rurales de la Ciudad de México como Xochimilco, Atlixco y Tláhuac tienen que invertir cada año para comprar las semillas.

Así lo hace Enrique Arroyo, productor de cempasúchil desde hace seis años, cuando decidió ayudar a su papá que se había independizado y emprendió su negocio. El joven originario del estado de Hidalgo trabaja la chinampa junto a sus padres y hermanos; es una de las familias que se dedican al cultivo de cempasúchil en la zona de Caltongo, en la alcaldía Xochimilco de Ciudad de México.

El trabajo para la siembra de la flor, comentó Enrique, inicia desde los primeros meses del año; “hacemos el pedido desde el mes de mayo, tienes que depositar para que te lleguen las semillas”, aseveró.

Mientras tanto, tienen que preparar la tierra para después ensemillar y al aparecer la primera plántula se pasa a una maceta donde terminará de florecer.

Es un trabajo de varios meses que significa una tradición en su familia, la cual desea conservar; la idea “es festejar los días de muertos con un altar y ofrendas y, para tener eso, lo más importante es la flor de cempasúchil”, afirmó.

Este año, gracias al apoyo de un programa gubernamental, Enrique y su familia tuvieron los recursos para invertir en más semillas, lograron producir 17 mil plantas, 4 mil más que en 2020, cuando debido a la pandemia y al cierre de panteones la caída en las ventas fue considerable, este año mantienen una actitud positiva y esperan ingresos mayores.

Por otro lado, para recuperar el mercado de los colorantes, Francisco Basurto señaló que hay que invertir en ciencia básica, pelear mercados y vincular la academia con la producción, “hay intentos de algunos investigadores, pero no tienen grandes medios para hacerlo, realizan su labor con recursos propios. Nos falta dar ese paso de vincular el proceso productivo con la academia”, finalizó.

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