Confesión de parte

Para Lucas

Cuando le dije a mi nieto Lucas, a sus casi cuatro años, que vendrían a buscarlo sus papás, él me corrigió de inmediato: no tengo papás dijo, sino papá y mamá. Eso me dio la oportunidad de afirmar su dicho y señalarle que, en efecto, él tenía papá y mamá y otros niños papá y papá o mamá y mamá. Y sólo hasta allí llegué ese día.

¿Por qué nunca me había percatado de que el plural padres o papás, excluía a las madres y mamás del universo? Seguramente porque yo también, como muchas y muchos, era presa del lenguaje, de las formas de nominar que crean el mundo al decirlo. Y lo modelan como un universo de hombres, de padres, de hermanos, de primos, sobrinos y de todas las formas de parentesco que excluyen a la mitad del mundo: a las madres, hermanas, tías, sobrinas y primas.

Solemos, sin embargo, hablar de cuñadas o cuñados y de suegras y suegros: formas de nombrar en las que el parentesco se define de manera menos directa. Luego nos referimos claramente a las amigas y amigos, a las y los conocidos, a las y los colegas. Y descubro, así, que a menor familiaridad en nuestras relaciones más posibilidades tenemos de nombrar a esa mitad del mundo.

La familiarización del mundo, su naturalización, va de la mano de las relaciones más primarias, básicas, íntimas. En el hogar aprendemos lo que dictan siglos de cultura y repetimos, sin saberlo, los decires y las prácticas que nos colocan en un lugar o en otro, y que incluso logran tornarnos invisibles o inadmisibles. Desnaturalizar y desfamiliarizar el mundo son, cognitivamente, operaciones revolucionarias. Cuando logramos distanciarnos de lo conocido, cuando desmontamos y derribamos lo sabido, abrimos nuestras mentes al asombro continuo. Se trata de un mundo más amplio e inclusivo, de una realidad más abarcadora que requiere de una forma  de conocer más compleja, más rica, más vital.

Cuando reflexiono sobre todo esto me doy cuenta de que la adopción de una narrativa incluyente, feminista, con perspectiva de género, no evita que repitamos un mundo que, de tan familiar, se auto-explica y torna intangibles e impensables a los sujetos (as) no nombrados (as). Lo impensable toma la forma de lo no-dicho, lo innombrado que tiene, en su propio ocultamiento, sello de clase, de raza, de género. Bien dice Bauman que la familiaridad es enemiga obstinada de la curiosidad.

Sin haber estudiado a fondo las teorías y perspectivas feministas tuve la gran suerte de escuchar a mis colegas del CEIICH, y a otras más de la UNAM y de otras universidades  del mundo, debatiendo sobre el cuerpo, la violencia, el género, el patriarcado, el feminicidio.
En particular me beneficié de las enseñanzas de María Ángeles Durán sobre el tiempo de las mujeres. He aprendido a desaprender, siendo apenas una principiante en temas de feminismo.

Pero la operación desnaturalizadora, en su dimensión política, me ha sido develada por las jóvenes estudiantes. Han dicho: ¡Ya basta! ¡Si matan a una nos matan a todas! ¡Nos queremos vivas! ¡Ni una más! ¡Yo sí te creo! Y han logrado cimbrar, con su palabra, a la mitad del mundo: a las madres, hermanas, tías, sobrinas, amigas, compañeras y colegas que hoy se reconocen en su lucha.

Tienen razón en sus demandas. Las vejaciones han sido largas y cuantiosas y la discriminación está a la vista. En nuestra UNAM las mujeres organizadas han ido ganando terreno. Hoy pareciera que luchan no sólo por ellas sino por varias generaciones de mujeres discriminadas, vejadas, violentadas: por sus madres, sus abuelas y bisabuelas, por todas las mujeres que las precedieron. Parecen tener prisa. Ojalá comprendan que lo que naturalizamos en siglos tendrá que ser desmontado en algunos años: sin pausa, con paso seguro, paulatinamente, ganaremos las formas de decir y de actuar, innovaremos en las formas de reivindicar nuestras diferencias, podremos andar sin miedo, reír juntas.

En la UNAM han ganado terreno y han logrado importantes avances, aún faltan cosas por alcanzar pero la lucha no acaba nunca, siempre podremos mejorar en la búsqueda de la igualdad. Ojalá nuestras jóvenes sepan reconocer sus triunfos y continuar la lucha con las aulas abiertas. La educación laica, libre y gratuita es un derecho conquistado. Hoy se ha logrado que sirva, también, para innovar en una educación que sensibilice a todas y todos sobre la necesaria igualdad a la que aspiramos. Una igualdad que no es posible sin la otredad, sin la necesaria reconstrucción de las masculinidades. Sólo soy si tu eres dice Franz Hinkelammert aludiendo al prodigio de la verdadera otredad. Sólo soy si tu eres podrían decir los hombres nuevos a las mujeres que luchan. Su propia existencia debiese depender de la integridad de nuestras vidas. Tenemos derecho a vivir, a vivir sin miedo, sin ninguna forma de discriminación.

El otro día Lucas me interrogó: ¿sabías que el color carne no existe? me preguntó y enseguida me explicó que hay muchos colores carne y me mostró varios colores de piel escondidos en sus crayolas. Y me volví a asombrar con su sabiduría de niño. Ojalá crezca libre y libertario.

*Coordinadora de Humanidades

También podría gustarte